Medio centenar de niñas, primeras aspirantes al ingreso en la escuela del Ballet Nacional Clásico
Medio centenar de niñas se presentaron la pasada semana a las primeras pruebas para el ingreso en el Taller de Danza del Ballet Nacional Clásico. Con las primeras incorporaciones se inician los trabajos para formar a los futuros integrantes de este ballet, una cantera de bailarines de donde han de salir las futuras figuras de las compañías nacionales. Lo caracterizó estas primeras pruebas fue la casi total ausencia de aspirantes varones a ingresar en esta escuela.
Algo más de medio centenar de niñas, entre ocho y doce años, se apretujan tiritando -un poco de nervios, un mucho de frío-, mal abrigadas en sus ropas sucintas de bailarinas, tan desacordes con la desolación de los corredores helados del antiguo Hospital Provincial de Madrid, hoy sede de los ballets nacionales. "Casi seguro que sólo vendrán niñas", dice Carmen Roche, directora del Taller de Danza, atisbando desde su despacho a la chiquillería que hace cola para inscribirse en la prueba, "porque todavía funcional muchísimo el prejuicio del afeminamiento. Muchos padres, que se empeñan en que baile la niña, se horrorizarían si quisiera hacerlo el niño. Además temen por el futuro, no les parece una buena profesión para sus hijos varones".Las mamás, los papás y las abuelas confirman las previsiones de la profesora mientras atusan el moño de sus niñas, les atan los lazos o les estiran los leotardos. "Es más cosa de niñas", afirman unánimes. Tampoco se atreven a decir mucho más, porque correteando por medio del grupo está Antonio Ripoll, ocho años y tercero de básica, dando unos saltos y patadas al aire que, por el momento, más parecen de karateka que de bailarín: "Mi hermana mayor también hizo ballet, y dijo a mis padres que por qué no lo hacía yo. Y a mí me parece bien, porque como voy a ser actor de cine, pues por eso...", explica muy seguro de sí.
A la hora de la prueba, las doce primeras candidatas se apoyan en la barra frente al espejo. Una monitora les esboza un ejercicio y las niñas colocan los pies en la posición exacta, estiran las puntas, se ponen derechas y componen la figura y el gesto precisos. A casi todas se les nota que no es la primera vez, que les suenan las palabras del argot, que se han mirado con frecuencia en un espejo semejante.
"No sólo no es necesario que sepan algo, sino que incluso es mejor que no sepan nada", dice Carmen Roche en una pausa, "porque, en realidad, lo que nos interesa es ver si tienen cualidades, flexibilidad, ritmo, oído. Después ya aprenderán".
Mientras suena el piano, Carmen se pasea con una libreta. Observa y anota, sonríe a la gordita que resopla, a la que tiembla sin poderse dominar. Una cruz junto a un nombre y algo empieza para alguien. Ocho años de estudio diario, gratuito, sentirse parte del Ballet Nacional, aprender tantas cosas, danza clásica, folklore..., "queremos también prepararles para el teatro, despertar su creatividad, que puedan salir también coreógrafos, por ejemplo".
Detrás de la puerta, las mamás esperan, sin respirar, pendientes de las notas del piano que llegan amortiguadas, el abrigo de la hija preparado para recibirla. "La mayoría de las niñas bailan porque sus madres hubieran querido hacerlo", dice la profesora. "Me volvería loca de alegría si la escogieran", asegura la joven madre de Beatriz González, de ocho años. "Y a ella también le gustaría muchísimo". Y Beatriz, con la cabeza, dice que sí.
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