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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Florecillas subversivas

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Roberto Rossellini aprendió a hacer cine bajo el odio al fascismo. Una vez finalizada la guerra mundial, dos filmes suyos, Roma ciudad abierta y Paisá, abrieron, junto con El limpiabotas y Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica una nueva era para el cine europeo. Su ingente obra fue un chorro de luz interior en la penumbra de las salas.Estos filmes, caracterizados por la unidad que la lucha contra el fascismo generó en todos los cineastas italianos de izquierda, creó un espejismo en sectores de la crítica situada dentro de la órbita del partido comunista, toda vía staliniano, y en especial en el influyente Guido Aristarco, director de la revista Cinema Nuovo: considerar a Rossellini, que fue uno de los hombres más independientes de que hay noticia como uno de los suyos. Rossellini no fue nunca de nadie, salvo de sí mismo y de su búsqueda solitaria de la verdad.

Rossellini, tras la efímera armonía provocada por el enemigo común, tiró por su lado, en un camino sin vuelta y sin compañeros de viaje. Así llegaron Alemania, año cero, en 1947; El amor, en 1948 y Sromboli, en 1949. Aristarco y sus correligionarios toleraron de mala gana la maestría solitaria de estos filmes. Pero en 1959 se les atragantaron las espinas de las Florecillas de San Francisco, que Rossellini realizó con el título de Francesco, giuglare di Dio. Era demasiado para los gendarmes del materialismo ver entrar al rojo de antaño en el reino de la espiritualidad.

Así nació el anatema de Aristarco sobre la involución de Rossellini: el supuesto marxista de antaño se había pasado supuestamente al cristianismo.

El higiénico dictamen de Aristarco equivalía pura y simplemente a una acusación de traición, lo que con Stalin todavía en el Kremlim, era una palabra seria, muy grave, incluso peligrosa en sentido físico, para cualquier hombre de izquierda, y Rosselini a su manera lo fue. En sentido riguroso, el izquierdista Rossellini nunca fue -ni marxista ni cristiano, o tal vez fue, entre otras muchas, ambas cosas a la vez. Apasionado por la verdad y la realidad, tomaba a ambas donde y como se le aparecían, sin fijarse en la etiqueta ni en la procedencia del paquete. Por otra parte, el amor de Rossellini por el frasciscanismo es una de las constantes subterráneas de todo su cine, y está en Stromboli, en Europa 51, en el personaje Fabrizio de Roma, ciudad abierta, en la secuencia del convento de Paisá, y en otros muchas floraciones de su cine, en las que la cosmogonía franciscana representa, para Rossellini, el secreto carácter subversivo de la bondad en el marco del egoísmo institucionalizado, y la fuerza demoledora de la armonía en un mundo esencialmente desarmónico.

El filme, construido sobre el hilo de una decena de florecillas franciscanas, relatadas con asombrosa sencillez, fue, en la época del milagro económico italiano, una inquietante llamada -al recuerdo de que la pobreza no tanto en sentido social -como ético- seguía siendo, en el reino de la Fiat, la única patente de verdadero cristianismo, y no la orquestada por Alcide De Gásperi, Amintore Fanfani y su nada cristiana Democracia Cristiana.

El filme es sencillo y de una desarmante belleza, tocada de irresistible gracia, pletórica de ingenuidad y de humor.

El sentido humorístico del franciscanismo, su alegría casi contagiosa, obsesionaron y apasionaron a Rossellini que se limitó, sirviéndose de auténticos frailes franciscanos, sobre las auténticas rutas del santo de Asís, a traducir a imágenes la inefable visión del mundo del hermano Francisco, y su corte de mendigos rezadores, sonrientes e iluminados

Francisco, juglar de Dios se emite hoy a las 22.00 por la segunda cadena.

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