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Mitterrand encarará los problemas con que se enfrenta el Gobierno socialista en una alocución televisada

Seis meses después de la llegada al poder de los socialistas, serios problemas políticos, sociales y económicos empiezan a dificultar su gestión. El próximo miércoles, el presidente de la República, François Mitterrand, los encarará personalmente en una alocución televisada, que se espera con máximo interés en todos los medios de la sociedad francesa.

El ministro de Economía, Jacques Delors, con su reciente llamamiento a una pausa en las reformas de estructuras, ha planteado el debate de fondo que, enmascarado, enfrenta a los comunistas y a los socialistas, y del que depende el destino de la gestión mitterrandista socialista y el de los franceses.En 1936 , en tiempos del Frente Popular, el líder socialista Leon Bium, refiriéndose a las reformas sociales que había empezado a realizar la coalición gubernamental socialistas-comunistas, dijo: "Una pausa es oportuna". Seis meses después, la izquierda perdía el poder. Aquello, muchos lo cargaron a la debilidad frente a la patronal revelada por la pausa. La historia no se repite, pero el efecto de la connotación histórica de la misma pausa, solicitada días pasados por el ministro Delors, ha sido inevitable en este país.

El popular Delors

Delors es el ministro de Economía de Mitterrand procedente del sindicalismo cristiano. A pesar de su filiación de izquierdas, fue un hombre clave de la época de Georges Pompidou, como consejero económico sindical del primer ministro, Jacques Chaban Delmas. Tras esta experiencia del poder, volvió al Partido Socialista. Y hoy su puesto de ministro de un Gobierno formado por socialistas y comunistas no le impide afirmar, como lo hizo el otro día, "yo soy un socialdemócrata", de igual manera que también los afirmó días pasado el ministro de Justicia, Robert Badinter.Este es el hombre, cada día más popular en Francia, que, con una palabra, pausa, casi ha dramatizado la intervención de Mitterrand del próximo miércoles. Delors no cree (y lo dice) que en un país en el que el Gobierno ha nacionalizado el 20% de la producción nacional (industria de punta y crédito), "el poder económico privado sea una realidad". Delors, como otros socialistas, piensa que lo que realmente ha bloqueado la evolución de la sociedad francesa durante los últimos veinte años no es el capital, sino, sobre todo, el inmovilismo del Partido Comunista francés (PCF), apoyado por su central sindical, la CGT, y, por fin, concluye que hoy el Gobierno de Mitterrand, dado que el PCF está en el poder, no puede hacer una política económica comunista por miedo a perder la base obrera, que, hasta ahora, se queda quieta.

Ese es el debate, subrepticio por las formas, pero real, entre los socialistas y comunistas. Los responsables del PCF, deseosos de mantenerse en el Gobierno por ahora, se interrogan por el verdadero alcance del desplante de Delors, "que tenía que haber sido dado de baja inmediatamente por el primer ministro, que es quien dirige la política del Gobierno".

Los comunistas tienen que hacer frente a su base más fiel, radicalizada, que pide cambios, y a otra parte de sus militantes, desconcertados por la política de la dirección durante los últimos años. Hombres como Delors, como el ministro de Exteriores, Claude Cheysson; como el del Plan, Michel Rocard, calificados sospechosamente de razonables, les inquietan.

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