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Jesús Quintero, de niño feriante a 'loco de la colina'

A un lado del Guadalquivir, Jesús Quintero es un sevillano de adopción que ama a esta ciudad sureña y se siente correspondido por ella. Al otro, un loco que sube cada noche a su colina para psicoanalizarse y conectar entre sí a todos los depresivos de este país, a todos los que no entienden nada. Un pasado de niño de pueblo y de feriante y una larga y dura depresión han dado paso a un curioso fenómeno radiofónico, latente todas las madrugadas.

Todos los días, de lunes a viernes, se le puede ver cruzando a pie el puente de San Telmo, camino de Los Remedios, donde están situados los estudios de Radio Nacional de España en Sevilla, convertidos por la magia de su voz en la colina del loco. Llega allí tras recorrer la calle de San Fernando (espléndida en su acera izquierda, sin resolver la derecha) y los jardines de Murillo. Viene de su apartamento del barrio de Santa Cruz.O quizá viene de más lejos. Viene de una infancia feliz en La Palma del Condado y de una curiosa experiencia como futbolista modesto en el equipo de su pueblo. Viene de un pasado de feriante, de representante artístico en fiestas pueblerinas, oficio con el que recorrió toda Andalucía estudiando las reacciones que produce la inmersión de la fantasía en medios sencillos y primitivos. Viene de la grada del campo del Betis, donde admira cada quince días el sabio fútbol de Cardeñosa y acumula argumentos para discutir con los sevillistas. Viene de contemplar una y otra vez la Giralda, que considera un monumento a la belleza y a la convivencia, y viene de meditar una y mil veces el cine de Fellini, cuyas imágenes tanto le recuerdan las que él mismo ha contemplado de feria en feria.

Al otro lado del puente, los imperativos del oficio le dirigen no hacia Triana, sino hacia Los Remedios, un barrio moderno e impersonal, donde por fuerza tiene que sentirse aislado, desprotegido, falto de todo lo que deja en la orilla izquierda del Guadalquivir. Entonces se psicoanaliza y cuando se enfrenta al micrófono decide combatir cada día los restos de una antigua depresión que le tuvo dos años fuera del mundo. Mezcla sus experiencias de chico de pueblo con su sensibilidad cultivada momento a momento para conectar con todos los depresivos de España, con todos los que se encuentran desconcertados, faltos de sitio, como lo está él mismo al otro lado del puente, entre edificios-colmena que le impiden sentir la proximidad de la Giralda...

"Mi marido me dejó hace dos años; he pasado una operación a vida o muerte y una larga convalecencia que me hizo sufrir mucho. Estoy sola y varias veces he estado a punto de suicidarme. Sólo el escucharte me anima, me hace pensar que merece la pena vivir". Cualquier llamada, cualquier carta, sirve para definir a su oyente-tipo, al que él busca. La gente satisfecha, fría, integrada, segura, no le interesa. Incluso disfruta escandalizándola, desconcertándola: "Entro en tu cama. Disfruto del perfume de tus sábanas. Amo el tacto de tu piel y el aroma de tu cabello". Le gusta jugar al equívoco, confundir a los hombres y enamorar a las mujeres.

Vive solo. Su conexión de cada madrugada con cuatro millones de depresivos cubre prácticamente todas sus necesidades afectivas. Para completarlas sólo necesita alguna escapada de poco en poco a San Juan del Puerto, donde vive su madre.

"Tus cartas me llegan y me llenan", contesta a sus locos. "Tu gesto se merece mi lucha. Soy idéntico a ti. Sigo en la lucha junto a ti". Pero es hombre de éxito, y eso le obliga a justificarse alguna vez: "Tú crees que todo me va bien, y sin embargo... Debo seis millones.

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