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Reportaje:

Los madrileños se volcaron en la verbena de la Paloma

Varios miles de madrileños asistieron la noche del pasado viernes a la verbena de la Virgen de la Paloma, en la plaza de Las Vistillas, en la que se eligieron a la Casta y a la Susana de entre las ataviadas con el traje típico. La fiesta, que contó con la presencia del alcalde de Madrid, Enrique Tierno, estuvo amenizada por diversas orquestas y charangas y la tuna de Informática. Este año miles de personas pudieron oír cómo el viejo profesor, Enrique Tierno, les invitaba a divertirse, al tiempo que prometía no "discursear". Era la noche del viernes al sábado, la festividad de la Virgen de la Paloma, en la popular plaza de Las Vistillas. "Recuperamos el Madrid de siempre para los ciudadanos de hoy", sentenció el alcalde.

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Entre botellas de cerveza vacías churros y el eco, perceptible aún, de los fuegos artificiales, Enrique Tierno parecía haberse olvidado del bastón de mando municipal para recordarnos, con su propio semblante, a aquel don Hilarión el boticario verde de la popular zarzuela de Bretón y De la Verbena que trataba en balde de conseguir los amores de la Casta y la Susana. Mientras, la tuna de Informática recibía a golpe de cantos a las nuevas rubia y morena madrileñas.Alguien, castizo y amante del arte al parecer, recordaba la "mala pata" que tiene la única torre mudéjar de la capital de España, San Pedro el Viejo, próxima a la plaza de Las Vistilla, que lógicamente es anterior a la Virgen de la Paloma, la de la Soledad, según su nombre primitivo.

Porque la denominación de la Virgen viene de antiguo. Corrían los primeros años del pasado siglo, alrededor del reinado de la castiza Isabel II. Unos niños jugaban con un lienzo pretendiendo convertirlo en cometa, cuando una mujer les requirió la pintura: se trataba de la Virgen de la Soledad. Isabel Pintero, la devota salvadora de la Virgen, colgó el lienzo en la puerta de su casa.

Al tiempo se había convertido, sin apenas darse cuenta nadie, en punto de mira privilegiado de cuantos convecinos pasaban por el lugar. Y cuenta la leyenda que cada tarde una paloma incrementaba el número de los absortos contempladores, que no tardaron en llamarla Virgen de la Paloma.

La Charanga de la Doctora y la Banda de Amigos de Navalcarnero pusieron el fondo musical imprescindible para que los miles de madrileños -nativos y adoptados- y turistas de la verbena pudieran recordar una historia que acaso ni conozcan. Porque lo que parece interesar ahora a los madrileños se resume posiblemente mejor en los puestos de fritos de la fiesta. Visibles desde cualquier parte, se presentaban a modo de orgullosos los recipientes de marca de aceites utilizados en las frituras. "No es la colza, ¿eh?", advertían en uno de los puestos.

Hay mucha gente que cree que les madrileños no somos nada ni nadie y que somos más sosos que el agua del río Manzanares; pero se equivocan", gritaba, dolido, un castizo de siempre. "Porque eso de que en Madrid sólo nació la contaminación es mentira; que cuando yo era un crío mi padre me llevaba a jugar con los leones de la Cibeles, que eran igual de cachorros que yo", concluía antes volver a pedir a la orquesta un chotis.

"Aquí tampoco hay donde sentarse", se convirtió en el grito de angustia de muchas mujeres, cansadas y sudorosas, que pretendían quizá descansar en los inexistentes veladores. La verbena era para bailar, al ritmo de guitarras eléctricas, o para intentar, infructuosamente en la mayoría de los casos, toinarse una cerveza fresca. "Falta organización", se quejaban quienes no encontraron forma de criticar la buena intención municipal. "Menos fiestas y más arreglar el tráfico", protestaban los inconformistas de todos los actos públicos.

Críticas por un ladel y ánimos por otro. División de opiniones en la verbena de la Palorna.

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