Vida y tiempo
"Estamos viviendo la angustia del tiempo", decía el gran escritor suizo-alemán Max Frisch en unas recientes declaraciones a Le Monde. En efecto, las grandes o pequeñas muertes, el stress de la vida cotidiana, la instantaneidad del erotismo contribuyen a agudizar con mayor intensidad que nunca esta sensación de su fugacidad. Sin duda alguna, es más gozosa esta tristeza del tiempo de lo que puede ofrecernos la eternidad, esa monotonía de la repetición de lo mismo siempre igual. Pero debemos distinguir vida y tiempo, que suelen confundirse en el lenguaje usual, diferenciarlos dentro de su unidad básica, pues no podemos oponerlos ni separarlos tajante y artificialmente.Al hablar de la vida solemos referirnos a la nuestra particular, íntima, y del tiempo como una dimensión abstracta, hasta irreal, cuando es precisamente lo contrario. La vida es universal, cósmica, fluidez, variedad, movimiento puro sin sentido ni razón, que parece diluir el tiempo en su oceánica inmensidad. Es la dialéctica vital de Heráclito y Nietzsche. El tiempo es lo que nos pasa por dentro ordenada y sucesivamente, con pautas morosas y fugas arrebatadas, subjetiva y patéticamente, es el sentido del discurrir de mi vida. Hay poco tiempo en nuestra vida y mucha vida en el tiempo, o sea, que éste es siempre breve, cronológicamente medido, porque disponemos de pocos años y, a la vez, se puede vivir muchísimo e intensamente en un corto espacio de tiempo. "¡Qué dilatada vida ha tenido!", suele decirse cuando muere un artista que ha cumplido su estro, pero se trata sólo de unos pocos años-luz del tiempo cósmico.
En su vaga generalidad la vida parece inconmensurable, caótica e inaprensible para la razón, y el tiempo, simétrico, ordenado, racional. Por ello, dialectizar no es racionalizar, sino, temporalizar, reflejando la vida al tiempo que se vive. Ya Kant descubrió, en su Dialéctica trascendental, las antinomías de la razón pura, sus paradojas intrínsecas que limitaban su poderío. La vida, pues, no se deja racionalizar por completo y conserva su autenticidad dinámica y huidiza. También Hegel, en su prólogo a la Lógica, introduce el principio de contradicción que es la sin razón de la razón. Su dialéctica es el desarrollo de estas oposiciones intrínsecas y, como la temporalidad, está en la entraña misma de la razón. En su magnífico libre Existencialismo e historicismo, el filósofo catalán Eduardo Nicol descubre este secreto vitalismo hegeliano donde vida, tiempo y razón aparecen unidos lógicamente. Contra la generalidad objetiva de la vida se alzaron Kierkegaard y Jaspers, estableciendo una diferencia nítida: la vida es una generalidad que no nos afecta ni concierne; la existencia es radicalmente subjetiva, humana, mía, nadie me la puede arrebatar. Mientras al exterior la vida fluye oscura y misteriosamente, la existencia es diáfana porque objetivamos nuestra vida al comprenderla y cada hombre puede verse como un espectáculo cinético. Pero existir es vivir desgarrado por disyuntivas que nos paralizan en nuestro movimiento vital, es temer y temblar, angustia y desesperación que nos proyectan hacia el futuro y perdemos el presente. La existencia nos desvitaliza al desvivirnos por vivirla. Claro que también se puede renunciar a la existencia y seguir viviendo, como el investigador en el laboratorio, entregado sólo al conocimiento. Progreso infinito de la razón que Galvano della Volpe llamaba dialéctica misma de la ciencia y que significa, a la vez, racionalizar la
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existencia desdramatizándola.
Razonar es la diversión o entretenimiento de la razón lúdica, jugar al ajedrez para dar jaque mate al adversario, olvidando por completo la existencia personal, como El jugador, de Dostoievski. "Empezar siempre de nuevo y por el principio es la regla regulativa del juego y del trabajo asalariado", dice Walter Benjamín, mecanización que hace del juego una pasión ajena al tiempo, es decir, una forma de perderlo sin consumarlo, aunque el jugador, mediante les coups, goce, en unos segundos, de una gran concentración del tiempo. Le pari, de Pascal, es el origen de una ciencia nueva: el cálculo de probabilidades. Así, no dejamos nunca de jugar o apostar, aunque racionalicemos o dialecticemos. "Un coup des dés jamais n`abolira pas le hasard', decía Mallarmé, aunque Einstein retrucó que Dios no jugaba a los dados. Razón y azar, casualidad y necesidad, juegan siempre la misma partida de ajedrez, sin poder lograr uno de ellos la victoria completa. Sin embargo, el matemático soviético Kolmogórov descubre una regularidad objetiva en los fenómenos casuales que permitirá racionalizar el azar.
Dialectizar es resolver las contradicciones del tiempo para llegar a unir los distintos tiempos activo-subjetivos en uno idéntico y común: la historia. Es la empresa que intentó llevar a cabo Sartre, en Critica de la razón dialéctica. Pero al reducir el tiempo al espacio subjetivo excluyó la vida, el cosmos, la naturaleza íntegra, y no logró una dialéctica del tiempo total. Pretendió evitar que el individuo, brizna o soplo provisional, -pasajero efímero de la vida, se sometiese a la fatalidad o dictadura violenta de las leyes ineluctables de la necesidad histórica. El derecho infinito del sujeto, que reivindica Sartre, es su libertad frente a la dialéctica universal de la temporalidad. El individuo, ¿es un espectador pasivo o un creador activo? Desde luego es autor de su tiempo y de la historia, nero a su vez está creado por la vida. Somos tiempo y vida, razón y organismo, sin que podamos separarlos jamás. Sólo podemos dividir nuestras facultades: razonar, racionalizar, dialectizar para poder, sin congelar el tiempo de inmortalidad, jugar, pensar, existir, vivir. Entre ellas debemos optar. Yo prefiero entregarme a esa meta inmanente de la historia, el espíritu hegeliano del tiempo. Pero que cada uno haga su juego. Faites vos jeux, messieurs. Rien ne va plus.
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