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Landrú y las incompatibilidades

Landrú era un hombre muy atareado. En un mismo día podía cumplir con cinco citas femeninas repartidas por todo París. Cinco corazones solitarios que encontraban en Landrú la compañía galante y exquisita del amante desvivido, lleno de detalles. Para no cometer ningún error -que hubiese resultado a la larga indecoroso-, Landrú llevaba la referencia de sus citas, sus ingresos y gastos, apuntados en su agenda con la meticulosidad de un buen contable. Se ganaba la vida de esta manera.Cada una de sus mujeres ignoraba, naturalmente, la quíntuple vida de un novio ferviente que de manera tan fácil, apasionada y sincera les hacía promesas de matrimonio. Las novias elegidas tendían a confiarse, pues su condición de viudas o de veteranas solteras las predisponía. Cuando Landrú había dejado a cero sus cartillas de ahorro o chupado hasta las heces la sangre de pequeñas herencias patrimoniales, desaparecía de sus vidas, esfumándose en el aire impresionista de París. Esto le obligaba a mantener múltiples seudónimos. Como, además, Landrú era un cabeza de familia ejemplar, intensamente preocupado porque a los suyos no les faltara el pan, otorgaba a su peripecia cotidiana la categoría de obra de arte. No en balde fue un esteta, que se permitió ironizar sobre la desa-

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Historieta de nuestro tiempo

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Landrú y las incompatibilidades

La de Landrú es, al fin y al cabo, una historieta más de nuestro tiempo; con su correspondiente moraleja: el pluriempleo, en su rutina, conduce a estos excesos. La posteridad acuñó la frase de uso común: "Eres un Landrú", que lo inmortalizó por algunos años, pero que se presta a una interpretación ambigua; pues nunca llegaremos a saber con certeza si al pronunciarla se hace referencia al que tiene muchas mujeres, al que maltrata o engaña a muchas mujeres -Landrú no las maltrataba- o al que las mata en cantidades industriales. En su acepción más moderna, ser un Landrú podría significar el que no tiene un rato libre, pues todo su tiempo lo dedica a la obtención de beneficios materiales. Y ello nos mete de cabeza en la ley de incompatibilidades y sus saludables consecuencias. Aún a riesgo de que tal método deductivo parezca tan excesivo como los excesos a los que llegó aquel estafador de electrizantes ojos negros, lo cierto es que la aplicación -parece que va en serio- de la ley de incompatibilidades está librando a más españoles de los que suponíamos de caer fatalmente en lo que llamaremos con toda propiedad la pendiente de Landrú.Más españoles de los que nos suponíamos andan estos días huraños, cabizbajos, angustiados porque la Administración les ha concedido la libertad de elegir tan predicada por el matrimonio Friedman y sus discípulos. Elegir entre un ministerio u otro, entre una industria pública o un ministerio, entre una emisora pública y otra emisora pública... Es decir: ser o no ser. Una cuestión peliaguda y traumática. La angustia de esos españoles no procede del hecho mismo de la duda; ni siquiera de la evidencia de perder parte de los sustanciosos ingresos que, acumulados, les permitían llevar una existencia atareada en la opulencia. Viene de la incógnita de cómo llenarán el vacío de un tiempo libre no deseado.

Es el vértigo ante lo desconocido. Si dan pena ya esos españoles damnificados por la ley es porque no saben qué hacer por las tardes. Los dos millones de parados sí saben qué hacer por las tardes, ya lo han aprendido; pero ellos, no.

Más españoles de los que nos suponíamos llevan, además, su duda triplicada e incluso cuadruplicada, repartido como está su ganapán entre tres o cuatro nóminas del Estado. Otros ya se resignan a ganar sólo el doble -en vez del triple- que el presidente del Gobierno. Es de suponer que todos comprenderán pronto que lo que ha sucedido -o sucederá- es por su bien; que su vida pasada, aunque impune, era incompatible con la felicidad... Aunque, por encima de estas consideraciones, siempre quedará flotando el interrogante: la inmensa mayoría de esos damnificados ¿qué hará por las tardes?

Podrían, en primer lugar -es una simple sugerencia-, dar gracias al Altísimo porque el azar histórico les haya librado de una fatalidad landruesca; después podrían poner en limpio su agenda y empezar a conocer a los miembros de su familia.

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