Leonard y Hearns se repartieron 1.700 millones de pesetas
Por encima de su resultado deportivo, victoria de Sugar Ray Leonard, el combate de la madrugada de ayer entre éste y Tommy Hearns, en Las Vegas, fue un fabuloso baile de millones. Leonard se llevó mil millones de pesetas; Hearns, algo menos, sólo setecientos, y promotores, cadenas de televisión, circuitos cerrados de televisión también, agencias de publicidad y un sin fin de actividades obtuvieron también suculentas ganancias del combate más caro de la historia... por el momento. Los ingresos ascendieron a 4000 millones.
Los grandes combates del siglo, Johnson-Burus,Johnson-Willard, Dempsey-Tunney o Dempsey-Carpentier, quedan lejos. Entonces no había televisión, sólo radio. y los boxeadores veían limitadas sus ganancias a la recaudación de las taquillas. La televisión, en directo a los domicilios de los aficionados, o a través de circuitos cerrados a salas de cine, ha centuplicado las posibilidades de ganancias.Fue la pelea Clay-Frazier, en marzo de 197 1, la que inauguró la loca carrera de las peleas millonarias, pero hoy aparece modesta a la vista de las cantidades que ya se manejan. Entonces regresaba Clay del ostracismo, que se Ie impuso por su negativa a enrolarse en el Ejército («No tengo nada contra el Vietcong», repetía lacónicamente siempre que era preguntado por periodistas o jueces militares), y ante Frazier intentaba recuperar el título del mundo del que había sido desposeído. Aquél fue conocido como el combate del millón de dólares, porque esta era la cantidad que se repartían entre los dos como bolsa. Por ese dinero, hoy Hearns y Leonard no cruzarían ni la acera.
Clay fracasó en aquel intento de recuperar el título, y poco después apareció en él firmemente George Foreman, que machacó a Frazier y a Norton y se alzó con el título. Mobutu financió un combate en Kinshasha, entre Clay y Foreman, que estableció varios récords aún por batir. Por ejemplo, el del mayor número de espectadores en directo, 200.000, o el de mayor número de países que televisaron un acontecimiento deportivo. La bolsa de cada uno de los contendientes fue de 350 millones. Más tarde, la llamada batalla de Nueva Orleans, entre Clay y Spinks, resultó una pálida imitación.
La categoría de los pesos pesados sufre en los últimos años una crisis que los empresarios y el boxeo en general han salvado con los weIters y superweIters, categorías en las que se han reunido las entrellas del momento. Con Sugar Ray Leonard, brillantísimo campeón olímpico en 1976, Mano de Piedra Durán, feroz noqueador panameño, y Pipino Cuevas, agresivo mexicano, se compuso una fórmula siniestra: «El triángulo de la muerte». Se trataba de hacerlos destrozarse entre sí, en una sucesión de peleas y revanchas que garantizarían suculentas ganancias. En principio, Mano de Piedra venció a Leonard en Montreal, en otro supermillonario combate, del que Leonard se tomó la revancha no mucho más tarde en Nueva Orleans, con sorprendente y no explicado abandono de su rival. Pero el tercer vértice del triángulo, Pipino Cuevas, sucumbió ante la aparición de un intruso de Detroit, de estatura increíble para su peso, 1,84, y que le destrozó en dos asaltos.
Leonard-Hearns era, pues, el gran combate. Las Vegas, el mejor escenario. Leonard representaría el boxeo pulcro y técnico. Hearns, la terrorífica agresividad del peleador de barrio. La técnica de marketing de este tipo de encuentros se ha desarrollado tan rápidamente en los cinco últimos años, que ambos han obtenido del combate una fortuna que les permitiría vivir el resto de sus días. Hearns ha perdido su primera pelea tras 32 victorias, treinta antes del límite. Leonard completa un palmarés con 31 victorias y una sola derrota, ante Mano de Piedra. Las puertas de la revancha están abiertas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.