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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atentados en París

EL JUSTO horror de los sucesivos Gobiernos franceses por la extensión del terrorismo en su país puede llevar a veces a sus autoridades a una cierta suavidad de formas y conductas, con el ánimo de no despertar al león; no parece que el león se lo agradezca. Muchos atentados son de extranjeros contra extranjeros. París ha sido siempre una ciudad capaz de acoger todos los exilios políticos, y eso la honra. Su generosidad ha sido muchas veces rentable a la política exterior de un país que en ocasiones ha visto colocados como jefes de Estado o de Gobiernos a sus antiguos y a veces agradecidos asilados, aunque otras su apuesta haya sido inútil (en París acaba de morir el último presidente de la República española, el honesto y digno Fernando de Valera). No puede o no sabe, ahora, cerrar el paso a los comandos que persiguen a los exillados actuales. Comandos a veces propios y exaltados, como los que atentan contra instalaciones polacas y soviéticas en París. Y ahí forman ya parte de una política -si somos capaces de llamar política a una bomba- nacional: los ataques a la URSS y a Polonia se mezclan dírectamente con los ataques al comunismo propio, y concretamente a la presencia de ministros comunistas en el Gobierno: alguno de los últimos atentados -incruentos: pequeñas cargas contra edificios- se dedican especialmente a los ministerios cuyo titular es un comunista. Aparece así una forma de desestabilización perpetrada por la derecha que, envuelta por una situación política internacional que le es favorable y por una amplia campaña de Prensa en la que justamente se condena el suceso trágico de Polonia, de lo que trata es de confundir e inmovilizar el poder parlamentario de los socialistas.Puede ser más grave el despertar del tema de los regionalismos, de las nacionalidades o de las autonomías: viejo tema en el que son muchas veces protagonistas de excepción bretones o corsos, sobre todo estos últimos. Los bretones suelen limitarse a ciertas actuaciones dentro de su propia región y sobre temas muy concretos; los corsos son más violentos -desde la antigüedad- y están exportando a París su violencia. Es explicable que dentro de este movimiento el vasco aparezca como refrenado: a ETA le conviene tener el territorio del Norte -el de Francia- tranquilo, y pactado como base de operaciones, de refugio y de actividad sobre el Sur.

Los corsos no se tranquilizan con los amplios planes de descentralización del nuevo Gobierno, inspirados por Mitterrand y ralizados por Gaston Defferre. Por el contrario, y es un fenómeno desgraciadamente conocido, las promesas de autonomía levantan a los extremistas, clue .temen ver a la mayoría conforme y adaptada a las aperturas de París, y que piensan siempre en la trampa. Los extremistas corsos de diversas siglas -y muchas veces enfrentados entre sí, separados en familías rivales: de donde algunos atentados resultan ser ajustes de cuentas, aunque haya ahora una tendencia a la unidad- hablan mera y símplemente de colonialismo francés. Córcega es sólo francesa desde finales del siglo XVIII y, a pesar de ser un departamento francés de pleno derecho, está ;3.nelado en un subdesarrollo del que no le sacan los sucesivos planes especiales y que produce un exilio económico y laboral continuo (su más llamativo emigrante fue Napoleón); su escasa producción industrial y la carestía de un nivel de vida artificiosamente mantenido por la importación dan lugar a la protesta continua. No se ve, de todas formas, cómo la declaración de estado índependiente que proponen los extremistas podría sacar a la isla, si se produjera alguna vez, de su subdesarrollo: el reformismo al que atacan es, por lo menos, una mitigación de las condiciones anteriores. Mitterrand ha prelarado un estatuto especial que atraviesa ahora las dif'iciles vías del Consejo Constitucional, poco inclinado a ayudar al Gobierno y a su mayoría parlamentaria. La movlliiación de la violencia en la isla y su exportación a París tiende a rechazarlo de antemano.

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