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Reportaje:El caso Vila Carbonell / y 2

Neus Soldevilla hizo el amor con su marido, antes del asesinato, para conseguir que se durmiera

Neus comenzó a beneficiarse del margen de libertad que le permitían las ausencias de su marido, ya fueran por razones de trabajo o por su afición a la caza. Montmeló tenía menos de 7.000 habitantes, y Granollers, menos de 50.000, poca gente como para que la conocida señora de Vila pudiera mantener en secreto alguna supuesta aventura extraconyugal. Pero Barcelona y los pueblos costeros estaban cerca, y ella disponía de un automóvil. Tardó muy poco en hacer nuevas amistades.

A partir del pasado 27 de julio, a un mes de la muerte de Juan Vila, el funcionario Jesús J. y los hombres de la Brigada de Policía Judicial de Zaragoza, encargados de resolver el caso, hicieron un lento recorrido por todos los lugares que Neus Soldevilla ha frecuentado en los últimos años, investigaron sus movimientos y sus relaciones, y comenzaron a hacer descubrimientos sorprendentes.

La cara oculta de Neus Soldevilla

No puede decirse que Neus tuviese amantes fijos o exclusivos. En su círculo de íntimos entraban hombres de procedencia indeterminada, varios de ellos, aconsejados por amantes anteriores o amigos indiscretos que la calificaban como «una excepcional compañera de dormitorio». Si se cansaba de alguno, simplemente se deshacía de él sin rodeos; a veces llegó a utilizar sin escrúpulos el miedo que su marido inspiraba: «Me ha telefoneado mi cuñada y me ha dicho que Juan ha estado a punto de enterarse, a cuenta de tu indiscreción».

Sus nuevos planes de venta de cosméticos, hábilmente comentados a sus mejores amigas, le garantizaban una cierta libertad de movimientos; en casa, los niños y la sirvienta, encogidos por la presión de Juan Vila, confiaban en ella y admiraban su maestría para burlarle. Siempre que fue necesario, la anciana sirvienta Inés Carazo le proporcionó la coartada. «La señora Neus acaba de salir», o «Ha ido a la obra», o «Tiene una reunión de trabajo con las distribuidoras de cosméticos» eran excusas más que suficientes para un ser tan rudimentario como su marido: ¿Quién podía atraverse a engañar a un hombre de rompe y rasga como él? Simultáneamente, durante los últimos años, día a día, Neus ha hablado con sus hijos en la cocina, en la cafetería El Cisne y junto al arado mecánico de Mas Vila, en Esplús, y en sus razonamientos, dichos a media voz, con un irreprochable acento maternal, siempre se llegaría a la conclusión de que todos los males que afligían a la familia venían de Juan y sólo podrían terminar si Juan muriera.

Hace aproximadamente dos años, Neus decidió reunir su propio patrimonio, a espaldas de su marido. Compraría dos apartamentos en Calella: serían dos refugios y dos inversiones. No tenía dinero, porque la venta de cosméticos era una tapadera, no una fuente de ingresos, pero como señora de Vila Carbonell, el próspero constructor de viviendas, tendría un crédito casi ilimitado ante muchos prestamistas. Entonces fundó una pequeña compañía financiera. Su línea comercial no podía ser más directa: solicitaba una cantidad y aceptaba intereses muy altos y plazos de devolución muy cortos. Si posteriormente, el prestamista exigía un riguroso cumplimiento del compromiso, ella pedía un préstamo más cuantioso a una segunda persona, en las mismas generosas condiciones, y, sucesivamente, a una tercera, a una cuarta y a una quinta. Sobre la marcha compró los dos apartamentos y se hizo regalos de más de 100.000 pesetas: en un sólo día desembolsó cerca de 200.000 pesetas en uno de los comercios de El Corte Inglés. Los nuevos prestamistas respaldaban a los antiguos; la venta de cosméticos, «gano más de 200.000 pesetas mensuales, Antonia», justificaba sus lujos y su independencia, y los niños estaban cada día más convencidos de que mamá tenía razón: aquel hombre que los desterraba a la cocina, a Mas Vila y a la incultura, merecía que se le matase. Paralelamente. las deudas de Neus se dispararon. De la noche a la mañana, ya debía ¡diecisiete millones de pesetas! ¿Cómo conseguiría salir del atolladero? ¿Qué ocurriría si el implacable Juan Vila llegaba a conocer la bancarrota en que su mujer había caído a sus espaldas?

Sin embargo, en un extraño transporte de generosidad, Juan Vila había extendido un seguro de vida a favor de Neus y de sus hijos. «Son cincuenta millones. Podríais cobrarlos aunque me asesinaran o, incluso, aunque decidiera suicidarme». En realidad les engañó en un cincuenta por ciento. Había suscrito dos pólizas: una, por ocho millones, otra, ¡por diecisiete! Total, veinticinco.

Y Neus, cada día más arruinada, sólo conseguía saldar totalmente su cuenta, de 1.600.000 pesetas, con Inés, la sirvienta, cuya posición económica era desahogada a pesar de la naturaleza de su trabajo. Mientras ella debía diecisiete millones, Juan Vila había construido, junto al antiguo bar Tílburi, al principio de la carretera de Granollers a Mataró, un bloque de pisos revestido de mármol de color vino y acero inoxidable, cuyos portales, decorados con bajorrelieves de cerámica, techos artesonados y granito brillante de color gris, tienen una misma inscripción: «Granollers, ciutat pubilla de la sardana, 1976». Eran casi una obra de arte, una brillante culminación de su carrera. Los puso en venta, a siete millones de pesetas. Ya en 1981, sus bienes fueron evaluados en 350 millones.

Los preparativos

Neus convenció definitivamente a sus hijos en junio. Le matarían en Mas Vila, a finales de mes. En casa, todos, también Inés, parecían estar de acuerdo. Los nuevos sucesos familiares reforzaban esta decisión: con ocasión de aquel viaje, Juan obligó a su hija Nieves a perder el examen de Ciencias Empresariales, aparentemente conformes con su suerte, los gemelos revisaban el tractor y preparaban sus turnos.

En las reuniones de Mas Vila, siempre organizadas cuando Juan estaba ausente en el campo, su mujer y los chicos discutieron al menos tres sistemas. Descartaron una avería en las ruedas del coche por una consideración humanitaria: tal vez le acompañase alguien en el momento del accidente, y no podía olvidarse de que aquello sería, para casi todo el grupo, un crimen ritual o, mejor, una ejecución. Habían comprado un frasco de éter con el propósito de dormirle y golpearle luego en la cabeza con un palo, pero el movimiento final exigía un macabro despliegue, una rudeza muy alejada del apocamiento de los muchachos, tan sensibilizados hacia la violencia. Para el vallium ya era tarde. Quedaba la vieja Star del nueve corto. A primera hora del pasado día 28 de junio, tres de los hijos de Juan Vilá probaron la pistola junto al chalé de la finca. Funcionaba perfectamente. Sólo había que tener una precaución al usarla; como sucedía con todas las pistolas, al disparar, el extremo del cañón se desviaba hacia arriba. Había que prevenir, entonces, algún gravísimo fallo...

... Desde el 27 de Julio. los inspectores de Jesús J. recorrieron unos 8.000 kilómetros y se entrevistaron con más de doscientas personas relacionadas con la familia Vila. Prescindieron muy pronto de la hipótesis del crimen político y supieron que varios de los más caracterizados militantes de Fuerza Nueva habían llegado a la misma conclusión, en una mesa convocada ex profeso para estudiar el caso. Los investigadores resolvieron también que las probables razones para sus enemigos profesionales habrían sido suavizadas por el paso del tiempo; una venganza tan tardía no resultaba, en absoluto, lógica. Los amantes de Neus eran siempre aves de paso: con ellos no había tampoco intereses creados que explicasen una supuesta complicidad, Después de más de dos meses de investigaciones, el único móvil en pie era su necesidad de dinero y su inevitable correlación con el seguro de vida...

Desde que murió su marido, Neus Soldevilla Bartrina, viuda a los 38 años, regaló a su hija mayor, Nieves, un Ford Fiesta; cambió las motocicletas de sus hijos por una Derbi C-4 y una Vespa, mientras Marisol variaba bruscamente de planes; decía: «Quiero estudiar Farmacia»; luego dijo: «Quiero hacerme juez», y ella, Neus, se compró un descapotable.

En su nuevo papel de viuda moderna, de mujer fuerte y animosa, hizo gestiones para vender la finca Mas Vila, aquel macabro lugar que traía tan malos recuerdos a la familia: el primer comprador le ofreció setenta millones de pesetas en mano. Decidió también adosar dos pisos del edificio de mármol y mudarse a ellos con todos los chicos y con Inés. Para ocuparse personalmente de los negocios de su marido, se encargó de las oficinas de venta y colgó en la fachada izquierda del edificio un cartel en el que se lee: «Construcciones Herederos de J. Vila Carbonell. Venta de pisos». Y, como homenaje póstumo mandó instalar una gran foto mural del difunto en una de las paredes de su despacho. El viernes 9 de octubre, por la tarde, hace hoy once días, fue a la floristería Lolín, de la plaza de la Corona, y le hizo a Rosita, la dependienta, un pedido de veinticuatro geranios, un árbol yuca y ocho palmeras, cuatro grandes y cuatro pequeñas, por un importe de 18.200 pesetas, sin descuentos, para decorar su nuevo recibidor. A las 21.30 horas la detuvieron.

Previamente, Jesús J. había convencido a un hijo de Inés, la sirvienta, para que hablase con su madre y le urgiese una confesión. El hijo accedió. Con el corazón en un puño, los policías lograron reconstruir exactamente el crimen.

Ceremonia de la ejecución

A primera hora de la tarde del 28 de junio, después de que los chicos hubieran probado la pistola, Neus se fue al dormitorio: cuando Juan volviese del campo debían decirle «Mamá está en la cama, con jaqueca». Sin duda iría a la alcoba con la pretensión de hacer el amor.

Todo discurrió tal como había previsto Neus. Hicieron el amor y, según su costumbre, Juan se quedó dormido en seguida. Entonces ella se levantó en silencio, fue a buscar la pistola y se la entregó a uno de sus hijos. El muchacho entró en la habitación, pero volvió unos segundos después moviendo negativamente la cabeza, en un gesto de asco o de desánimo. En ese momento, Marisol se adelantó y dijo: «Si vosotros no tenéis lo que hay que tener, yo sí los tengo». Y preguntó qué había que hacer para evitar que el cañón de la pistola se desviase hacia arriba cuando apretara el gatillo. «Empúñala con las dos manos, te será muy sencillo », le respondieron. Todos, salvo las dos niñas pequeñas y la sirvienta, que se quedó custodiándolas, la acompañaron. Marisol se acercó a la cama. La vieja Star municipal ya había sido montada; tenía una bala en la recámara. Marisol siguió exactamente las instrucciones.

Pasadas tres horas, la Guardia Civil de Binéfar recibía una llamada telefónica desde Montmeló y luego descubría el cuerpo de Juan Vila Carbonell. «Está casi en posición fetal», dijeron los expertos. En Zaragoza, el funcionario Jesús J. se pasa el día diciendo que ojalá puedan salvarse los niños. En la finca Más Vila, las hembras de mantis religiosa siguen devorando a los machos después de aparearse con ellos. Como siempre.

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