Los payasos de la 'tele'
Sustituyen la reiteración por una suerte de identidad variable. En tiempos, al no se oye seguía un nuevo grito aún más fuerte entre la perplejidad de que, en efecto, no se hubiera oído el anterior y el convencimiento de que habrá de oírse, y con creces, el siguiente. Ahora, la operación se repite sin afán de superarse. Sale primero el que se cree más elegante. Chaqué o traje oscuro; media meleni ta tapando la oreja; si no corbata, sí unfoulard con perla. Tras e saludo, ¿Cómo están ustedes?", y la respuesta optimistá de la grey en el aprisco, "¡Bieeeeen!" aparece sin solución de continuidad un segundo sujeto. Este, con cara como de tonto bondadoso de los dispuestos a hacer siempre un favor aunque no se pida. Con sombrerito de ala es trecha, talludito ya, vuelve a cuestionar el ánimo de los presentes. Recibe, como esperaba la misma respuesta. No se apagan los ecos del asentimiento in mediato cuando acude un terce ro. Más joven, parece poco de fiar. Con una mirada entre ¡m pertinente y anunciadora de que, si te pones de espalda'al aparato va a quitarte la cartera. Vuelve a preguntar lo mismo. Le responden como a sus antecesores. Por fin, otro presunto cómico, tizna do de negro y especialmente torpe, vuelve a la pregunta de rigor. La respuesta infantil es, ahora ffienos entusiasta y el meritorio comprueba que aún le queda poraprender, aunque en su fuero interno sabe -la experiencia familiar lo demuestra- que no hay nada como insistir, dejarse ver y esperar que un día le digan que bien con idéntico ahínco.
Lamentable espectáculo
Todos los sábados, a media tarde, el mismo rito preliminar para tan lamentable espectáculo. Tras la corrección plúmbea del saludo, el bochorno de la incultura más atroz: palabras que se trabucan en un ejercicio patético de dislexia senil, canciones que evocan las glorias de un poeta garbancero, parodias -tan socorridas ellas- de la ópera, apologías de la ignorancia, glosas de la ineptitud. Taw espeluznante mediocridad se ofrece a la vista de nuestros hijos cuando huir de tal peste se hace imposible y todo aboca, irremediablemente, al triste consuelo del televisor. ¿Qué hacer con Gaby, Miliki, Fofito y Rody? El grupo familiar que componen espera, a, lo que parece sin temor alguno, la perpetua conjunción de ancianidad y juventud, juntos para siempre veteranos y noveles en una alegoría de la indisoluble unión entre arte y natalidad, dedicación y herencia. No asumibles por el Estado, poseen la particularidad terrible de la reproducción: llevan, dicen ellos, la profesión en la sangre. En ello tal vez -pues la enfermedad de ahí viene esté también el remedio.
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