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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La costumbre de no contestar

Por Navidad pasada recibí su muy atenta carta explicándome que no había podido publicar mi carta en esa sección, cosa que ya esperaba, porque arremeter tan sincera y verazmente contra el poder fáctico de la Iglesia católica era demasiado pedir, aun en esta patria nuestra... De todas maneras, agradecí -y pongo a usted de ejemplo en todas partes- su atención, porque aquí, en esta España democrática (?), nadie que ocupa un despacho, por modesto que éste sea, se digna contestar a una carta de cualquier desconocido ciudadano que, además, mantiene el despacho de ese señor o señora... Ya puede uno escribir dando las más graves y fundadas quejas, denunciando las mayores injusticias, las más grandes incongruencias, y ya sea el asunto de lo más grave -a veces se habla de un procesamiento judicial-, que a nadie votado por la democracia le importa un bledo.Y aquí vuelve a ser otra vez excepción su majestad nuestro providencial Rey, que ya puede dirigirse a él la más pequeña nota, que jamás queda sin contestación: "Ni la princesa altiva ni la que pesca en ruin barca". Y digo yo que todos estos personajillos que de pronto tienen un cargo, porque en este país nuestro el Espíritu Santo debe tener su trabajo más intenso y les debe infundir ciencia, y con esa ciencia infusa igual son presidentes de banco que ministros de cualquier cartera que... ¡sabe Dios! Basta con..., ¿con qué? ¿Qué misterioso don es ése que les hace subir y subir... sin escalera?

Pues le decía a usted que si esos señores, señoras y señoritas de poltrona alegan que el Rey tiene una gran secretaría, le diré a usted que ellos también tienen una o más secretarias, cuyo desconocimiento de la tarea de su jefe es descorazonador, que no saben atender una visita, que no saben orientar y que, además..., ¡no deben saber escribir a máquina! Los méritos de ellos/ellas y de sus jefes vienen a ser similares... De humanidad, cero, pero de relaciones públicas, a lo que les obliga su cargo..., ¡ni puñetera idea!

Por eso, señor Cebrián, he agradecido su diplomática carta de rechazo a mi pretendida publicación, porque, al menos, ¡usted sabe! /

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