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Tribuna
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P. P. P.

El parte policial, impersonal y escueto, narra el hecho a su manera: "Cuerpo casi irreconocible. Vestía una camiseta verde ,jeans azules y mocasines. Fuera del cuerpo se encontró una camisa ensangrentada con una palabra bordada: Pasolini".Nació en Bolonia y en él se entremezclan los dos calificativos con que los italianos distinguen a la ciudad, "Bolonia la roja", que vio en Pier Paolo Pasolini a un representante arquetípico de la revolución, y "Bolonia la docta", que le convirtió en un culto universitario capaz de coquetear simultáneamente con Dios y con Marx. Introduciendo la mano en la basura y rebuscando en la pureza, ese creador feroz logra que el escándalo sea su dimensión cotidiana, lo que necesita para definirse a sí mismo como "escritor-cineasta". Explorador de la podredumbre y de la belleza, afirma, ante quien quiera escucharle, su condición de homosexual, ese viacrucis de unas relaciones indeterminadas que no esconde. Mientras se le acusa de pervertido y comunista pornógrafo, la Oficina Católica Internacional del Cine (OCIC) le concede dos primeros premios, uno por El Evangelio según san Mateo, y el otro, por Teorema; para ganarlo por tercera vez con Pajaritos y pajarracos, le faltó tan sólo un voto.

El informe de la policía, aunque parezca mentira en ciudadano tan puntilloso, había olvidado lugar y fecha: Ostia, 2 de noviembre de 1975.

Ostia es un balneario romano, sobre el Tirreno, a unos treinta kilómetros de la capital italiana. En noviembre, los únicos turistas son los gatos. Es, pues, un lugar ideal para que Pasolini encuentre allí a otro solitario. Lo encontró. Se llamaba Giuseppe Colisi, aprendiz de panadero, fichado como ladrón habitual y especialista en fugas. Pier Paolo quizá quería llenar con compañía algunas horas muertas y Giuseppe deseaba el Alfa Romeo Giulia del escritor en el que le detuvo la policía unas pocas horas después del crimen sin que tan siquiera hubiera agotado la gasolina del depósito. Ese día, 2 de noviembre de 1975, un pobre desgraciado sube a la fama en todos los teletipos del mundo y uno de los hombres más famosos de Italia muere trágicamente.

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En la sordidez de su muerte existe un argumento que P. P. P. se hubiera apresurado a firmar. Hay una historia equívoca sepultada en una sangrienta violencia. El peligro es un mundo que le atrae y le fascina. Pasolini va en busca de la destrucción, no sólo a través de sus películas, sino también en sus propios actos; pero ya que la sociedad no quiere saber nada con el amor, porque el amor resta horas al trabajo y quita tiempo a la producción, decide filmar sus propias y diversas autobiografías, el eros liberado, hetero u homosexual, anárquico y desligado de cualquier desviación hipócrita, de todo disimulo. Entre el ruido que producen los hombres y las máquinas, Pasolini no se engaña: la sociedad rechaza lo que no está codificado, pues podría poner en evidencia sus estatutos; en consecuencia, su homosexualidad es inaceptable en toda comunidad u organismo, por muy libres que sean.

Edipo rey, y todavía más Porcile, confirman la ambigüedad -reconozco que no sé hasta qué punto puede ser válida esta palabra- del hombre y de la obra.

Marxista convencido y cristiano "moderno", Pasolini no rehúye la contradicción y acepta la paradoja. Utilizó la Biblia, la mitología, Eurípides, Sófocles, sin el menor complejo para transitar por un camino jalonado de insultos y de elogios. Si es capaz de vagar por los suburbios de Roma para buscar efebos o nuevos talentos -Franco Citti, ex delincuente, está para siempre en Accatone y Porcile-, también lo es para domesticar a una fiera como María Callas, elegida por él para interpretar el rol de esa mujer bárbara que se llamó Medea. Adorado y odiado, ese genio de múltiples rostros confesó una vez que su ídolo no era Marcusse, ni tampoco Sade, ni menos todavía Masoch, sino la verdad.

En las pantallas de los cines y de la televisión centellean sus obras: Mamma Roma, Decamerón, Saló, Los cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, en fin, Ropapag. Pero como cinéfilo y político -por ese orden-, la película que más me ha interesado de toda su filmografía es Porcile. La inquietante desorientación que provocaron argumento y escenas entre los habituales de Cannes la explica Pasolini así: "La sociedad devora a sus hijos desobedientes; la única alternativa del disidente es la obediencia". Ahora bien, dentro de la cruel opción, lanzada como aquiescencia trágica, se esconde la terrible violencia de quien está marcando a fuego a una sociedad ultraconsumidora con un ataque que apunta a su entramado más íntimo: el ansia de poder.

Porcile tiene dos épocas en donde se cuentan dos historias; tan sólo las une el ritmo. Parte de la película se desarrolla en la Alemania de hoy, gran productora de botones, cañones -sólo para la exportación- y maquinarias de todo tipo; la obra se desenvuelve en un país imaginario, meridional, en un especie de siglo XVI estilizado a lo Greco o, de haber vivido en esa época, a lo Modigliani, aureolado todo con evidentes reminiscencias españolas y muy católicas. Tal como se aprecia en Medea y en Edipo rey, los antiguos episodios, las cosas sucedidas y difícilmente olvidadas, los tabúes arcaicos y oscuros iluminan en la imaginación "poética" y mitológica de Pasolini el contenido histórico y la supervivencia social del nazismo; es a través de dos potentados del famoso milagro alemán, nazis revividos para cuidar los intereses financieros económicos del pueblo, cuando la crónica del cerdo aclara, en formulación dialéctica, todo el brutal significado del episodio mítico. En ambas sociedades, la arcaica y la tecnológica, la corrupta y la tradicional, el canibalismo retorna para devorar a sus hijos, pero se trata de vástagos "diferentes", por llamarlos de alguna manera; en la sociedad arcaica el caníbal es comido, a su vez, por los lobos, pagando así su manía de disentir; en la otra, en la sociedad moderna, la desobediencia es castigada con la zoofilia, encarnación suprema de quien se rebela contra la injusticia. Entre ambas crónicas, el personaje pasoliniano de todas sus películas, el ser puro, angélico (Ninetto Davoli), presente en las dos catástrofes, es la incontaminada representación de un pueblo que todavía no ha podido asomarse a la historia.

La morbosidad de Pasolini no es gratuita; pienso que su lucidez no se asustó al tener que ir a sumergirse en la horrenda objetivación de la condición humana. Por descontado, el tema del canibalismo ha existido en diversas ocasiones en el cine actual; en un extremo recuerdo Weekend, de Godard, y Bergman con Persona; en la otra punta, la tercermundista Macunaima, de Joaquín Pedro. Dos extremos, dos puntas, en definitiva, dos mundos, que en Porcile señalan los signos de dos culturas que se alternan entre la cultura sometida y los, sometedores de la cultura; en ambos casos siempre hay víctimas propiciatorias. De la antigua persistencia de la razón, la protesta se transforma en una locura que la purifica extrayéndola de una esclerótica inmovilidad. El sacrificio del "disidente" comido por los lobos (Pierre Clementi, el actor, ¿o quizá el propio Pier Paolo?) se transforma así en, el grito más agudo y desesperado ante todas las injusticias, ante la guerra del cerdo que nunca se acaba.

-¿Ama usted la vida? "Amo la vida ferozmente, desesperadamente también. Y creo que esta ferocidad y esta desesperación no me llevarán sino a mi destrucción. Amo el sol, la, vegetación, la juventud. Ha llegado a ser para mí un vicio más espantoso que la cocaína. Devoro mi existencia con un apetito sin límites. ¿Cómo terminará esto? No lo sé".

Nosotros sí lo sabemos ya; la hierba y la luz estuvieron ausentes -le asesinaron por la noche y en una calle de tierra-. Pier Paolo Pasolini acertó tan sólo en una cosa, pues lo mató la juventud que él tanto amaba. Giuseppe Colisi quería ser panadero y se convirtió en un criminal. Sólo tenía diecisiete años.

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