El tratamiento de lo militar
De momento, y para la mayoría, lo militar es lo que dicen que es. "Todo lo que pasa", dice Schopenhauer, "todo lo que existe, para el hombre, no pasa y no existe inmediatamente, sino en su conciencia", ¿y quién sino la Prensa y las declaraciones políticas constituye hoy el más poderoso hacedor de nuestra conciencia colectiva? Lo militar es abundante en Prensa y política, es el pan nuestro de casi cada día y, de paso, el pan, así, a secas, de un buen número de aquellos que, como decía Karl Kraus, son a la cultura lo que los cuchillos al jamón.Un aroma a sorpresa y -me explicaré- demagógica ingenuidad se desprende del tratamiento de lo militar, y allá en el fondo, lo que hay puede resumirse con una palabra: desconfianza. Esta última parece estar justificada por una larga tradición. El Ejército -no sólo aquí- ha sido la espada de Damocles, el minotauro y el dragón de la leyenda democrática. Lo que ya no está tan claro es lo otro. Para la mayoría lo militar se circunscribe, mucho más que a la política de defensa, la reorganización de unidades o el precio de un fusil, al posible involucionismo, al teórico parón, y en este sentido, ¿cuál es el tratamiento?
En la calle se dice: "Demasié", o "Estos tíos alucinan". La recia y beata progresía al uso se pregunta: "¿En pleno siglo XX (casi XXI)?". "¿En la órbita del Occidente-fetén?". "¿Es que los militares no evolucionan?". La Prensa recoge, amplía o matiza con más o menos sofisticación estos mismos argumentos y estas opiniones (la de de rechas, igual, pero al revés: "¿Cómo? ¿Es que lo van a tolerar?"), y, por último, la política, en la que -véase la última campaña electoral- proliferan mucho más las excomuniones y anatemas en uno y otro sentido que cualquier análisis mínimamente serio. ¿Escuchan ustedes muchos? Yo, no. En resumen, "alucinan", "¿no evolucionan?" o repetir machaconamente y tan sólo "no pasarán / pasarán" viene a ser lo mismo.
Todos parecen estar sorprendidos y, en el fondo, no comprender... Quizá todo está tan claro, que no se puede hablar de ello, pero convertir las cosas en siniestras por arte del silencio es, a la larga, mucho más peligroso de lo que parece.
El tema requiere un planteamiento claro y serio. Más claro y más serio. De entrada, las disposiciones colectivas no pueden ser deducidas por los que gobiernan ex post, tienen que ser previstas, estudiadas y conducidas a través de las medidas adecuadas. Si va a resultar que el Ejército es golpista sólo después del golpe (o, por lo menos, golpista hasta el intento, etcétera), nuestros políticos se parecen mucho al rey escocés de la novela de Víctor Hugo, que se vanagloriaba de poseer un recurso infalible para reconocer la brujería: hacía cocer a la inculpada en agua hirviendo y luego probaba el caldo. De acuerdo con el sabor, juzgaba: "Sí, ésta era una bruja", o bien: "No, ésta no era".
El Ejército asegura el poder
Este pequeño artículo no pretende -ni puede- dar soluciones, pero sí quiere acabar con dos consideraciones mínimas que considera -no puede hablar más que desde su propia subjetividad- importantes. Primera: lo menos que se puede decir del Ejército es que asegura el poder allí donde funciona como tal, al tiempo que recuerda el pasado y anuncia otros posibles; tiene, en una palabra, les défauts de ses vertus y, recíprocamente, les vertus de ses défauts. Esto, que, sin duda, fue muy tenido en cuenta por la clase política que llevó adelante el cambio, debiera serlo también ahora con vistas a normalizar la imagen pública del colectivo militar. Segunda: la inclinación final, a través del pacto, después del general Franco, hacia la reforma política ha sido convertida por la Prensa en una segunda naturaleza (periodística, por supuesto, pero no por ello menos influyente) de lo que ha pasado y pasa.No olvidar o recordar que es eso precisamente -una segunda naturaleza-, y no otra cosa, con la que se juega, sería muy reconfortante para quien, sin ciertas anteojeras, se asoma a sus páginas buscando algo más de lo que él ya sabe. Las cosas no cambian solas. Geoffrey Firmin, el inolvidable cónsul de Malcolm Lowry, dice una vez a su romántico (?) hermano: "¿Acaso no ves que hay una especie de determinismo en el destino de las naciones? A la larga, parece que a todas les toca lo que se merecen". Lo posible y lo probable. Esa es la cuestión.
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