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El baloncesto norteamericano es otra cosa

La seriedad presidió las tres jornadas del Pabellón. El Real Madrid se inventó un torneo para celebrar las bodas de oro del baloncesto en el club, y lo hizo de forma importante. Este tipo de competiciones se hicieron casi siempre para que el de casa salga triunfador, y tan sólo, los apasionados salían contentos. Esta vez no fue así. Se trajeron equipos con entidad, y se puede decir que, pese a que la victoria final no sonrió a los blancos, el público quedó enteramente satisfecho. Los profesionales norteamericanos ofrecieron un buen espectáculo, demostraron que su baloncesto es otra cosa distinta, y se impusieron a un Madrid que hizo un buen partido.Hay que apresurarse a decir que, entre otras cosas, los americanos son calculadores. También dieron muestras de prudencia. Sin esforzarse demasiado, pero puestos a jugar, ya ganaban en el descanso por dieciocho puntos. Es justo apuntar que no pusieron ningún empeño en aumentar esa diferencia, sin que esto reste ningún mérito al gran partido que hizo el Madrid, especialmente en la segunda mitad. A pocos minutos del final, el conjunto de Lozo Sainz se acercó en el marcador a su rival e hizo concebir alguna esperanza a sus fieles seguidores; pero quizá debido al pique que se estableció bajo los aros, donde hubo más dureza de la que se acostumbra en Europa, los americanos decidieron que querían ganar, apretaron un poco el acelerador y no tuvieron la más mínima dificultad en alzarse con el triunfo.

Cumplió perfectamente el equipo estadounidense su papel en el torneo. Ganó al Partizan como debía hacerlo, pero no dejó ver su superioridad con el fin de no estropear la fiesta del domingo. Frente al Madrid salió más decidido y con el convencimiento de que su obligación era dar espectáculo. Así lo hizo. Vino a decir jugando: «Miren: más o menos es así como lo hacemos nosotros, sin emplearnos mucho en defensa. Después no tenemos ningún inconveniente en que el equipo de casa pueda jugar también y lo haga como sabe».

Lo hizo muy bien el Madrid, y volvió a dar muestras de que ha reunido un gran equipo. Mirza Delibasic, que volvió a causar las delicias de los aficionados y a levantar al público de sus asientos, imprime otro ritmo al equipo. Un ritmo al que deben acostumbrarse todos, porque irá lógicamente en beneficio de todos. Iturriaga es, por el momento, el más indicado a entenderse con él y el que parece que puede hacer cosas importantes dentro de ese engranaje que normalmente debe pretender el Madrid. Ambos son fenomenales pasadores y muy rápidos. Los dos ven baloncesto. Con Corbalán y Brabender (sin olvidar a Díaz cuando se incorpore), son una verdadera garantía del juego del Madrid por fuera.

Chnerlich ha hecho en dos días méritos más que suficientes como para empezar a creer en él, cosa difícil después de las experiencias de los últimos años. Fernando Martín y Romay no se arrugaron en ningún momento, pese a que enfrente tenían nada menos que a unos profesionales de la cátedra del basket. Brabender no quiso dejar de ser quien es al ver que el acontecimiento cobraba importancia, y se fue a los veintiocho puntos con su habitual facilidad. Tanto él como Chnerlich, las cosas en su sitio, supieron sacar provecho de la estricta vigilancia a que estuvo sometido Delibasic durante todo el encuentro, lo que, sin embargo, no le impidió dar a sus compañeros canastas hechas con unos magistrales pases.

Si siempre los dirigentes son blanco de las más duras censuras, en esta ocasión, y aunque no sea habitual, hay que felicitar a los madridistas, que sin demasiado ruido llevaron al Pabellón un gran torneo. En los despachos de Concha Espina se vuelven a notar las manos baloncestistas.

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