La historia de los directores de RTVE, según Senillosa / y 2
«Tras colocar en nómina, para que te guardasen bien la viña, a sus amigos de la obra», Adolfo Suárez sale de Prado del Rey, reemplazado por Rafael Orbe Cano, que dura los seis meses en que Carrero Blanco es presidente del Gobierno. Es el momento de Juan José Rosón, un momento de tan sólo seis meses, en los que se ha ganado el apodo de el Féretro, para pasar a ser jefe nacional del Sindicato del Espectáculo, cargo que De Senillosa cree «inesperado y poco apetitoso», aunque no sin advertir que «todos los cargos son buenos para quien está en gracia de Dios, si se saben aprovechar. Al fin y al cabo, también Reagan, en Hollywood, fue jefe del Sindicato del Espectáculo».Después de Rosón llega a Prado del Rey «otra cara guadianesca»: Jesús Sancho Rof, «dispuesto a eliminar otros bichitos que tampoco se mueren si se caen al suelo». A éste le sucede Gabriel Peña Aranda y, siendo Adolfo Suárez presidente del Gobierno, accede al cargo Rafael Ansón, a quien sustituye Fernando Arias-Salgado, «nombramiento tan inesperado que en el telediario se dio el nombre de Rafael Arias-Salgado». La lista termina cuando entra en vigor el nuevo estatuto de RTVE, con el nombre de Fernando Castedo que, según Antonio de Senillosa, «a punto ha estado de ser el director general que menos tiempo ha durado en el cargo por culpa de unas recientes intrigas que todos conocen más o menos».
Hecho el recuento de responsables, analiza De Senillosa el entorno de un medio de comunicación cuya primera concepción, la del ex ministro Gabriel Arias-Salgado, no admitía la crítica porque «Televisión Española es del Estado, y criticarla es criticar al Estado». Esa doctrina la expuso textualmente el mismo Arias-Salgado, cuando Enrique del Corral, desde Abc, se atrevió a criticar, refugiado en el seudónimo de Víctor Blasco, el 19 de marzo de 1959, una retransmisión de un festival de coros y danzas de la Sección Femenina, citando, en especial, los fallos del locutor Jesús Álvarez.
Antonio de Senillosa advierte, sin embargo, que, desde su óptica, tenía razón Arias-Salgado, porque Televisión Española nació como un organismo del Estado, igual que la Dirección General de Correos o el registro de penados y rebeldes. «Vila San Juan ha contado divertidamente que hace muy poco tiempo todavía, en el presupuesto general de RTVE, en el capítulo de gastos correspondientes al mantenimiento de los patos que viven en los jardines de Prado del Rey, se consideraba tan sólo a veinte patos. Ese era, en principio, su número. Pero los patos y las ocas iniciaron juegos amorosos sin preocupaciones anticonceptivas, proliferaron, aumentaron en número y se salieron del presupuesto. Pero el Estado es el Estado y el papel decía veinte patos. Hubo que colocar apresuradamente a los animalitos unos collarones de castidad y vigilar a golpe de vara cualquier exceso erótico. Todavía estaba prohibido el uso de la píldora anticonceptiva y el voto de castidad se cumplía». Más grave fue aplicar esos mismos parámetros estatales al mundo del cine, del teatro, del arte, en fin, y también al de unas noticias.
Según esa concepción iniciada con Gabriel Arias-Salgado y seguida hasta Fernando Arias-Salgado, incluido, el Gobierno, propietario de la televisión, puede utilizarla a su antojo. «Prado del Rey es para ellos un coto de caza del Gobierno donde se tira a dar a todo lo que sea oposición, a todo lo que se mueva, a todo aquello que pretenda cambiar unas estructuras fosilizadas o anquilosadas. A todo lo que huela a modernidad y a todo aquel que se resista a la sumisión o a la incondicionalidad. Todo lo nuevo, lo imaginativo, lo creativo es subversivo. Allí sólo se toleraban las ruinas ldeológicas».
Después de extrañarse de que con esos mandos y con esa concepción teocrática los profesionales de Televisión Española «hayan conseguido hacer televisión y hacerla, muchas veces, bien». De Senillosa afirma que se trataba de buenos profesionales y de esa «invencible necesidad que tiene el hombre de libertad». Así, Televisión Española sintió la necesidad de airearse, de abrir fronteras, y enlazó con Eurovisión por sí misma, pese a los ministros, pese a los directores generales y a la innumerable cohorte de cargos inmediatos que ellos segregaban. «Sería preciso utilizar una computadora para calcular el casi infinito número de mandos que se nombraron en Televisión Española».
Castedo, un cambio radical
«Por pura corrección cronológica», De Senillosa dejó para el final la última etapa de Televisión Española y a su último director general, Fernando Castedo, nombrado de acuerdo con el estatuto de Radio y Televisión, aprobado por el Pleno del Congreso de los Diputados el 31 de diciembre de 1979. En dicho estatuto se dice textualmente, en su artículo 10, apartado 1, que el director general será nombrado por el Gobierno, oído el Consejo de Administración. «Aquí di yo una batalla a sabiendas de que estaba perdida de antemano, pues entendía que era al pueblo, a través de sus representantes en el Parlamento, a quien correspondía dicho nombramiento».
Lo cierto es que la entrada de Castedo en la dirección general de RTVE ha supuesto, en su opinión, un cambio radical y una mayor transparencia administrativa, ya que, en los catorce meses que lleva funcionando la comisión de control, el balance ha mejorado en varios miles de millones de pesetas. «No dudo que, en algún modo, tendrá que ver en ello el trabajo de una comisión que ha ejercido su tarea con honradez , dignidad y eficacia. Ello es muy importante porque las democracias, al contrario de las dictaduras, pueden perecer a causa de la corrupción».
Para Antonio de Senillosa, la televisión «es informar, es entretener, es divertir». Todo ello con un lenguaje digno y una buena dicción. Es también, «y eso es muy importante», asumir los intereses de la sociedad que no están servidos en nuestra televisión actual, en gran parte por culpa de una politización excesiva, por esa enfermiza obsesión partidista de controlar el tiempo que salen los políticos, los ministros, los congresos de UCD, del PSOE, del PCE o de CD. «A unos profesionales que no llegó a aniquilar la dictadura, no puede ahora decirles la democracia dónde tienen que colocar la cámara ni cuántos minutos debe salir el ministro tal o el congreso del partido cual, ni tampoco adoctrinarles con catecismos semejantes a los del padre Astete o el padre Ripalda, en lugar de darles únicamente una relación de principios, es decir, cuál es la televisión que se pretende hacer».
Después de reconocer que hay programas que irritan y de señalar que es mejor irritar que aburrir. De Senillosa cree que el impacto de la información televisiva «es más inmediato pero es también más fugaz que el de la Prensa». Por ello, las reacciones son más espontáneas y mucho menos elaboradas. «Castedo y su equipo han metido las cámaras y los focos por todas partes y encender las luces es bueno »,
«La televisión es ahora mas directa, más agresiva, menos enlatada, más participativa, aunque esté muy lejos todavía de la deseable integración de más amplias capas de la población. Y eso es fundamental, porque la televisión, cuando es estatal, es el medio de conexión más importante que existe entre gobernares y gobernados. Cuando exista de verdad una televisión libre e independiente, será mucho más: será el medio de conexión más importante entre gobernados y gobernantes».
Antonio de Senillosa terminó citando a Mitterrand: «El grado de democratización de un país se advierte por el uso que el Gobierno hace de los medios audiovisuales». Claro que la frase la dijo el actual presidente de Francia cuando estaba en la oposición.
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