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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate frustrado

LA CAMPAÑA electoral no va a ser cerrada por ese debate televisivo entre líderes que la Junta Electoral Central, tal vez arrogándose atribuciones que correspondían al Consejo de Administración y al director general de Televisión Española, había programado para hoy por la noche. A nuestro juicio, los socialistas cometieron un desafuero al tratar de imponer un moderador del debate -exigencia finalmente aceptada, sin embargo, por los representantes de los restantes partidos- pero disponían, en cambio, de convincentes argumentos para mantener que el coloquio se desarrollase sin un corsé de temario cerrado y sin un estricto cronometraje que concediera a cada uno de los cinco líderes exactamente los mismos minutos y segundos para cada una de sus sucesivas intervenciones.El presentador de La Clave es un buen profesional y su candidatura para desempeñar el papel de moderador del frustrado debate se apoyaba en sólidos argumentos. Ahora bien, la postura socialista de considerar la designación de Balbín como una condición innegociable para la celebración del coloquio era absurda, ya que hay otros periodistas, tanto dentro como fuera de Televisión, capaces de: realizar el trabajo de ordenación y sosegamiento de las discusiones con igual corrección y eficacia. Resulta, sin embargo, sorprendente que los representantes de AP, UCD, CDS y PCE terminaran por doblegarse ante esa exigencia, que perjudica innecesariamente a la propia y bien ganada reputación de independencia de Balbín. De otro lado, el decepcionante desarrollo del programa preclectoral de La Clave celebrado hace tres semanas, en el que intervinieron Fraga, Carrillo, Lavilla, Guerra, Rodríguez Sahagún, Arzallus, Roca y Uruñuela, mostró que a este veterano moderador también se le puede escapar de las manos un debate, hasta hundirse en la confusión y el aburrimiento.

Pero todavía se comprende menos que los representantes de AP, UCD, CDS y PCE se pusieran de acuerdo entre ellos para tratar de transformar un debate vivo en un rosario de intervenciones estancas mediante las que los líderes, protegidos de réplicas y de discusiones tras la barrera de un orden del día y de un minutaje estrictos, repitieran las promesas y diagnósticos expuestos a lo largo de su campaña y sobradamente conocidas ya por los ciudadanos. Posiblemente las iniciales vacilaciones de los socialistas ante el programa televisivo, claramente perceptibles en el desarrollo de las negociaciones, provinieran no sólo de sus recelos ante las consecuencias electorales de un coloquio que concluyera con el minuto último de la campaña, haciendo imposible cualquier rectificación ulterior, sino también del acto organizado para la noche de hoy en la Ciudad Universitaria por el PSOE. El mitin que cierra en Madrid la larga campaña socialista hubiera quedado vaciado de contenido con la ausencia de Felipe González, obligado a acudir a Prado del Rey a las mismas horas. En cualquier caso, han sido los restantes partidos, con su obstinación en transformar un debate abierto en una sucesión de intervenciones temporalmente milimetradas, los que han perdido la razón en la polémica, tras haber renunciado a la que les hubiera pertenecido de mantener su rechazo a la imposición de moderador.

El incidente encaja a la perfección en el conocido episodio del diálogo entre un cazo y una sartén a propósito de sus respectivas capacidades para tiznar blancuras ajenas. Suárez nunca aceptó debates en directo con sus adversarios mientras ocupó la jefatura del Ejecutivo y Lavilla, presidente de las Cortes durante la segunda legislatura, inventó, en marzo de 1979, la extraña teoría de que la investidura del presidente del Gobierno no tenía que ser precedida de un debate previo ni debía ser televisada en directo. Carrillo ha yugulado, en las columnas de la Prensa que controla, no sólo cualquier debate con otras fuerzas políticas, sino también los espacios solicitados por las corrientes discrepantes dentro de su propio partido para exponer, sin desfiguraciones, sus propios puntos de vista. En cuanto a Fraga los antecedentes son hasta risueños. Durante sus dos estancias en el poder silenció -a veces brutalmente- a sus adversarios, calumnió a sus opositores y convirtió a Televisión en una caja de resonancias para sus monólogos. Tanto estos cuatro líderes como el propio Felipe González se han aferrado codiciosamente a sus espacios gratuitos en Televisión sin mostrar la menor solidaridad con los representantes de otras opciones que -como los nacionalistas catalanes y vascos- contaron con grupo parlamentario en la anterior legislatura y disponen de buenas expectativas ante los próximos comicios. En definitiva que aquí lo de la primera piedra y quién la tiró es difícil de averiguar. No hay que sentirse ofendidos porque el debate-coloquío no se celebre. Hay que sentirse ofendidos, en cambio, por tanta manipulación en torno.

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