El problema de los conversos
Se sabe por la historia. El converso es siempre el más activo y celoso de los partidarios, porque es quien tiene más necesidad de dar pruebas de su fe. Se da en el caso religioso (el más cruel de los inquisidores era descendiente de judíos) y en el nacional, que he presenciado a menudo en Estados Unidos.Los que necesitaban gritar su patriotismo todo el tiempo y se mostraban más, duros contra los posibles enemigos de los norteamericanos eran casi siempre alemanes o italianos de origen, incluso a veces con inglés deficiente, aprendido tardíamente cuando obtuvieron la ciudadanía americana.
España, no siendo tierra de promisión, no cuenta con tantos patriotas nuevos, pero he notado que en el fútbol, húngaros o uruguayos se parapetan a menudo detrás del nombre de España para protegerse de las críticas.
Al invocar la patria para ellos recién adquirida, intentan colocar al adversario en fuera de juego: "Atacáis al equipo español; luego, no sois españoles".- Silogismo perfecto, mentira total.
Vino, toros y flamenco
No son muchos. Los que empiezan a abundar son los especialistas en folklore español, que sientan, a menudo, cátedra, especialmente en los toros, en el baile flamenco y en el vino. Ante ellos siempre adopto una postura escéptica; primero por la incongruencia entre el obvio acento extranjero y la racialidad del tema que están discutiendo, pero, mucho más importante, porque se trata de dos actividades que sólo pueden apreciarse a través de una continua asistencia a ellos.
En una de las pocas películas dignas sobre la corrida (hecha, curiosamente, por un extranjero) Tarde de toros, de Ladislao Wadja, creo recordar que era Tip quien, al discutir con un vecino de tendido le advertía que a él "le habían salido los dientes asistiendo a los toros". A lo que el vecino, aludiendo al sueño del ortodoncista que es Tip, le retrucaba, "habrá usted venido muy despacio".
Echar los dientes en el empeño, es decir, asociarlo a la niñez, "mamarlo", como dicen otros remontándose aún más allá, es evidente que tanto en el caso de los toros, como en el del vino y en el baile flamenco, el conocimiento llega a través de una atención larga y porfiada que permita detectar el grado de pureza presente en el pase natural, en un vaso de vino o en el taconazo de un bailarín, ciencia a la que muchos extranjeros han intentado llegar como se llega a todos los demás, es decir, a través de los libros.
Esfuerzo inútil
Por mucho que yo esté, por razones profesionales, a favor de la cultura libresca, tengo que advertirles que ese esfuerzo erudito es prácticamente inútil. No hay título más engañador en el mundo que el de Cómo apreciar un buen vino, Cómo ver una corrida o El secreto del flamenco en doscientas o trescientas páginas.
Esa erudición puede servirle entre toro y toro, entre vaso y vaso , entre paso y paso para demostrar una memoria que puede ser incluso interesante. Pero el olé a tiempo ante el movimiento combinado de¡ hombre y la fiera, o cuando termine ella de "quedarse dormía", ese proyectar admirativo del labio inferior mientras se mira al líquido mediado en la copa no se puede hacer si uno no ha refinado y madurado la vista y el gusto en muchas plazas, en muchos restaurantes y en muchos tablaos. Porque se trata de tres actividades en las que el saber va unido, curiosamente, a un vecino lingüístico, el sabor, y éste no se alcanza sólo leyendo, por muchas páginas que se eche uno al cuerpo.
Y que no se molesten por ello los extranjeros cuyo amor a España les impulsa, además de admirarla, a vivirla. La misma inferioridad atacaría a un español que llegase a un estadio de baseball o de cricket armado sólo de una enciclopedia de datos.
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