Tregua en Polonia
DESDE QUE el general Jaruzelski concentró el poder en Polonia se vio, a pesar de las suposiciones tremenditas, que la situación se encaminaba hacia un intento de pacto capaz de contener en lo posible la degradación rápida de la situación y de intentar un esfuerzo constructivo que despejase, al mismo tiempo, la radicalización popular del movimiento de reivindicaciones y la amenaza de intervención de la Unión Soviética. La reunión del miércoles pasado entre Jaruzelski, Lech Walesa y el primado de Polonia, Josef Glemp, que inmediatamente ha acudido al Vaticano para informar al Papa polaco y sin duda recibir sus instrucciones, y la tregua de tres meses abierta a continuación parecen confirmar esa impresión. No el un paso corto el que ha dado Jaruzelski: significa nada me nos que el reconocimiento de la Iglesia y de Solidaridad como fuerzas reales y equivalentes al poder, el Gobierno y el partido que él asume. No es menor el riesgo de Lech Walesa al detener los movimientos_de huelga y subversión que reclaman los radicales dentro de Solidaridad. Sin que se discuta a fondo el problema de la representación del poder, que sigue correspondiendo al Gobierno, la práctica del poder mismo y la evolución de la forma de Gobierno y aun de sistema en Polonia aparece ahora compartida por esas tres fuerzas. Queda ya muy poco del régimen comunista ortodoxo queha dominado el país desde la posguerra hasta el año pasado: un cascarón, un vocabulario, unas instituciones sin fuerza auténtica. Quedará menos si las negociaciones van adelante, aun sin llegar al progrma de máximos propuesto por Solidaridad: una nueva organización del trabajo por un sistema autogestionario completo que llegue a suponer el control total de la economía del país, la creación de un consejo que refrendaría o rechazaría las decisiones del Gobierno, la entrada en este mismo Gobierno de personalidades independientes: es decir, de fuera del partido unificado; y la supresión de toda censura en la Prensa, la radio y la televisión.Los dos conferenciantes esenciales, Walesa y Jaruzelski, no están solos con su moderación, su sentido común y su posibilismo. Sobre cada uno de ellos pesan presiones extremistas. Walesa no domina enteramente Solidaridad: en el reciente y largo congreso del movimiento -es muy difícil limitarse a llamarle solamente sindicato y quizá improcedente llamarle partido- se vio el ascenso y la fuerza de los llamados radicales o extremistas, de los que creen que ha llegado el momento de sacudirse como sea, aun con una insurrección popular, el régimen comunista y la tutela soviética. La presencia del cardenal primado en la negociación, aparte de suponer un triunfo de la Iglesia católica como fuerza social y política, significa una manera de respaldar a Walesa, de acogerle bajo su manto y tratar de librarle de las acusaciones de pactista y de pusilánime: hay una parte del pueblo que respalda a los radicales, y no sólo por razones históricas o nacionalistas, sino por la degradación continua del nivel de vida. Hay también, cómo no, una manipulación de fuerzas exteriores a Polonia, occidentales, que tratan de sacar partido de esa exaltación y de ese estado de necesidad para aumentar la presión del desafío a la URSS: Sobre Jaruzelski pesan, a su vez, las presiones directas soviéticas, probablemente expresadas con toda claridad por Gromiko en la entrevista que acaba de tener en Moscú con el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Czyerk. Es muy posible que entre Walesa y Jaruzelski la identidad de puntos de vista sobre la situación actual y el futuro de Polonia sea mayor de lo que parece; pero cada uno tiene que representar un papel distinto en esta negociación.
Si en un momento dado Walesa no pudiera impedir un movimiento huelguístico fuerte en algún punto del país o en algún sector laboral, y si Jaruzelski tuviera que reprimirlo por la fuerza para no perder el control del orden, estas negociaciones quedarían rotas y los dos dirigentes se habrían abrasado en su propio intento. Lo mismo sucederá con la naturaleza de las concesiones que hayan de hacerse mutuamente en los tres meses de tregua que se abren ahora.
La importancia de la Iglesia es, una vez más, definitiva. Si la aprobación por el Papa de esta doctrina y sus directrices actuales confirman la línea adoptada por el primado, todo un inmenso aparato de difusión, que llega hasta el influyente clero rural, será decisivo en el desarrollo y aceptación de las condiciones. Lo conseguido hasta ahora es mucho: nada menos que el retroceso del partido comunista hasta admitir la fuerza y la presencia de otros poderes dentro del régimen. Se ha hecho también evidente la pérdida inmensa de prestigio de la Unión Soviética: no tiene ya ni el de la fuerza que hizo patente en Hungría y en Checoslovaquia, ni el de la convicción.
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