'Bajo tierra' en Castilla, Aragón, Andalucía, Navarra, la Rioja, Valencia y Cataluña
De este a oeste de Andalucía —salvando los casos de Sevilla y Huelva—, no hay una sola provincia que no nos ofrezca casos de viviendas troglodíticas. Pero entre todas las zonas pobladas de estas viviendas primitivas destaca la zona de la meseta de Guadix y Perullena, que es, un inigualado yacimiento prehistórico. Pero el viajero no precisará arañar la tierra a la búsqueda de otros tiempos singulares: la propia pervivencia, a la vista —palpable y palpitante—, del conjunto de viviendas troglodíticas más importante de España lo tiene bien a las claras, vivo, en pleno uso, allí, al alcance de la mano.
Bajar a la hoya y meseta de Guadix desde el puerto de La Ragua viniendo de las Alpujarras es algo más que una pequeña aventura. Lástima que el horripilante estado de esa carretera de piedra suelta haga desistir a los más de contemplar desde la alta cumbre de La Ragua esta parte pie de monte de Sierra Nevada, en la que alternan el paisaje estepario con el de alta montaña. La serranía, desnuda de vegetación, forma agrestes valles tajados por los ríos. Y en las umbrías de las vallejas, frondosas arboledas de castaños o cultivos de feraces huertas.
Jean Sermet llamaba a esta parte de Andalucía "la España desconocida", y añadía: "Al margen de las grandes rutas españolas, la Andalucía romántica conserva aquí toda su personalidad". Es la Andalucía de las estepas, con sus altos picos desnudos y sus sierras sin vegetación. Es la Andalucía de las inmensas llanuras: la del marquesado de Zenete y la meseta de Guadix.
Es también la alucinante Andalucía prehistórica: Guadix, como centro de la cultura paleolítica achelense, que se remonta a más de 200.000 años. Con sus restos de rinocerontes, elefantes y caballos enterrados en un paisaje geológico singular: con sus colinas triangulares, cónicas o en forma de prisma, sin vegetación alguna, que forman un laberinto impresionante donde se ubican las viviendas troglodíticas, con sus calles, que son barrancos polvorientos, sus montículos repletos de enormes chimeneas que semejan falos encalados y humeantes.
Son las malas tierras de Guadix, de Perullena, de Paulenca, de Fonelas, de Benalúa, Charches, El Raposo, Grena, Esfiliana y Alcudia. Pueblos trogloditas todos ellos que circundan a Guadix y que guardan múltiples testigos de su pasado ancestral (el año pasado, por ejemplo, se descubrieron en tierras también granadinas de Gor restos de una tumba megalítica única en la Península Ibérica).
Allí, a más de mil metros de altura, toda esa serie de pueblos trogloditas. Esas cuevas de Guadix excavadas en los montículos formados por la erosión que actúa sobre los terrenos de grava y aluviones de acarreo. Y tal es la erosión, que en muchas ocasiones las cuevas se superponen las unas a las otras como sí de casas de pisos se tratara.
Nadie ha podido, o ha querido, decirnos el número de habitantes que viven en cuevas en todos los pueblos citados. Acaso unos 10.000, acaso más. Es arriesgado hacer un cálculo fiable sin datos de los padrones municipales.
La carretera general no deja ver Guadix. Hay que dejar el coche y adentrarse por sus barriadas troglodíticas, como la del barrio de Santiago. Está en los cerros que circundan la villa, formado por centenares de cuevas excavadas en sus cerros margosos, mil veces tajados y cortados con sus barranqueras como ríos de polvo, sus colinas triangulares, cónicas, prismáticas, semiesféricas, de paredes escarpadas, carentes de vegetación, de tonos ocres, rojizos, amarillos, violetas, que crean un laberinto en el que los carriles polvorientos desmenuzan el hábitat troglodita más importante de España. En medio, dominando el conjunto, Guadix, la vieja Acci romana. Y luego, en cada pequeño valle, el resto de los pueblos trogloditas ya citados, cada uno con su personalidad. Cada barranco ha hecho surgir un municipio, y cada municipio, su pueblo troglodita.
Como les decía en el capítulo de ayer, cuevas hay también en Granada capital, en sus barrios de El Albaicín y del Sacromonte, bordeando los ríos Darro y Genil.
Pero la mayoría de estas cuevas se ha convertido en objeto de explotación turística, en night club donde se montan juergas seudoflamencas. La mayor parte han perdido su carácter.
Almería, la más troglodita
No sólo en Granada capital y en toda la comarca de Guadix se encuentran cuevas en la provincia de Granada; hay otra serie de pueblos, como Gor, Huéscar, Castillejar y Galera, que también presentan muestras de viviendas o cuevas troglodíticas.
Sin embargo, y pese a lo dicho, no es Granada, sino Almería, la provincia andaluza más significadamente troglodita, empezando por su propia capital, donde, frente al puerto, se alza el tristemente célebre barrio de La Chanca, donde se alternan las casas de un piso —chabolas de ladrillo pintadas y repintadas con todos los colores más vivos que se pueda imaginar— y las cuevas o viviendas troglodíticas, que se sitúan, de preferencia, a la sombra de las murallas de la Alcazaba.
La Chanca fue de siempre un barrio de suma miseria, maldito, que diera lugar a una célebre novela (reportaje) de Juan Goytisolo mucho tiempo prohibida por la censura del anterior régimen. Fue escrita en 1962. "El barrio de La Chanca se agazapa a los pies de la Alcazaba. En lo hondo de la hoya, las casucas parecen un juego de dados arrojado allí caprichosamente. La violencia geológica, la desnudez del paisaje son sobrecogedoras. Diminutas, rectangulares. Las chozas trepan por la pendiente y se engastan en la geografía quebrada del monte. Los habitantes del barrio siguen su vida aperrada sin preocuparse de si los miran desde arriba (los turistas que visitan la Alcazaba). De cuando en cuando, un guía pondera las maravillas del lugar, y los turistas se asoman por las almenas y lo acribillan con sus cámaras. Luego vienen los franceses y nos retratan, ¡me cago en sus muertos!". Estos párrafos de la novela-reportaje pueden suscribirse hoy, veinte años después.
En Almería, cuevas hay por doquier, —más que en Granada—; sin embargo al no enclavarse, por lo general, en un terreno tan torturado y alucinante como los de Guadix, Perullena, etcétera, pasan más desapercibidas. Resaltan, de una manera especial, los pueblos del suroeste de la provincia, así como los situados a todo lo largo del curso del río Andarax, así como de las numerosas ramblas. Como zonas y pueblos trogloditas, poco más hay que nombrar en Andalucía: el pueblo de Iznájar, en Córdoba, y el de Jódar, en Jaén. Otro tema es que Andalucía sigue siendo hoy la región que tiene mayor déficit de viviendas, siendo tristemente célebres los casos de Sevilla capital y el de Málaga, con sus corralones de vecindad. Pero se trata ya de chabolismo o de insalubridad de unas viviendas ruinosas, y este no es el tema de estos informes, aunque no venga de más el dejar, al menos, constancia del hecho.
Otros casos
Un caso en extremo singular nos lo ofrece el pueblo de Setenil de las Bodegas, en la serranía de Cádiz.
Por Algodonales, Olvera y Torre Alhámide, a casi diez kilómetros llevados a la vera del río Guadalporcún, se llega a Setenil de las Bodegas, uno de los pueblos más singulares de toda la geografía ibérica. Setenil de las Bodegas es un pueblo embutido como con calzador entre un angosto cañón: el que forma al abrirse paso el río Guadalporcún. Un pueblo que vive en y bajo las rocas del cañón, dado que ese cañón ha socavado la tierra, dejando un espacio más ancho junto a su cauce y minando la montaña de tal suerte que ésta forma como una especie de visera natural, cosa que aprovecharon los vecinos de esta singular villa para construir sus viviendas debajo de la boina.
Casas exóticas, sólo las fachadas de ladrillo, a mitad de camino entre la vivienda troglodítica pura y la vivienda normal. Alineadas, sin separación, unas junto a las otras, en un amasijo y hacinamiento alucinantes y bajo una disposición y estructura laberíntica. Y en medio, el río Guadalporcún, que significa río que escarba u hoza.
En lo alto del roquedo que sirve de visera o de alero pétreo a las casas se yerguen las ruinas de uno de los castillos que fuera el penúltimo baluarte de la resistencia árabe. Los naturales de hoy también parecen dedicarse a resistir en esta tierra nada pródiga, encastillados en esas calles-desfiladero que abre el Guadalporcún.
De Madrid..., al neolítico'
Por supuesto que en Madrid sigue existiendo el chabolismo, y dentro del mismo ha habido gentes necesitadas que han imitado a los habitantes de zonas de viviendas primitivas y han excavado sus chabolas en la tierra. Pero no me refiero a ellos, El trogloditismo penetra en Madrid a través de Guadalajara y la depresión de los ríos Henares y Tajuña, y así los casos de viviendas troglodíticas que se dan en Morata, Perales de Tajuña y Ciempozuelos. Pero el caso más espectacular de supervivencia de este tipo de viviendas se da en Fuentidueña, con un vasto núcleo de viviendas troglodíticas (acaso más de doscientas), aunque una parte de ellas permanece en la actualidad deshabitada.
Hacia Aragón
Del Henares y Tajuña, que bajan hacia Madrid, podemos retomar el camino hacia arriba, rumbo a Aragón (la depresión del Henares se encuentra próxima al nacimiento del Jalón). Según los entendidos, las cuevas mejores son las aragonesas que se asientan sobre los ríos Jalón y Jiloca. Por Calatayud todavía quedan algunas barriadas donde se asientan este tipo de viviendas, en especial aquellas que bordean al castillo árabe que preside la ciudad. Pero la mayor parte ha desaparecido aunque hasta épocas no lejanas eran muy conocidos los barrios de San Roque (con ermita donde se venera al patrón bilbilitano), El Picado, La Rosa, etcétera. Restos quedan, pero hoy ya Calatayud ha perdido su antiguo carácter de ciudad troglodítica, pues se asegura que en un tiempo el 20% de su población vivía en este tipo de viviendas primitivas.
Aragón nos brinda dos tipos de viviendas troglodíticas: el primero es el de aquellas —que pueden verse en Ariza, Morata, Lumpiaque y Aniñón— que se abren en terrazas sobre los ríos. El otro tipo son las excavadas en la tierra, en cerros o terrazas acantiladas, que pueden aún verse hoy abandonando la carretera general Madrid-Barcelona en La Almunia de Doña Godina y tomar una carretera casi paralela que, a partir de Epila, sigue el curso del Jalón por Epila, Rueda, Bardallur, Urrea y otros pequeños núcleos de población. Esta carretera termina en Figueruelas, desembocando justamente en donde se está alzando la factoría de la General Motors, a veinte kilómetros escasos de Zaragoza.
La Rioja-Navarra: de viviendas a bodegas
Si subimos por el curso del río Ebro desde la desembocadura del Jalón en el mismo, nos volveremos a encontrar en tierras donde proliferan las viviendas troglodíticas. Así, en Cascante, Cervera, AlLfaro, Arnedillo, etcétera, y aún mucho más troglodítica es la tierra de la ribera navarra, donde los pueblos troglodíticos se multiplican: Corella, Valtierra, Arguedas, Andosilla, Milagro, Sesma, Carcar, Falces, Funes, Buñuel, Peralta, Caparroso, Azagra, Mendavia, Murillo el Fruto, Los Arcos, y Lerín.
Pero lo cierto y verdad es que en la actualidad esas antiguas viviendas troglodíticas han sido en su inmensa mayoría abandonadas hace tiempo. Las que no se han derrumbado han sido convertidas en magníficas bodegas. Casi todas se abren en los acantilados yesíferos de las terrazas fluviales pontienses. Pese a todo, quien haga un recorrido algo pormenorizado por todos los pueblos indicados podrá encontrar viviendas troglodíticas aún habitadas.
Por Valencia, con balcones y patio
Uno de los casos más curiosos de las viviendas primitivas que venimos comentando lo podemos aún hoy ver en Valencia y en lugares muy cercanos a la capital (algunos hoy barriadas de la capital, como es el caso de Benimamet), y, en general, en las riberas del Turia.
Rodeando la capital, los pueblos de Burjasot, Godella, Rocafort, Masamagrell, Moncada, Manises, Bonrepós, Paterna y el citado Benimamet. En el mismo Turia, aguas arriba, los casos de Ribarroja y Marchante. También los hay en Bétera y Aldaya, así como en Crevillente y Elda. Cuevas, subterráneas o no, habilitadas con mucho más cuidado, extensión y comodidades —junto a las aragonesas— que en el resto de los núcleos troglodíticos de otras regiones.
Su máxima distinción es que, por tener alto el piso, muchas cuevas no lo parecen, pues se permiten tener al exterior. Asimismo, los trogloditas valencianos se la han ingeniado para, en mitad de su cueva, "abrir un amplio agujero" —un amplio recuadro en el ciclo— por el que entra el sol a través de la bóveda de la cueva, de tal forma que a su alrededor se distribuyen las habitaciones excavadas, a la vez que tienen a manera de un pequeño patio interior soleado y ventilado, por lo común bien plan todo de flores y macetas.
En la estepa toledana
A trasmano de cualquier ruta principal, y por ello casi desconocidos, se encuentran varios pueblos toledanos de recia raigambre troglodita. Son los pueblos esteparios de Víllacañas, Quero, Romeral, La Guardia y Ontígola. Acaso sean de las más pobres e inhóspitas, debido al clima y al paisaje, abrumadoramente sin atractivo alguno. Carentes, en su miseria, del colorido de las valencianas o del paisaje sobrecogedor y florido, a la vez, de las granadinas.
Subiendo de Valencia hacia Cataluña todavía encontraremos, dentro de los límites del País Valenciano, el pueblo castellonense de Les Coves (cuevas) de Vinromá, con viviendas troglodíticas dentro de ese paisaje sumamente pobre y árido de la Valencia montuosa y reseca, que le resta todo atractivo a ese pequeño núcleo de menos de 3.000 habitantes.
Como los 'chorros del oro'
Y llegamos a Cataluña. Aunque tiene pocos núcleos troglodíticos, algunos hay. Así, por donde ya el Ebro inicia su muerte, camino del delta, en Tortosa (por Campedró), y en el pueblecito leridano de Abella de la Conca.
Lo primero que llama la atención en la mayoría de los pueblos troglodíticos y en sus barriadas de viviendas primitivas es la profusión de perros, que suelen estar amarrados, pero con soga o cadena de largo alcance, a la puerta de las casas. Son viviendas difíciles de guardar —aunque no tengan dos puertas—, y acaso ello nos dé la clave de su proliferación perruna, que a veces resulta un poco atemorizante para quien se adentra por esos terrenos.
Otra curiosidad es que las casas se pueden ir agrandando a medida que las necesidades de aumento de familia así lo requieran. No hay más que echarle brazo, fuerza, pala y pico. Es tarea penosa.
La mayoría de estas viviendas ya cuenta con energía eléctrica (aunque carezcan de servicios higiénicos, aunque no faltan fosas sépticas en muchas de ellas). Televisiones, frigoríficos y hasta automóviles aparcan junto a las viviendas troglodíticas haciéndole la competencia a los pollinos, asnos, mulos y otras bestias y aves de corral. Un anacronismo inusitado.
Casi todas las viviendas están soladas, y es lo más frecuente que sus techos y tabiques de separación de las habitaciones sean planos. Ahora la costumbre se ha perdido casi por completo, pero hasta épocas recientes era lo normal que cuando una pareja de novios pensaba casarse elegía un espacio en el talud calizo o yesífero, en la terraza de tierra, etcétera, y todos los vecinos ayudaban a construir a los novios las primeras habitaciones.
Como se suele decir en castellano entre las clases humildes: "Mi casa será pobre, pero reluce como los chorros del oro". Y es lo cierto y verdad que en la mayoría de los casos este tipo de viviendas troglodíticas están cuidadas con mimo y esmero, aunque su mobiliario sea modesto y sus comodidades muy relativas.
Pese a ello, la mayor parte de los habitantes de estas viviendas troglodíticas, en especial de las más cuidadas, se ha negado en más de una ocasión a trasladarse de sus toperas a las viviendas-colmena de los barrios suburbiales, pues prefieren vivir solos en sus viviendas troglodíticas a hacinados en esas mal llamadas viviendas sociales. A la juventud, quizá, le tira más la ciudad, acaso porque, como la talla de los españoles ha subido muchos centímetros de medio siglo a nuestros días, muchas de las habitaciones troglodíticas les obligan a estar con la cabeza agachada o se ha tenido que proceder a "elevar el techo".
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