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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La trastienda de un mito

No hace mucho tiempo, la televisión emitió un filme realizado por Arthur Penn en 1970, Pequeño gran hombre, donde aparecía un militar, figura situada entre la historia y la leyenda, un tipo extravagante, refinado y brutal, un tanto insólito en los anales de la conquista del Oeste, fundador del Séptimo de Michigan de la US Cavalry y campeón de las guerras indias de la década de 1870.Este sujeto, responsable personal del exterminio de varias tribus indias, se llamó George Armstrong Custer y murió con su Séptimo de Caballería, junto a las colinas negras de Little Big Hom, en la mañana del 25 de julio de 1876, arrasado por el ejército de una federación de tribus sioux, bajo el mando de un audaz táctico llamado Crazy Horse o Caballo Loco, y de un estratega genial conocido como Sitting Bull o Toro Sentado.

En Pequeño gran hombre, Arthur Penn zarandeó con fría e irónica dureza a la siniestra figura de este general, mito fronterizo del peor nacionalismo norteamericano. El zarandeo, hoy, parece natural, pero han tenido que pasar décadas de historia del cine del Oeste para que fuera posible. En 1948, el historiador Ernst Haycox, el novelista James Warner Belah, el director John Ford y su guionista Frank Nuggent tuvieron que esconder la identidad del todavía intocable Custer bajo el nombre supuesto de Thursday y trasladar su derrota al marco irreconocible de las guerras apaches para poder hablar libremente de él.

Custer fue glorificado por el cine en numerosas ocasiones: Custer's Last Stand, en 1909; William Ince hizo en 1912 Custers Last Fight; Flaming Frontier, con Dustin Farnun, se rodó en 1926; hay un nuevo Custer's Last Stand, con Frank McGlynn, rodado en 1936; Camino de Santa Fe, con Ronald Reagan, en 1940; Murieron con las botas puestas, con Errol Flynn, en 1941; Warpath, con James Millican, en 1951; Little Big Horn, de Charles Marquis Warren, en el mismo año; Bugles in the Afternoon, con Sheb Wholey, en 1952; Tonka, rodada en 1958, con Britt Lomond; La gran matanza de los sioux, con Phil Carey, en 1965; Custer del Oeste, con Robert Shaw, en 1967, y una serie televisiva, La leyenda de Custer.

Fort Apache, en 1948, bajo nombres imaginarios y en lugares distintos de donde los hechos sucedieron, relata con precisión la etapa final de la vida de Custer al mando de Fort Lincoln, que en la novela de Belah pasó a ser Fort Starke, y en el filme, Fort Apache. La disección política y psicológica del personaje llevada a cabo por Henry Fonda y John Ford fue de una dureza inusitada, sobre todo en los matices, es decir, dejando a salvo la condición humana del tipo, cuyo cerrado hermetismo es indirecta mente justificado por el tipo de vida que fatalmente le marcó. La apología final del personaje, una vez consumado su fracaso humano y militar, hecha por el mayor que interpreta John Wayne, entra en este juego ambiguo, que es uno de los soportes de la profundidad de los dibujos de individuos en los filmes de Ford, en los que el todo y el matiz chocan.

Esta ambigüedad en el tratamiento de Thursday-Custer, junto con la irrealidad de nombres, lugares y sucesos históricos, camuflados en unas coordenadas geográficas y políticas voluntariamente imprecisas, proporciona al filme una inesperada dosis de radicalismo.

La conducta y la personalidad de Thursday-Custer, situada por Ford fuera del. entorno real en que se produjo su fracaso y su muerte, adquiere una rara fuerza metafórica, no tanto a causa de las características casi patológicas del personaje considerado como individuo, como por su función objetiva en el relato considerado como parábola política: la cúspide podrida de una pequeña pirámide militar. Y el individuo deja paso al prototipo. Esta circunstancia convirtió a Fort Apache en un filme sutil y profundamente antimilitarista, lo que no deja de ser sorprendente en un director que con frecuencia exaltó la vida militar.

El filme, como todos los grandes de John Ford, sigue las leyes de la composición sinfónica, a la manera de esa especie de lirismo al mismo tiempo incapturable y matemático que Ford desplegó en sus obras más densas, como Centauros del desierto, Liberty Valance, Siete mujeres, El hombre tranquilo o Pasión de los fuertes. Como en estos filmes magistrales, en Fort Apache, Ford sitúa a sus individuos en una acción de tonalidades crepusculares, desgarrada por el enfrentamiento de dos formas de vida, de dos culturas en colisión. Este choque, en Fort Apache, adquiere una fuerte virulencia, debido a que los mundos enfrentados son, por un lado, el de la avanzada fronteriza blanca, y, por otro, el de la última resistencia india. Ford inclina la balanza de la razón hacia el lado del indio, y de ahí la grave tonalidad crepuscular del relato: poesía e historia son, en Fort Apache, términos antagónicos, y el mito optimista de la conquista del Oeste enseña con amargura su trastienda negra y trágica.

Fort Apache se emite hoy, a las 16.05, por la primera cadena.

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