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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Siempre Totó!

Hay poco que decir de Totó, Pepino y los forajidos, un sainetillo italiano que esta noche se emite en el ciclo Con H de Humor. Es una de las tres películas -las otras dos son Siamo uomino o caporali? y La letra, cortadas por el mismo patrón- en que Totó trabajó para el director Camillo Mastrocinque, un segundón de la comedia italiana que se sabe el truco, pero nada más.Ni el filme en sí ni su director merecen comentarios que no sean de pasada. Una vez, como en todos los filmes en que trabaja el gran Totó -lacónico nombre artístico para un nombre real con auténtica opulencia napolitana: Antonio de Curtis-Gagliardi Griffo-Focas-, cuantos intervienen en Totó, Pepino y los forajidos, directa o indirectamente están a su servicio, desde el guionista hasta el foquista. Totó fue siempre una estrella absoluta, una especie de divo natural, inevitable, por decreto inmediato de su pintoresca, casi imposible presencia, incluso en aquellos filmes en que su intervención fue como actor secundario. Era de esa madera, de esa escuela, de ese estilo. La exageración era en él una actitud natural, una segunda naturaleza.

Todo a su alrededor

Incluso Peppino de Filippo, otro buen actor de escuela cómica napolitana, hermano del también actor, director de escena y dramaturgo Edoardo de Filippo, está en el filme para dar la adecuada réplica a Totó más que por entidad propia. Todo gira alrededor suyo. Su personalidad era magnética y de una eficacia de imagen incomparable cuando era correctamente dirigido y se le daba libertad de iniciativa dentro de un esquema sólido, como hicieron Maño Monicelli en Rufufú, Roberto Rossellini en ¿Donde está la libertad? y Pier Paolo Pasolini en Pajaritos y pajarracos, tres de sus más divertidas y hondas creaciones.Provenía Totó, como actor, de la grande, inefable escuela del famoso bufo italiano Gustavo di Marco, y desde muy joven, en los años veinte hizo su aprendizaje a la manera antigua, gastando voz y suelas entre los bastidores de los teatrillos de revista y los cafés-teatro de Nápoles y Roma. Algunos de sus números cómicos se hicieron legendarios, como, al parecer, su peculiarísima versión de Pinocho y sus tracas de populismo barriobajero romano en una serie de dúos teatrales con Anna Magnani, que todavía se recuerdan como maravillas de comicidad histriónica irresistible.

Era Totó, ciertamente, un histrión puro, integral, un monstruo de escena que el cine italiano supo a veces aprovechar con inteligencia, como en los filmes citados y en otros como Nápoles millonaria, de Edoardo de Filippo, El oro de Nápoles, de Vittorio de Sica, y Risate di gioia, nuevamente con Monicelli, que fue uno de los que mejor supo dar cuerda al gran bufo, al mismo tiempo que lo tenía bien sujeto. Por desgracia, no es este el caso de la película de esta noche en televisión, que no pasa del sabor a comedieta algo adocenada, fiel a una fórmula prefabricada y de muy escaso interés. Merece la pena detenerse en algunas salidas de tono de Totó y de su buen oponente Peppino. Y basta.

Totó, Pepino y los forajidos se emite esta noche a las 21.45 por la segunda cadena.

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