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Los franceses coinciden en rechazar los contenidos de la televisión, a la espera de un nuevo estatuto

El Gobierno francés, todos los partidos políticos y los sindicatos, la derecha, la izquierda, los obreros y los intelectuales, es decir, todos los ciudadanos de este país, coinciden en algo: en que la televisión es mala. El cambio político simbolizado por el mitterrandismo no sólo no ha hecho surgir algún efecto positivo sobre el monopolio estatal, sino lo contrario. En espera del estatuto que han prometido los nuevos dirigentes, la televisión se ha convertido en un polvorín alimentado por batallas confusas que han descontrolado el más poderoso medio informativo del país.

El antiguo poder, o más concretamente, el presidente Valéry Gíscard d'Estaing, no se anduvo por las ramas cuando llegó al palacio del Elíseo en 1974. En pocas semanas eliminó a 240 periodistas de la televisión. Como el resto de los medios de comunicación a su alcance, la televisión la giscardizó absolutamente, pero con profesionales de primera línea en la mayoría de los casos. Y así fue tirando. Las críticas llovían, pero nadie podía negar el talento, y una honestidad considerable, de los responsables de la información. Hace dos años se hizo un amplio estudio sobre el impacto de la pequeña pantalla en el país, y el 54% de los franceses se declaró descontento. El balance global de la televisión de Giscard decía que era "alienante y embrutecedora". En tiempos de Giscard, como en el de sus antecesores de la V República, el monopolio estatal estuvo al servicio del poder. Todo lo demás eran migajas para entretener o engañar al público.El pasado día 10 de mayo, con el presidente Frangois Mitterrand, se creyó que, también para la televisión, había llegado la hora del cambio. Ese mismo día, en la tumultuosa manifestación que celebró el triunfo del socialismo, en la plaza de la Bastilla, se vociferó contra todos los líderes del gaullismo y del giscardismo, y contra Jean Pierre Elkabbach, uno de los grandes periodistas de la televisión, considerado como el símbolo máximo del giscardismo. Elkabbach cayó pocos días después.

Pero los que creyeron que había empezado la caza de brujas se equivocaron. Todo lo contrario. Hasta la fecha., apenas docena y media de periodistas han desaparecido. Eso sí, todos directores de los tres canales y los puestos de responsabilidad máxima de la época anterior han sido reemplazados. El resultado, nueve meses después, el tiempo que necesita un niño para nacer, es la catástrofe actual. A nadie le gusta una televisión que, en realidad, ni ha dejado de ser alienante y embrutecedora, ni lo contrario.

¿Qué ocurre? Como sucedió en otros sectores, de la vida nacional, tras la victoria de Mitterrand, la mayoría formada por socialistas y cornunistas se divide al enfrentarse con la televisión. Para unos se trata de efectuar el cambio lentamente; para otros es cuestión, si no de una revancha, de algo que se le parece. Eso sí, casi todos coinciden en que la televisión "debe educar antes de divertir". Los comunistas, alejados de la pequeña pantalla, han conseguido ahora colocar a algún periodista que, naturalmente, programa reportajes, por ejemplo, contra la resistencia afgana.

Razones políticas y técnicas

El ministro de la Información, Georges Fillioud, que ya se da como dimitido en la primera remodelación gutiernamental, desde el primer momento, fiel a la consigna oficial, "no a la caza de brujas", inventó otro sistema: desencadenar a. los sindicatos de izquierdas de los tres canales contra los antiguos responsables. Añádanse las batallas de los clanes, las maniobras incontables e indefinibles suscitadas por la defensa de los derechos adquiridos, las torpezas oficiales intentando moralizar (prohibición de anuncios por palabras sexuales, y ataque del ministro responsble a una emisión sobre la prostitución infantil son dos ejemplos). Y, sobre todo, téngase en cuenta lo que dice el especialista del semanario Le Nouvel Observateur (pro mitterrandista) sobre las razones del caos: "Más allá de todos los demás, el problerna que plantea la sitaución presente es el de la ineptitud del poder político para imaginar el futuro de la televisión más que como un medio de comunicación de masas al servicio del Estado".A esta razón esencial, política, se unen otras técnicas. La televisión francesa afronta la era de los satélites, del video, de los magnetoscopios, condicionada por el monopolio estatal. Esta idea la comparten todos los grandes profesionales del país. El monopolio estatal "es el gran freno" para realizar la televisión de finales del siglo XX. "Lo que hace falta para salir del bache es imaginación, y conocimiento del mundo en el que vivimos. Es imposible hacer una televisión para el público de espaldas al público. Hoy se acabó la televisión como juguete para dos que participan y veinte que miran. Hay que ofrecer programas más especializados, y para ello hacen falta más canales. De esa manera se le concederá menos importancia a lo que se ve, porque se puede escoger".

Todas estas explicaciones de los profesionales topan con el mismo muro: el monopolio, que, hoy, en Francia, se llama Mitterrand. El es quien puede decidir. A la vista del desastre actual, el Gobierno parece ser que adelantará la reforma de las estructuras. El próximo mes se examinaría en Consejo de Ministros el nuevo estatuto, que prevé un alto consejo, teóricamente independiente del Estado.

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