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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuento moral

Un humilde cabezota idealista, un químico genialoide contratado por la industria textil inglesa para investigar sobre tejidos sintéticos, cree descubrir un día un tipo de hilo imperecedero, que ni se gasta ni se mancha. Trajes eternos para el proletariado. La guerra de clases entre las patronales textiles y las trade unions del ramo se acaba. Los tradicionales rivales de la lucha social británica tienen ahora un enemigo común el ingenio, la ciencia, la racionalidad. Todos contra el inventor de ese crimen industrial.Esta original idea proviene e una mediocre comedia, que fue hábilmente trasladada al cine por un equipo de guionistas orientados por el que habría de ser director del filme, un norteamericano afincado en Londres, donde desplegó casi toda su actividad cinematográfica: Alexander Mackendrick. El resultado es una excelente película, una ejemplar comedia cinematográfica que, con Oro en barras, Genoveva, Whisky a gogó, El quinteto de la muerte y algunas otras comedias similares, conformó un estilo, casi un género que, a caballo entre los años cincuenta y sesenta, se convirtió en uno de los momentos más brillantes de la historia del cine europeo.

El hombre vestido de blanco se emite mañana a las 15

40 por la primera cadena.

La sede de este inspirado instante fue un destartalado edificio de un arrabal londinense, en el que se instalaron durante la segunda guerra mundial los legendarios y hoy derruídos Estudios Ealing, una de esas improvisadas fábricas de imaginación donde, por azares tal vez menos casuales de lo que parece, coincidieron en estado de gracia un conjunto de profesionales del cine que hoy son historia de este oficio y este arte: Alec Guiness, Mackendrick, Peter Sellers, Stanley Holloway, Kay Kendall, Sylvia Sims, John Mills, Rex Harrison y una innumerable serie de actores, directores, guionistas y técnicos que, con bajos presupuestos y altas dosis de inventiva, pusieron en la cumbre al cine inglés.

El hombre vestido de blanco, rodada en 1950, es una de las grandes, y graves, comedias de Mackendrick. Casi un modelo, porque en ella, la astucia de la trama y la soltura envidiable del relato

-Mackendrick fue un narrador de diabólica habilidad, que resolvía con argucias tan simples como admirables las situaciones más complicadas- se trenzaban sin forzamiento alguno con una rara acidez en las puntas morales del cuento. De esta manera Mackendrick fue uno de los directores que mejor capturó y asumió el sesgo ético que irremediablemente lleva el cine consigo, al jugar con conductas y hacer de los actos humanos un lenguaje, un código e incluso un diccionario de signos.

Y allí estaba también, Alec Guiness que, a juicio de sus mejores analistas, nunca ha superado, en su brillante carrera posterior, las alturas alcanzadas por él en sus comienzos dentro de las húmedas, viejas, entrañables paredes de los Ealing.

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