¿Qué filosofía necesita Europa?
¿Hacia dónde derrapa Europa occidental, hacia la derecha o hacia la izquierda? El triunfo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones anticipadas en España da pábulo para la controversia ya tradicional sobre este tema. El cuadro general es sumamente abigarrado, contradictorio y versátil. No existe una respuesta tajante. En última instancia, todo depende de a quién le sonría la suerte -en determinada etapa de tal o cual país-, fruto de la confrontación de muchas tendencias y factores políticos, económicos y sociales. Las variantes nacionales del cambio de guardia no se ajustan al marco de cierto esquema común, pese a ser resultado de la lucha fundamentalmente entre dos corrientes, la conservadora y la liberal.La victoria de los tories en el Reino Unido y, sobre todo, la del ala derecha del Partido Republicano en EE UU, ha alentado a los partidarios del conservadurismo, dándoles motivo para poder decir que éste se estaba imponiendo a ambas orillas del Atlántico. No obstante, el advenimiento al poder de los socialistas en Francia y Grecia puso en tela de juicio esta afirmación.
Ahora, el triunfo principal de quienes se inclinan por ver la ofensiva de la ola neoconservadora es el entronizamiento en el Rin del bloque UDC-USC, alegando también que en Dinamarca los socialdemócratas fueron suplantados por un Gobierno burgués formado por cuatro partidos. Pero es que en Suecia, tras un receso de seis años, han vuelto al poder los socialdemócratas. Además, la persuasiva victoria de los socialistas españoles ha vuelto a mostrar que el neoconservadurismo no es una corriente política dominante en Europa occidental.
La crisi, un potro indómito
Entre la derecha y la izquierda se desarrolla una incesante contienda, tratando de demostrar quién de las dos puede superar mejor los problemas económicos y sociales. Pero nadie puede jactarse de éxitos más o menos sólidos y sustanciales. La ironía consiste en que la crisis económica, como un indómito potro, lanza de la silla a unos y a otros. A quienes abrigan esperanzas de poder asegurar un desarrollo sin crisis de la economía capitalista, valiéndose del Estado como medio regulador, y a quienes, con el mismo fin, se valen de los métodos del juego libre de las fuerzas del mercado, o, como suelen denominarlas ahora, métodos de la doctrina reaganómica.
Si no han podido unos, que prueben los otros. Así reflexionan los electores, a quienes los Gobiernos de distinta orientación política ofrecen, de hecho, una misma cosa: ajustarse los cinturones. Así reflexionan también los medios que, como hemos podido persuadirnos recientemente con el ejemplo de la RFA, son capaces de cambiar de caballo sin esperar a las elecciones. Alternándose en el poder, los representantes de diversos colores del espectro político se muestran incapaces, sin embargo, de curar las dolencias crónicas, innatas de la sociedad capitalista, de salvarla de llagas tan desagradables como la injusticia social, el desempleo masivo y la inflación.
Si la naturaleza económica del capitalismo no puede ser transformada sustancialmente ni por la derecha, ni por la izquierda, la textura de la política exterior en este aspecto es más elástica. Además, no es obligatorio que sean necesariamente los conservadores quienes practiquen siempre y en todo la peor política, y sus antípodas políticos o rivales, siempre y en todo, la mejor. Aquí depende mucho de las condiciones concretas, de las condiciones reales existentes en determinado país, sus tradiciones políticas y, en definitiva, de las personalidades, cuyos criterios pueden sufrir cambios.
Desde el punto de vista de la paz y de la seguridad mundiales es importante, ante todo, que los políticos que mantienen en sus manos el timón del Estado, independientemente del partido a que pertenezcan, tracen su derrotero tomando en consideración esas prioridades políticas. En Europa, esa necesidad se entiende mejor que al otro lado del océano. En todo caso, el nuevo canciller de la RFA ha estimado necesario destacar la sucesión existente en lo relativo a la política de buena vecindad con los consocios del Este, formulada y practicada por sus oponentes políticos durante los trece años que permanecieron en el poder. Si será cumplida esa promesa y en qué medida, el tiempo -naturalmente- será el testigo.
Una filosofía conocida
El actual Washington oficial no oculta sus simpatías políticas. Estima que Europa occidental está creada, exclusivamente, para que sus países sean gobernados por conservadores. Precisamente ellos, según la Administración Reagan, son los más sensibilizados a sus designios respecto a Europa. Aunque cabe señalar que en Washington no sienten la menor compasión por sus correligionarios políticos de Europa occidental, cuando desatan con la misma tenacidad la guerra económica en dos frentes: contra los Gobiernos socialistas y contra los conservadores.
Tan pronto en la RFA subió al poder el canciller del UDC, Helmut Kohl, en Washington se apresuraron a manifestar que "nos place un Gobierno que se compagina mejor con la filosofía de Reagan".
La filosofía del presidente norteamericano con respecto a Europa es harto conocida. Es la filosofía de la militarización nuclear y no nuclear total de la parte occidental del continente, su supeditación a la estrategia política y económica global de EE UU. Es la filosofía de la confrontación con la parte socialista de Europa y de la destrucción del proceso que se puso en marcha en Helsinki.
Si semejante filosofía puede impulsar a Europa occidental hacia delante, será exclusivamente hacia el abismo de una guerra nuclear, en el peor de los casos, y, en el mejor, hacia su conversión en depósito y en polígono de armas norteamericanas y en apéndice económico del business estadounidense.
La filosofía que necesita Europa es otra. Europa necesita una filosofía de paz, de distensión y de desarme, de cooperación y buena vecindad. Esta filosofía es la que se apodera de las mentes de la mayoría de los europeos, y una nueva demostración de ello fueron los objetivos que el secretario general del PSOE, futuro primer ministro de España, Felipe González, proclamó para su país: la lucha por la paz entre los pueblos, por la distensión v el diálogo.
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