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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Por el cambio, pero ¿cuál?

El lema de la precampaña electoral socialista reza Por el cambio y puede. considerarse un acierto de los expertos en propaganda de ese gran partido. A los electores que han. visto desaparecer sus puestos de trabajo y evaporarse sus ahorros; a quienes temen, y con razón, que sus inversiones siguen por el mismo camino; a las amas de casa, ahogadas por el alza de los precios cada día; a todos los que padecen una mala Administración, que llega desde el desorden público a la falta de orden sanitario, puede y debe gustarles el intento de cambio. Como Alfonso Guerra nos decía en la presentación del afortunado cartel electoral, es preciso cambiarla situación económica y social actual".La cuestión surge cuando se trata de precisar la dirección del cambio, porque de nada sirve -afirmar que la meta del mismo es "una sociedad más libre y más justa". En política es especialmente cierta la tesis fundamental de la lógica moderna, según la cual carece de sentido toda proposición cuya contraria tampoco la tiene. De la misma manera que afirmar la cuadratura del cuadrado o la redondez, del círculo no es decir nada, porque es imposible afirmar lo inverso, tampoco significa hada en realidad pretender que la sociedad mejore sin precisar en qué consiste esa mejoría, porque nadie va a propugnar lo contrario. EL programa de una sociedad más libre y más justa lo suscribiría en España cualquiera de las fuerzas políticas, desde la extrema derecha al extremo Este, cobijando bajo la libertad y la justicia significados muy distintos. ¿Cuál es el sentido socialista de ambos términos?

El cambio que los socialistas propugnan comienza, y con razón, por la economía, por la necesidad de controlar la inflación galopante y la no menos urgente de crear empleo. ¿Harían tal cosa,los, socialistas si llegaran al poder? La experiencia internacional o, a escala muy reducida, la de los múltiples gobiernos locales que ostentan desde 1979 no permite, sin duda, afirmarlo. En la España de 1981, como en la Francia de 1981 o en el municipio madrileño en 1979, los socialistas no podrían resistir la demanda de incrementos salariales directos e indirectos, y con toda honradez así lo ha dejado bien en claro Nicolás Redondo. Mayores salarios y menor productividad no es el mejor sistema de arreglar una economía en crisis, porque eso da lugar a la inflación, y la inflación crea paro. Si además es preciso poner en práctica un programa de nacionalizaciones, que hace meses negaba Felipe González y que ahora afirman au torizados portavoces del PSOE en estricta fidelidad a los acuerdos de sus congresos últimos, es muy difícil pensar en úna reactivación de la inversión privada.

El resultado no hay que imaginarlo. Se ha visto allí donde el proyecto de cambio socialista ha tenido ocasión de dar sus primeras flores. Wilson y Callagham, en el Reino Unido; Mitterrand, en Francia, y hasta el moderado Schmidt, en la República Federal de Alemania, son capaces de aumentar a la vez el paro y la inflación. Para salir del marasmo pueden seguirse dos caminos: o abandonar el proyecto socialista, como está ocurriendo en Grecia, y para eso sobran hasta los propios socialistas, o intervenir más duramente en la economía, como está ocurriendo en Francia.

El socialismo propone el cambio económico, pero lo que la experiencia nos enseña es que dicho cambio acentúa la crisis que dice querer remediar y crea las condiciones para un cambio todavía mayor y, por supuesto, peor.

También es verdad que la sociedad, en expresión del autorizado, dirigente del PSOE, debe cambiar por la vía de la libertad. Es preciso profundizar las libertades, tales como, por ejemplo, la informativa, en la que el PSOE se niega rotundamente a admitir, como la Constitución exige, una pluralidad de canales de televisión, y donde, de acuerdo con sus programas, está llamada a desaparecer la pluralidad de emisoras de radio, aunque algún dirigente socialista de especial benevolencia, como mi amigo Solana, reconocía la licitud ¡sólo! de las emisoras privadas de frecuencia modulada.

No hace mucho que un socialista docto, Elías Díaz, excluia de la tabla de derechos humanos la propiedad y la libertad económica, tesis literalmente recogidas por otro socialista insigne, el ayer senador y hoy magistrado Femández Viagas. No hace mucho aún, en un: opúsculo prematuramente desaparecido de la circulación, Las propuestas culturales del PSOE (Madrid, 1979), propugnaban la conversión del teatro en un servicio público. Y todos sabemos la interpretación, estrictamente contraria a la pluralidad, que Luis Gómez Llorente (a mi juicio, la mejor y más brillante cabeza de la izquierda española) da de la libertad de enseñanza. El cambio socialista hacia la libertad parte, sin duda, de supuestos filosóficos muy concretos, pero produce además resultados aún más tangibles de los que son test¡gos los periodistas, los locutores, los docentes, los televidentes, los empresarios, y hoy hasta los trabajadores franceses. Una libertad que tiende a excluir la pluralidad de opciones y, en consecuencia, la alternativa en las decisiones.

Pero todos, incluidos los socialistas, consideramos que el gran cambio que España necesita es el salto hacia la modernidad. ¿Qué es moderno en política? Resulta tema excesivo para un artículo yan tan largo, pero puede sintetizarse en un Estado democrático, es decir, con pluralidad de opciones, en una sopedad igualmente plural, y como tal, basada en ese pluralismo económico sin el cual no florece ninguna otra libertad.

Ni la planificación concertada, ni la autogestión, ni las nacionalizaciones que el PSOE propugna han producido en parte alguna libertad niprogreso económico; ni el control de la sociedad y de la cultura que el PSOE pretende, y basta atender a su actitud frente a la televisión o a la enseñanza, es una vía de liberalización; ni el Estado puede ser verdaderamente democrático, al menos en el sentido occidental del término, cuando sus ciudadanos nó pueden decidir entre cosas diversas, porque ni esas cosas se ofrecen al mercado ni ellos pueden alcanzar capacidad alguna de decisión. Porque a plazo más o menos largo sólo decide quien puede elegir entre dos cosas, no aquel a quien tan sólo es dado participar en una de ellas para asentir a quien la dirige.

La intervención económica y el control social son, al menos, tan viejos como Diocleciano, y no re sulta la vía del cambio hacia la modernidad. Aunque el socialismo es a todas luces una doctrina arcaica, yo no pretendo que el PSOE sea en manera alguna una opción política arcaizante. Sus pasos no quieren ir hacia atrás, pero tampoco pueden ir hacia adelante. Simplemente, como la máquina que sale lateralmente de la vía, puede hacer descarrilar el tren..., y también descarrilar es cambiar.'

Miguel Herrero Rodríguez de Miñón es miembro de AP.

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