El presidente', a la medida de Jean Gabin
Henri Verneuil entró en la industria cinematográfica francesa al terminar la segunda guerra mundial, y lo hizo con muchos bríos y ambiciones. Debido a no sé qué espejismo, se le torrió inicialmente en serio, y hasta tomó cierta patente de profundo. El globo se deshinchó pronto.El intelectual que simuló ser Verneuil en realidad se limitó a dar a sus películas iniciales -luego, con el tiempo, ya ni siquiera disimuló que estos asuntos le traían sin cuidado y se dedicó a hacer abiertamente trabajos triviales- una patina de solemnidad que, en realidad empeoraba las cosas. Además de superficial, campanudo.
Se pueden recordar Tres momentos de angustia, Paris Palace Hotel, Los leones andan sueltos, Cien mil dólares al sol y, sobre todo, El pequeño mundo del señor Feliciano y El presidente, que son sus dos películas más estimables. Se rodaron hacia la mitad de los años cincuenta. Después, nada.
El interés de estas dos últimas películas, más que en el trabajo de Verneuil, siempre opaco, se debía a los dos actores sobre los que giraron. El primero fue Fernandel, en una de sus mejores interpretaciones. Y el segundo gravitaba enteramente sobre Jean Gabin, hasta el punto de que El presidente no parece otra cosa que una exhibición casi de encargo para su lucimiento.
Y realmente, el viejo y enorme actor se luce, como casi siempre, en un papel a la medida, donde hace una síntesis de dos legendarios presidentes de la República francesa, Aristides Briand y Georges Clemenceau. Sin embargo, a quien realmente se parece el personaje es al propio Gabin, que es de esos actores que, hagan lo que hagan, son siempre un calco de sí mismos. Y el milagro de su personalidad es que este calco nunca aburre, siempre ofrece algo inédito, inunda a sus personajes, en lugar de dejarse inundar por ellos. Esa fue su gracia, su genio.
El presidente será emitida esta noche en La clave a partir de las 19.30.
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