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Tribuna
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El irresistible hundimiento de la OPEP

El pasado 23 de enero, en un pasillo del hotel Intercontinental de Ginebra, Harry Neunsdtah -Harry el loco, quizá el broker de petróleo más famoso de los que siguen las reuniones de la OPEP- se acercó a Humberto Calderón Berti, el ministro venezolano de Energía y Minas, y le espetó: "Míster Calderón: ¿cuánto daría usted por volver a la conferencia de Caracas, en diciembre de 1979, cuando la OPEP se permitió el lujo de elevar los precios a su antojo?". El ministro, con el semblante muy serio, le miró enfadado, pero finalmente, sonriendo, le contestó: "Mucho, Harry, más de lo que te piensas".

Momentos antes, el jeque Zaqui Yamani, el todopoderoso ministro de Petróleo de Arabia Saudí, había salido desencajado de la sala de reuniones del hotel y, ante más de cien periodistas y las cadenas principales de televisión del mundo, tras dos días de negociaciones inútiles con sus colegas del cartel, había sentenciado: "Fracaso total". La OPEP, en su enésimo esfuerzo para detener la vertiginosa caída de los precios del crudo, había vuelto a fallar y, sin ningún tipo de acuerdo, sus trece miembros decidían, resignados, regresar a sus países para afrontar quizá el período más difícil y adverso de su historia.La anécdota, presenciada por el enviado especial de este periódico, ilustra perfectamente el espectacular vuelco que se ha producido en el mercado mundial de petróleo en menos de dos años y medio. En diciembre de 1979, los trece productores del consorcio, con casi treinta millones de barriles vendidos al día en el mercado occidental, habían subido el precio de unos doce dólares por cada barril de casi 159 litros a una banda entre 18 y 23,50 dólares, imponiendo una deslocada filosofía de subidas que llevó el precio del crudo hasta 41 dólares en algún momento.

¿Dónde está mi cuota?

Dos años después, sin embargo, los trece países de la OPEP apenas venden 17 millones de barriles diarios en un mercado en decadencia y su significación entre los consumidores ha pasado de controlar casi el 70%, de las ventas en Occidente a apenas colocar algo menos del 43% en la actualidad. La reconversión de consumos, los esfuerzos de ahorro en los países concumidores y la aparición de nuevos productores ha hundido la cuota de mercado que tenía la OPEP, ha llevado a sus miembros a vender el petróleo por debajo de su precio oficial (34 dólares, para el arábigo ligero, en la actualidad) y ha forzado a algunos países a ofrecer unos descuentos bajo la mesa que han bajado el precio real del crudo a algo menos de 27 dólares en los mercados libres.

Pero los problemas de la OPEP no se quedan ahí. La dinámica de un precio a la baja para la principal materia prima de la economía mundial amenaza ahora con hacer regresar el precio del barril a unos niveles que, aparte de poner en pelígro la salud económica: de los productores, puede desestabilizar el sistema financiero y económico internacional. La temida OPEP, el cartel que hace unos años fijaba los precios, se ve incapaz ahora de detener su caída poniendo en entredicho no ya la supervivencia del consorcio sino la capacidad del sistema para suavizar los efectos negativos de un brusco desequilibrio del mismo.

Vistas así las cosas, lo más importante no es si la OPEP ha dejado de funcionar como cartel, o analizar si alguna vez lo fue, sino determinar donde se fijará el nuevo equilibrio del sistema de forma que los nuevos precios del petróleo no continuen perjudicando la siempre pendiente recuperación de la economía mundial. Y es en el deshoje de esta margarita en el que, tanto los países productores como los consumidores, están ocupados estos días.

Arabia Saudí, principal exportador de crudo del mundo occidental, es quizá el productor que más claras tiene las ideas y el que, mucho antes de Caracas, lleva alertando a sus propios socios sobre los peligros de su ciega estrategia. El jeque Yamani no se ha cansado de repetir en todas las reuniones de la OPEP que los cambios bruscos en la cotización del petróleo perjudican por igual a productores y consumidores. A éstos últimos porque les fuerza a realizar cambios costosos e irreversibles en su estructura productiva. Y a los primeros porque los nuevos usos en los países consumidores, principalmente en el campo de la sustitución de consumos, les deja cada vez con un bien menos apreciado y necesitado. El carbón, el átomo o la energía hidraúlica sustituyen poco a poco al crudo.

Los efectos financieros

Sin ninguna duda, éste es el verdadero drama de la OPEP y, por vez primera, de los productores de petróleo que no están englobados en el cartel. Como resultado del ahorro y de la sustitución del crudo por otras fuentes alternativas de energía, las ventas de petróleo han caído estrepitosamente en el mundo y, por lo tanto, la oferta se ha visto enfrentada con una demanda que cae en picado. El precio del petróleo no sólo desciende ya en términos reales, como el propio Yamani pronosticó, sino también en términos nominales.

Y con la caída de los precios viene, claro está, el hundimiento de los ingresos financieros derivados del petróleo. Los países productores, lanzados a unas inversiones decididas en función de una riqueza que se creía eterna, han visto caer con el precio su propia capacidad de autofinanciación y de ser generadores natos de excedentes financieros corren el riesgo, salvo en algunos casos aislados, de ser deficitarios. Esto es particularmente gravoso para algunos productores como México, Venezuela, Nigeria, Argelia o Indonesia, quizá las naciones que vieron en el petróleo la ocasión histórica para salir rápidamente del subdesarrollo. Sólo México y Venezuela, por citar dos casos próximos, acumulan una deuda exterior superior a los 130.000 millones de dólares. Ambos países, especialmente México, tienen comprometidos todos sus ingresos petrolíferos de los próximos cuatro años para pagar exclusivamente los intereses de la deuda. Venezuela, como México ve amenazada la estabilidad de su moneda, el bolívar, por vez primera en muchos aflos. En pocos días el país caribeflo se verá haciendo cola ante los banqueros occidentales para renegociar sus compromisos internacionales.

Iraq, otro productor importante antes de su extraña guerra con Irán, su competidor ideólogico y petrolero, es ahora un receptor nato de financiación internacional y sólo poderosas razones estratégicas le han salvado de solicitar crédito en el sistema occidental. Arabia Saudí, que generaba excedentes incalculables y que ahora a duras penas equilibra sus cuentas en el exterior (pero todavía sin necesidad de retirar depósitos a plazo) ha acudido en ayuda de Iraq con un crédito extraordinario de 7.000 millones de dólares. Y luego está Irán, un país en plena revolución que es capaz de vender su crudo al precio que se lo paguen porque sus necesidades financieras solo pueden ser satisfechas por ese conducto.

Optimismo en Occidente

En los países consumidores, el hundimiento de los precios del pe tróleo se recibe con una mezcla de satisfación y temor. Satisfación porque siempre produce algún regocijo la caída de quien, en algún momento, puso las cosas difíciles. Mucho más satisfación porque por cada dólar que baja el petróleo, la economía recupera mayores recursos para destinarlos a la reactiva ción. Pero temor, al fin y al cabo, porque el hundimiento financiero de algunos países productores puede agravar la crisis monetaria y las dificultades de muchos bancos, con riesgos importantes en los países productores, para recuperar a tiempo sus préstamos a los países exportadores de crudo en dificultades.

Tal es el caso de los bancos que han concentrado grandes riesgos en un país como México. En el país azteca los principales bancos norteamericanos y europeos (entre ellos, algunos españoles) tienen pendientes de cobro numerosos créditos concedidos en los tiempos del Dorado negro. Hoy, las citadas entidades miran ansiosamente al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que el organismo mundial les sustituya en la dificil tarea de sacar adelante a un país que ha gastado por encima de sus recursos. Esta misma semana, la agencia AP-Dow Jones pronosticaba que Nigeria, Indonesia y Venezuela serían los primeros candidatos para solicitar la así Stencia del FMI, una vez que México ya se encuentra gestionando su propio paquete.

Pero, para muchos países desarrollados y en desarrollo, el panorama va a ser muy diferente. Brasil, cuya deuda externa supera los 80.000 millones de dólares, puede salvarse de la crisis financiera como consecuencia del hundi'rniento de los precios. España, otro país para el que la caída de las tarifas es un inesperado regalo, puede ahorrar 278 millones de dólares por cada dólar menos,que paga por barril de crudo importado. Medios gubernamentales estiman que la factura petrolera española descenderá entre 900 y 1.300 millones de dólares este año. El Banco de Espafla incluso confía en reducir sustancialmente el déficit por cuenta corriente que se espera (unos 3.000 millones de dólares) si el nuevo precio del crudo se estabiliza en venticinco dólares.

Pero los beneficios más sustanciosos vendrán por el efecto que el hundimiento de los precios tendrá en la capacidad de los países desarrollados para salir de la crisis. Con la economía norteamericana estimulada por un petróleo mucho más barato, la caída de la inflación y de los tipos de interés, la salida del túnel de la pertinaz crisis es algo que se presenta a la vuelta de la esquina. Por vez primera, además, con razones de peso para ser optimistas.

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