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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra en el Movimiento de los No Alineados

BAGDAD SERA, entre el 6 y el 10 de septiembre de este año, sede de la VII Conferencia de Países No Alineados. Con una peculiaridad, si no se resuelve a tiempo: Irak está en guerra con Irán, otro país adscrito al no alineamiento. Sobra decir que la imagen, la viabilidad y los resultados de la cumbre van a verse seriamente dañados si la confrontación bélica preside la apertura de la Conferencia en un país anfitrión beligerante, en litigio con un vecino copartícipe del espíritu de Bandung.La contradicción parece insoluble. Para comenzar a negociar, Irán exige la retirada de las tropas de Irak que ocupan zonas de su territorio en el Juzestán, hoy los más disputados, y en el Kurdistán. Irak desea que su enemigo acepte un alto el fuego previo a cualquier negociación. Para Irak, admitir las propuestas de Teherán significaría un rotundo fracaso militar y diplomático. Las pérdidas sufridas en hombres y material militar no hallarían contraprestación alguna si retira sus soldados con las mochilas vacías de concesiones territoriales y marítirilas que Bagdad reivindica desde su denuncia del Tratado de Argel, en septiembre de 1980, fecha del origen de la guerra. Por otra parte es improbable que Teherán se siente a negociar con tropas iraquíes en su territorio. Entretanto, esta guerra se sigue cobrando víctimas. Los últimos combates, el pasado mes de enero, han causado más de siete mil muertos por ambas partes y los efectos de la guerra sobre las economías de los dos países son desastrosos.

Irak e Irán, que hace dos años medían sus barriles de petróleo exportado en millones, los miden hoy en milles. Se ha llegado a rebajar sotto voce el precio del crudo en las ventas a los clientes extranjeros y las arcas de ambos contendientes están exhaustas de divisas, necesarias no sólo para pertrecharse del costosísimo material bélico que emplean y pierden en esta guerra, sino también para satisfacer exigentes apremios de alimentos y bienes de primera necesidad para sus poblaciones.

La firmeza de las palabras de Jomeini para proseguir la guerra no es menor que el deseo de Saddam Hussein de mantener sus tropas sobre el territorio vecino, con el propósito, cada día más lejano, de hacer hocicar a Irán. Continuar la guerra es una locura, y finalizarla, en las condiciones actuales, puede costar la cabeza a los dirigentes de uno u otro bando. O a los de los dos.

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Al fondo, muy al fondo, se entrevé una esperanza. Fracasadas las misiones de las Naciones Unidas, de la Conferencia Islámica, del Movimiento de los No Alineados y de los vecinos pakistaníes que, desde el primer día, comprendieron la futilidad de esta contienda, queda que Teherán y Bagdad depositen su confianza en Argel, único país que, al parecer, puede sentar a ambos rivales en una mesa de negociaciones, a condición de que se le dote de maniobrabilidad y autonomía. Crédito lo tiene. Los buenos oficios argelinos fueron decisivos para la liberación de los rehenes norteamericanos y, a grandes rasgos, según lajerga iraní, el satanismo de Estados Unidos parece menor que el ateísmo del presidente iraquí, Saddam Hussein. Este, a su vez, parece haber insinuado su propósito de reducir su contencioso al estuario del Chat el Arab, verdadera yugular económica de los dos enemigos y del petróleo para Occidente. De confirmarse este deseo, sólo queda que los dirigentes islámicos iraníes más pragmáticos logren convencer a Jomeini de la necesidad de poner por una vez los intereses político-estatales de Irán por delante del purismo musulmán, del que Jomeini no parece querer apearse jamás.

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