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La victoria socialista

Nuevos rostros, y notorias ausencias en el Parlamento salido de Ias elecciones

Juan Cruz

La presencia de nuevos rostros en el Parlamento salido de las urnas el pasado 28 de octubre es abrumadora, pero la novedad empalidece ante el dramatismo de las numerosas ausencias de viejos perfiles, que se han quedado sin el respaldo de las urnas y que no volverán a sentarse en el hemiciclo. La ausencia más notoria es la del propio presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, que ha protagonizado dos hechos históricos: ser el número dos de su partido mientras ocupa el puesto de máxima responsabilidad del Ejecutivo y resultar rechazado por el electorado en los comicios legislativos a, pesar de esa paradójica pero privilegiada situación en las listas.

La impresión que la derrota fabrica en la cara de estos hombres a los que los electores desplazan tuvo en la medianoche del 28 0 la mejor metáfora en el rostro de Rodolfo Martín Villa antes de que se supiera que había salido por los pelos en su circunscripción leonesa: aparecía con esa sonrisa miope que usaba antes para las vigilias de su Ministerio del Interior, surgía pálido y ausente, y su única fortaleza estaba en la cantidad de verbos que usaba para justificar que la democracia obliga a estos tragos y tiene estos trances. El estaba dudoso, creía que iba a ser derrotado, pero ya tenía ese espíritu, lo que obliga a imaginar cómo estarían los que se sabían definitivamente desplazados. No le echaba la culpa a nadie -su compañero Salvador Sánchez Terán, presidente de la Telefónica, que no salió por Salamanca, culpaba a la Prensa del descalabro de UCD-, pero asumía el castigo como consecuencia de la diatriba interna de su partido. Luego salió y ahora habrá perdido levemente aquella blanca palidez.Entre los desplazados, casi todo el Gobierno. Sevilla se llevó la palma del fracaso, con Jaime García Añoveros obligado a descansar de su Hacienda leyendo, de nuevo, a Raymond Chandler, y con Soledad Becerril, orgullo femenino del Gabinete saliente, derrotada por segunda vez en un año -antes perdió las elecciones andaluzas- y obligada a despedirse del escaño a pesar de los esfuerzos de imagen a que se obligó en los últimos meses. Otro incombustible, José Pedro Pérez Llorca, ministro de Asuntos Exteriores, asumirá el drama de la soledad después de haber circulado por casi todos los pasillos del poder, hablando a media voz con media boca. Alberto Oliart también abandona la silla -de tijeras, el sillón de cuero, el escaño- después de años de zozobra, lejos de sus amigos los poetas catalanes, cerca de los militares españoles. Federico Mayor Zaragoza recibió de las urnas el estímulo que no alcanzó de sus propias promesas, cuando dijo que dejaría el Gobierno si éste retiraba la Ley de Autonomía Universitaria (LAU): ahora ha sido retirado, pero sin querer, por el electorado barcelonés. Luis Ortíz, de Obras Públicas, sigue la suerte de su amigo el presidente y vuelve a los cuarteles de invierno zamorano. Luis Gámir, de Transportes, Ignacio Bayón, de Industria, Santiago Rodríguez Miranda, de Trabajo, Manuel Nuñez, de Sanidad, y Matías Rodríguez Inciarte, de Presidencia, han quedado en la calle y sin llavín.

Queda, entre los ministeriales, un nombre sonoro, que parecía incombustible, pero que se ha quemado en la noche de la feria triste de la UCd derrotada: Juan José Rosón, ministro del Interior, que el jueves protagonizó el anuncio de su propio descalabro, y lo hizo con esa voz madrugadora que tiene acostumbrados a los españoles a creer que todo está bajo control y a que ese optimismo razonado responda a la verdad. El también lo deja, a pesar de ser gallego. Porque otros gallegos que parecían destinados a ser desplazados permanecen incombustibles: Pío Cabanillas sigue, impertérrito, como un personaje secundario de Torrente Ballester, y Jesús Sancho Rof, que ya no era ministro, claro, vuelve al Parlamento quizá para asistir a las escenas finales del inacabado debate de la colza.

El incremento de escaños alcanzado por AP ha permitido, como novedad destacable, el acceso a las Cortes de José Manuel Romay Beccaría, íntimo colaborador de Fraga cuando desempeñó la cartera de ministro del Interior. Renuevan por supuesto su condición de parlamentarios personas que ya acompañaron a don Manuel en la pasada legislatura, como María Victoria Fernández España y Antonio Carro.

En cuanto al PSOE vuelve a llevar a las Cortes a los cabezas de lista en las elecciones del 79 y, merced a su ligero avance, incorpora algunos nombres nuevos como el catedrático Abel Rodríguez Caballero.

Se detuvo Abril

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El clima de desolación de los que se van y de los que se quedan tan en minoría como para llenar un autobús selecto no afecta sólo a los que han ostentado el poder, sino también a los que estaban en sus aledaños y han perdido el escaño en la maleza electoral. En esa situación están José María de Areilza, -que con el descalabro de UCD pierde su puesto de presidente de la Asamblea del Consejo de Europa-, Iñigo Cavero, Rafael Arias Salgado, Jaime Lamo de Espinosa, Félix Manuel Pérez M¡yares, Enrique Sánchez de León, Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona, Ignacio Camuñas y Rafael Calvo Ortega. Queda también fuera el tránsfuga Ricardo de la Cierva, desplazado de Murcia, donde no era querido, a Melilla por Manuel Fraga Iríbarne. Un antiguo colabor de De la Cierva comentaba ayer: "Ese desplazamiento y esa derrota demuestran lo listo que es don Manuel".

Y, claro, no vuelve al Parlamento Fernando Abril Martorell, derrotado en Valencia a pesar de ser, como solía, cabeza de lista. Ahora está instalado en la crisis del que hasta ahora ha sido partido del Gobierno. En el País Valenciano, tan azotado por la lluvia en las jornadas previas a las elecciones, se han dado, por otra parte, circunstancias que simbolizan la geografía electoral española. Como diputado del Partido Socialista Obrero Español acude al nuevo Parlamento Joan Lerma, economista de 33 años, de rostro impenetrable, gesto seco, un personaje que ofrece una imagen marmórea edulcorada por una barba que Jaime Millas considera como propia de las caras actuales del PSOE. Para el mismo partido mayoritario ha sido elegido el que en la tierra valenciana se considera "el Alfonso Guerra local", Antonio Sotillo, ex jesuita, abogado mercantil, formado bajo la influencia del administrativista Manuel Broseta, de hablar muy claro y muy duro; un todo terreno parlamentario. Antonio García Miralles, 40 años, casado, presidente de la Asamblea Provisional Valenciana, en Alicante, y Felipe Guardiola, en Castellón, de 31 años, número uno de su partido en esta tierra, el diputado con el peinado más moderno de los que acudan al Parlamento, completan, a grosso modo, el panorama de los nuevos rostros de la izquierda valenciana, que ha tenido una ausencia notoria, la de Emerit Bono, comunista, que no regresa al hemiciclo. En la zona centrista, queda fuera Enrique Monsonís ("yo no cambio el caballo en medio del río", diría como en un western la noche de la derrota), y no acudió a las urnas Joaquín Muñoz Peirats, a quien Abril no deseaba.

Se detuvo Abril, pues, en Valencia, y arrasó Fraga, que lleva al Parlamento a algunos nuevos rostros que no son tan nuevos: Miguel Ramón, de 63 años, que fue alcalde franquista por Valencia, amigo de Herrero Tejedor y del Suárez de entonces; y Manuel Giner, de 56 años, el director de la clínica en la que se estiman que pare la mayoría de las valencianas. Para compensar la veteranía, un rostro joven, el de Carlos Manglano, arquitecto, y el alicantino profesor Vicente Ramos, al que los malévolos sitúan como excesivamente ocupado en buscar catalanistas debajo de la cama.

En Castellón, por otra parte, el partido de Fraga ha aportado el rostro de Gabriel Elorriaga, que tiene una biografía metafórica: salió de las mazmorras franquistas por determinados sucesos estudiantiles, se amparó bajo el paraguas de su actual jefe en el Ministerio de Información, aguantó sin sonreir, resguardado del diluvio del Opus, un chaparrón popular en Tenerife cuando fue gobernador civil y encarceló a algunos estudiantes, y ahora ha vuelto al, acogedor y chorreante paraguas del futuro líder de la oposición.

Cataluña ha sido toda una historia, porque allí no sólo ha triunfado el socialismo, sino que lo ha hecho con armas extrañas a anteriores contiendas: las de los intelectuales. Ha llegado a las naves parlamentarios el filósofo socialista Xavier Rubert de Ventós, que poniendo en solfa cualquier método hizo su campaña proclamando su aversión por la LOAPA y se ha instalado en el Senado -como en Cantabria lo hizo Juan González Bedoya, periodista- el también socialista poeta Carlos Barral, navegante de Calafell. Pierde Cataluña una voz parlamentaria poderosa, la del comunista Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución, que pondrá este disgusto por encima de los que ya le proporciona el Barga, y se ausenta también Solé Barberá. El antiguo fontanero monclovita José Coderch no tuvo suerte con la opción de Suárez. Carles Sentís confirmó su derrota anunciada como candidato del centro de Lavilla y también desaparece una mujer que trajo de cabeza a Mayor Zaragoza: la comunista Eulalia Vintró. Una voz que se va a echar en falta es una de las que más se oyó dentro y fuera del Parlamento: la de Antonio de Senillosa, que estuvo a punto de salir en la barca de Suárez y ha visto, con ojos de Proust, cómo la barca se hundió también en Barcelona. Veremos por el Parlamento, sin embargo, la escueta figura del crítico de arte Francesc Vicens (Esquerra Republicana) y, creeremos estar en el túnel del tiempo cuando veamos intervenir a Eduardo Tarragona (el procurador en Cortes que llamaba "al pa, pa y al vi vi" enfrente de Franco) y que ha hecho la campaña aliancista con pistola al cinto. Nos acercaremos al lenguaje del profesor europeo con la llegaba de Eduard Punset (Convergència i Unió) al Parlamento y padeceremos vértigo cuando veamos que el Lasuén que fue socialdemócrata se sienta a defender el presupuesto económico de la oposición fraguista.

Retrato-robot imperfecto

Digamos que las regiones citadas suponen un retrato-robot imperfecto de lo que ha de ser la composición del nuevo Parlamento -centrada prácticamente en el Congreso-, porque queda por consignar que Manuel Cantarero -hombre de tan dilatada biogra ría política que le ha permitido via jar desde el aperturismo reformista del Movimiento Nacional a una autoproclamada socialdemocracia que ha desembocado en los brazos de Alianza Popular- se ha hecho diputado por Guadalajara; que Verstrynge, el segundo del citado Fraga, ha salido en Andalucía, donde quiso presumir de conoce dor de geografía y confundió a la Ubrique gaditana con una supuesta Ubrique malagueña de la que, además, se proclamaba oriundo; y que Guillermo Kirkpatrick, que declaró que si un día se producía el golpe él se retiraría a escribir un li bro, también estará en los escaños de Alianza, y que, en fin, Fernando Morán, socialista, escritor, cambió Asturias por Jaén y triunfó en las antiguas tierras de Lavilla, y que Antonio Kindelán, comunista de cara de progre ilustrado, ocupa en Córdoba una de las escasas parcelas del PCE, y que una de las mujeres más jóvenes que llega al Parlamento es la vizcaína Ana Gorroño, cardióloga de 28 años, del PNV, y que se va Nicolás Sartorius con su semblante británico quizá a buscar el eurocomunismo perdido, y que no acude el canario nacionalista, detonante y cordial Fernando Sagaseta, pero viene, en solitario, el ucedista tinerfeño Luis Mardones.

El retrato-robot refleja otras dos ausencias y un detalle positivo: no estarán, por voluntad propia -con permiso de las urnasni el socialista Gómez Llorente ni el centrista Emilio Attard. Sí estará, y este es, entre otros, el dato positivo, Manuel Nuñez Encabo, el diputado socialista al que quisieron quitar por la fuerza el 23 de febrero de 1981 la posibilidad de decir libremente que no o que sí en el Parlamento democrático. Los que usaron contra él y contra sus compañeros las armas han sido definitivamente ridiculizados por el pueblo español.

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