Los fallos y Gomes derrotaron al Atlético
ENVIADO ESPECIALEl Atlético de Madrid volvió a ser el pupas. Aunque no jugó bien, sólo de forma aceptable, pudo sacar un empate de El Molinón, pero lo estropeó con dos fallos lamentables. Además, el portugués Gomes, que parece reencontrarse después de casi dos años de ostracismo por una lesión mal tratada, comenzó a darle la puntilla con dos goles magníficos. Y el árbitro, De Burgos Núñez, que prometía ser un buen colegiado, pero defrauda cada jornada más, le hurtó un penalti clarísimo, aparte de quitarle otra oportunidad en el que sí señaló.
El Atlético jugó bien la primera media hora, pues el dominio del Spórting fue sólo fruto de su 4-3-3 más ofensivo, pero ineficaz por la mala colocación de sus hombres en el campo. El 4-4-2 madrileño -azul el domingo-, a veces 4-5-1 -sólo con Rubio delante, como cabía esperar, tras salir Mínguez para reforzar el medio campo-, tejía una maraña de empacho centrocampista, con buenos marcajes también atrás, que obligaban a arriesgar al Spórting en los pases y a faltar una y otra vez. Incluso se notó que optaba por tirar de lejos -Gomes, Joaquín, Uría- como única salida, pero el mal endémico de la mala puntería del fútbol español le llevó prudentemente a no desperdiciar fuerzas en salvas inútiles. La colocación inicial de Dirceu, vigilado por Uría, muy adelantada, fue una sorpresa, pero también ineficaz, pues hasta que el brasileño no ordenó el juego desde atrás el equipo no hilvanó algunas jugadas, entre ellas la que acabó con el córner previo al primer gol.
Con ventaja en el marcador, la situación parecía inmejorable para el Atlético y sus contraataques. Pero el Spórting contó con la resurrección de Gomes -cuando vuelva Ferrero puede ser terrible- y su rival empezó a ser el pupas en los momentos más vibrantes del encuentro, justamente en el tiempo transcurrido entre los dos primeros goles locales. Antes de encajar el segundo, precioso de ejecución, un fallo de Redondo propició casi el empate. Claudio, otro miniportero que da angustia en las salidas -como Aguinaga-, pero muy ágil de reflejos, salvó en la misma raya el cabezazo subsiguiente de Balbino. El gol en contra, entonces, fue un jarro de agua fría que ya impidió al Atlético levantar cabeza hasta el descanso.
Y lo grave continuó después con el clamoroso fallo de Aguinaga, a los diez minutos, cuando el Spórting se veía acorralado por la lógica salida más incisiva del rival. En realidad, tampoco hacía gran cosa, pues sólo Marcos, pese a la vigilancia de Jiménez, traía peligro. Las parejas Quique-Joaquín, Mesa-Ruiz, Dirceu-Uría y Mínguez-Andrés prácticamente se equilibraban. El equipo local perdía ya tiempo y sólo esperaba, a la contra, aprovechar algún contraataque. Carriega quizá por eso, con miedo a que el 3-1 pudiera convertirse en una goleada de escándalo, no sacó a Pedro Pablo y Cabrera, hasta que faltaba un cuarto de hora. Quizá tarde, pero que incluso pudo servir, pese al primer penalti tan claro de Uría a Rubio, que De Burgos, cumpliendo lamentable e injustamente su promesa o declaración hecha hace dos años de no pitar más un falta máxima al extremo «olvido», Rubio dijo entonces, sincera, pero absurdamente, que se había tirado, engañándole, en un partido.
Mínguez, confirmando su especialidad en tiros lejanos, marcó un gran gol y llenó de angustia a los aficionados gijoneses, que veían a su equipo cansado y demasiado encerrado atrás. El segundo penalti, que el árbitro ya no pudo olvidar, confirmó sus temores. Pero el Atlético estaba gafado en sus propias fuerzas, incidencias externas aparte. Un jugador de la calidad de Dirceu no puede fallar como lo hizo; pues, aunque Claudio se moviera, el balón iba bastante centrado. Y esperar ya que el árbitro cumpliera con su obligación de repetir el lanzamiento al moverse el guardameta, menos aún. El doctor Cabeza puede buscar culpables fuera, pero primero debe hacerlo dentro.
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