Un buen melodrama
Mijail Kertesz, antes de americanizar su nombre con el legendario de Michael Curtiz, llegó a Hollywood -junto con otros cineastas húngaros como Andre de Toth, Steve Sekely y Laszlo Fejos- con su oficio bien aprendido como documentalista y como ayudante de dirección de Stiller y de Victor Sjostrom, por lo que le fue fácil encaramarse en las listas de preferencia de las grandes marcas cinematográficas norteamericanas, que no entendían de pasaportes y nacionalidades, sino de buenos rendimientos económicos para sus películas.Y esta lección se la sabía bien Kertesz-Curtiz, que fue uno de los que más convincentemen te supo combinar calidad y comercialidad, en misteriosas dosis, capaces de compatibilizar el juicio intuitivo del profano y el enrevesado análisis del cinéfilo. De ahí su éxito y la permanencia de éste a través de tres décadas. Inició su filmografía en Hollywood en 1927, con nada menos que seis películas en un solo año, ninguna digna de recordarse, y la cerró en 1961 con la floja. Francisco de Asís y la agradable Los comancheros. En medio dejó una larga y contradictoria filmografía, en la que hay de todo un poco y para todos los gustos.
Mildred Pierce, situada justamente en el centro de su filmografía norteamericana,, es una novela de James M. Cain, híbrida de relato negro e historia sentimental, y, a la manera habitual de este raro y excelente escritor, con despuntes de crítica social sobre la vida en las clases medias norteamericanas. En 1945 la Warner Brothers, que había comprado los derechos del libro y encargado hacer un guión sobre él a un especialista en melodramas, Ronald McDougall, puso el fajo de folios en manos de Michael Curtiz y le encargó realizarlo.
La acidez del relato había sido ya dulcificada en el guión -no olvidemos que en aquellos años el público norteamericano demandaba caramelos antes que bofetadas-, y Curtiz, un director ecléctico, con personalidad al mismo tiempo enérgica y difusa, capaz de lo mejor -Casablanca, Dodge, Ciudad sin ley, Los comancheros, El halcón de los mares-, de lo mediano -La hora escarlata, Virginia City, Yanki Dandy- de lo peor -Sinuhe el egipcio, Francisco de Asís, El capitán Blood, La carga de la brigada ligera-, pero muy sagaz a la hora de diagnosticar por dónde va la comercialídad de un filme, se olvidó totalmente de Cain y jugó abiertamente la carta sentimental, abriendo sin inhibiciones la espita del melodrama.
El resultado es, en su género, más que aceptable. Y hay una razón adicional que añadir al olfato de Curtiz para orientar esta bronca y amarga historia de Cain por el lado sentimental, que es hacerlo gravitar casi enteramente gobre el fascinante rostro un punto de duro, de seco, de anguloso, pero capaz de efectuar brillantísimas y apasionadas transfiguraciones líricas, de Joan Crawford, por entonces en su plenitud.
Crawford se llevó el oscar a la mejor interpretación femenina principal y Ann Blyth completó el mérito llevándose a casa la estatuilla destinada a la mejor interpretación femenina secundaria. Curtiz, nuevamente, se manifestaba como un director de actores resultón y habilísimo, tal como había demostrado en Casablanca, tres años antes, donde dirigió con extraño temple y rigor a media docena de actores, sin conocer apenas el guión, sin saber cada día la escena que había de rodar al siguiente, pero manteniendo, pese a ello, una continuidad en el relato inconcebible, habida cuenta de las condiciones en que se filmó.
Alma en suplicio se emite hoy, a las 21.40, por la prúnera cadena.
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