El príncipe El Abasi, un viajero rescatado
"Después de haber empleado tantos años por los Estados cristianos estudiando en sus escuelas las ciencias de la naturaleza y las artes útiles al hombre en la sociedad, sea cual fuere el culto o religión de su corazón, tomé la resolución de viajar por los países musulmanes y, cumpliendo al mismo tiempo con el sagrado deber de la peregrinación a La Meca, observar las costumbres, los usos y naturaleza de las tierras que se hallasen al paso...". Con estas palabras de introducción salía a la luz, en 1814, en París, uno de los más insólitos libros de viajes, del que se proclarnaba autor el príncipe Alí Bey el Abasi. Dos años más tarde, el libro se traducía al inglés, alemán e italiano.En 1836, con la primera edición española, se aclara el misterio del príncipe viajero: Alí Bey es la misma persona que Domingo Badía, nacido en Reus, espía de Godoy, militar, científico, músico y político, un hombre que sólo podía tener cabida en una época y una España asombrosas y turbulentas en las que no existía la palabra imposible. De agente de Godoy pasó a serlo de Napoleón, y la historia real se confunde con la imaginada, con la vivida por el mismo Badía.
Príncipe en Trípoli, Chipre, Alejandría y El Cairo, se estableció con todos los honores en La Meca, volvió a una Europa que le era más y más ajena, y murió un día desconocido en algún lugar de Siria.
Las notas de sus viajes, los dibujos que él mismo efectuó habían alcanzado fama ya en toda Europa bajo el nombre del príncipe Alí Bey el Abasi, que tal vez realmente fue.
Dos nuevas ediciones acaban de aparecer en estos momentos de este gran libro de viajes por Marruecos, Trípoli, Chipre, Egipto, Arabia, Siria y Turquía, realizados todos entre 1803 y 1807. La de Olañeta reproduce la de 1943 de la editorial Olimpus, que corrió a cargo de Guillermo Díaz-Plaja y tan sólo recoge de la obra original los viajes realizados por los cuatro primeros países y algunos de los grabados. Ediciones El Museo Universal, por su parte, ha seguido, como precisa en su necesaria y precisa nota, la traducción española de 1836, cotejada con la francesa y la inglesa, reuniendo la obra completa y reproduciendo los dos y mapas originales. Prologada por una breve introducción, incluye una advertencia editorial en la que se pone al día al lector de los problemas de las anteriores ediciones, así como de la forma que han sido resueltas.
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