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Tribuna:
Tribuna
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La 'yenka'

Número uno: esto no es un país, esto es la yenka.

Allí en Coria -no en Boston, Massachusetts, sino en Coria, de Cáceres-, un ciudadano se levantó un buen día con el semblante iluminado por el ¡eureka! y los rizos enredados en los cables Radio Maymo que abuelita le había dejado en herencia junto con la botella de anís del Mono, y ¡zas!, lo encontró: la televisión privada, la comunicación pública, el aquí estamos porque hemos venido y vamos a contarnos lo que nos pasa. Antes ocurrió en Cardedeu y mañana será en otra parte, aunque le pese al Gobierno Civil. El siglo XXI, sin ir más lejos.

Entre tanto, en L'Hospitalet, Barcelona, una mujer de 26 años se contemplaba el vientre recosido tras trece operaciones y pensaba, seguramente pensaba -si es que le quedaban ganas-, que algunos médicos deberían estar en una película antigua cantando el Dies Irae, dirigido por Ingmar Bergman al grito de "¡Más sentimiento!". Esos médicos nuestros que tan apasionadamente defienden la vida y que, al hacerlo, se refieren seguramente a una vida en donde a una pueden marcarle la tripa a tajos pespunteados, en donde los bebés se abrasan en incubadoras, se confunde la meningitis con el sarampión y en donde a los hijos de madre soltera se les puede llamar amablemente, respetuosamente, hijos de puta. La Edad de Piedra, y así de impávidos.

Pues la yenka es el famoso baile que se desarrolla en la siguiente forma: izquierda, derecha, delante, detrás, un-dos-tres, de modo que cuando has pegado los correspondientes saltitos te encuentras en el preciso lugar del que saliste, la miseria y la nada de donde nunca emergimos y adonde estamos por llegar. Y España y yo somos así, señora, una mezcla cardiaca de saltos al vacío y retrocesos estelares, de avances con el freno puesto y coitos de marcha atrás.

La síntesis perfecta se logrará, no obstante, el día que el telediario de Coria, o de donde sea, retransmita en directo la última proeza oscurantista de nuestra media España.

Número dos: tengo ganas de bailar el nuevo compás (bayón de Ana, op. 83, para viola y primavera), a ver si de una vez se nos esfuma la paralís.

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