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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La campaña electoral: informacion y poder

LAS ENCUESTAS de opinión han transformado en algunos aspectos decisivos la manera en que los Gobiernos y los partidos plantean y desarrollan una campaña electoral. Este instrumento de tecnología política ha sustituido en buena parte a la antigua confianza de los profesionales del poder en su olfato o en las experiencias comparadas. En efecto, la información obtenida mediante procedimientos estadísticos permite extraer conclusiones bastante más seguras que las dictadas por la intuición o el sentido común. Es un hecho sabido que la información es poder, y resulta lógico, en consecuencia, que los estrategas de las campañas electorales se esfuercen por disponer de la mayor cantidad posible de datos ocultos sobre las actitudes de los futuros votantes, a fin de utilizarlos al servicio de sus propósitos. Las encuestas de opinión, así, pueden mostrar claramente los cambios de actitud de los electores ante buen número de cuestiones y permitir a los partidos reaccionar ante esos nuevos datos mediante la modificación o matización de sus programas y discursos.Una de las notas diferenciadoras del restablecimiento de la democracia en España con respecto a la etapa anterior a la guerra civil ha sido la utilización de las encuestas de opinión, especialmente los sondeos electorales, como un instrumento de trabajo básico de los partidos. El Centro de Investigaciones Sociales, por ejemplo, ha sido el más escuchado consejero de los Gobiernos de UCD, pese a que los recursos públicos con que esa institución se financia justífican difícilmente su secuestro por el poder ejecutivo. En cualquier caso, la competitividad democrática pierde en transparencia cuando uno o varíos jugadores se reservan una información que les da clara ventaja para el descarte o las apuestas en la partida. De otra parte, la publicidad de datos reservados priva de poder a quienes los manejaban en secreto, puesto que el conocimiento de esa información permíte a los ciudadanos pasar de la situación de objetos susceptibles de manipulación a la condición de sujetos capaces de reflexionar a la vista de la información recibida. Tal vez por esa razón, la difusión de las encuestas suele ser contemplada con enorme recelo por los centros de poder, que desearían disfrutar del monopolio de su realización y conocimiento.

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Como toda innovación técnica, las encuestas de opinión están condenadas a ser recibidas con la desconfianza que provoca cualquier novedad o con el respeto mágico que producen formas aparentemente arcanas de conocimiento. De esta forma, los sondeos o bien son acusados de falsear voluntaria y conscientemente la realidad, o bien son adorados supersticiosamente como profecías que han de cumplirse inexorablemente. Los sociólogos y los estadísticos, sin embargo, han derrochado ríos de tinta para explicar los fundamentos -científicos de las encuestas, los requisitos de fiabilidad y validez que han de cumplir en su realización y los márgenes de indeterminación que forzosamente arrastran. A las encuestas hay- que exigirles que su muestra esté bien seleccionada, que los cuestionarios estén bien formulados, que las preguntas sean indicadores válidos de las cuestiones apuntadas y que la recolección y tratamiento de las respuestas se lleven a cabo con rigor. Ahora bien, la capacidad de las encuestas para suministrar una información incomparablemente superior a la experiencia o al sentido común no las convierte en modo alguno en pitonisas de Delfos secularizadas o en versiones estadísticas de los hechiceros tribales.

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EL PAIS publica hoy un trabajo de panel realizado por el Centro de Investigación y Técnicas Políticas -en colaboración con Sofemasa y una empresa alemana-, con la asesoría de expertos internacionales tan prestigiosos como Dieter Nohlen, Douglas Rae y Jean Blondel. Aclaremos que un panel es una encuesta de opinión cuyos objetivos exigen la realización de entrevistas sucesivas y reiteradas con los mismos individuos, a fin de observar la permanencia o los cambios de sus actitudes y opiniones a través de un período de tiempo determinado. Consiste, así pues, en una serie repetida de encuestas sobre idénticos temas dirigidas a una misma muestra fija, que permiten conocer no sólo los cambios totales del agregado representado, sino también los cambios internos y la fluctuación neta de los mismos. En sentido estricto, el panel es el grupo que se manifiesta repetidamente sobre los mismos temas.

La técnica fue inagurada, en el dominio político, por el célebre estudio de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet en el condado de Erie durante la campaña de la elección presidencial norteamericana de 1940. El trabajo de esos tres investigadores se proponía seguir las fluctuaciones de los electores a lo largo de su recorrido hasta las urnas y descubrir el efecto relativo de los distintos factores que podían influir en el sufragio efectivamente emitido. A partir de esa experiencia, los expertos descubrieron que la técnica delpanel, para ser fiable y válida, no sólo debe satisfacer las exigencias genéricas de toda encuesta, sino que tiene además que precaverse de dos riesgos egpecíficos: la mortalidad de la muestra, ya que los individuos inicialmente interrogados-pueden no estar posteriormente disponibles para responder a las preguntas de nuevo formuladas, y su contaminación, como consecuencía de que las sucesivas entrevistas impliquen al sujeto en las cuestiones indagadas o lo sensibilicen de forma tal que le hagan perder el carácter de representatividad por el que fue incluido en la muestra. En contrapartida, este procedimiento resulta particularmente idóneo para la medición y el seguimiento de los cambios de actitud de los futuros electores y para determinar las causas de esas eventuales alteraciones

La profesionalidad de las empresas y el prestigio de los expertos que han participado en la elaboración de la primera fase delpanel que hoy publica EL PAIS suministra razones para conceder, dentro de los límites en que se mueve necesariamente cualquier encuesta, un grado suficiente de fiabilidad y validez a sus resultados. Ahora bien, siempre conviene recordar que la publicidad de las encuestas puede modificar la actitud de los ciudadanos y alterar su intención de voto. Ejemplos de tales cambios son el efecto de rechazo (underdog), que mueve a los electores a trasladar sus simpatías al presunto derrotado, y el efecto de adhesión (bandwagon), que impulsa a cambiar el sentido del sufragio para acudir en socorro del vencedor. En este sentido cabe afirmar que a las encuestas, como a las armas, las carga el diablo y que resulta imposible saber con certeza a quién beneficia y a quién perjudica su publicación. En cuaquier caso, parece obvio que los ciudadanos de una sociedad democrática tienen derecho a disponer de la misma información que los líderes políticos para jugar sus cartas en la partida electoral y decidir su voto. Tal es la razón fundamental que ha movido a EL PAIS a abrir sus páginas para la publicación de este panel, que, a diferencia de los sondeos electorales de 1977 y 1979, no fue encargado previamente por el periódico, sino ofrecido por CITEP cuando su primera fase estaba concluida.

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