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"Soufflé" al aguardiente de arándanos, una "première" mundial de Fraga

Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular, invitó a cenar la noche del pasado martes a un grupo de periodistas, a modo de despedida informal, antes de iniciar sus vacaciones en la gallega localidad de Perbes ("entre Miño y Puentedeume"). Los 38 grados a la sombra que ese día cayeron sobre Madrid no tuvieron suficiente poder disuasorio como para frenar a Fraga, quien, llevado de su vena gallega, apareció en el restaurante con un gran bolso de mano, en el que transportaba una sorpresa de alto voltaje para los comensales.Fue un momento antes de los postres cuando el líder de Alianza Popular pidió al camarero que le acercara las tres botellas que habían viajado en el bolso, a la vez que encargaba un soufflé, reservándose para sí el derecho al flameado. Cada botella correspondía a un tipo distinto de aguardiente, y Fraga comenzó por descorchar el aguardiente cariño, en honor de la señorita que se sentaba a su izquierda. Corrió la botella a lo largo de la mesa y cuando todavía no había completado su primera vuelta, ya don Manuel ponía en circulación, por el lado contrario, la segunda, que contenía aguardiente de hierbas, cuyo tono verdoso contrastaba con el fresa apasionado del cariño.

Metido en pleno enjuague de aguardientes, Fraga, ya en papel de auténtico y generoso anfitrión, descorchó el botellón de aguardiente de arándanos, cuya aparición sobre la mesa fue debidamente glosada, en términos de especialista, por el político de Villalba.

Llamó la atención a uno de los comensales el volumen de los arándanos que flotaban en el interior de la botella, y le comentó al anfitrión: "Don Manuel, qué arándanos tan grandes, nunca los he visto iguales". "Es que son de Rascafría", comentó, "donde alcanzan un tamaño verdaderamente extraordinario".

Entró en ese momento el camarero con el soufflé a punto, y Fraga, oficiando con verdadera maestría, regó generosamente el dulce de aguardiente y tamaños arándanos, mientras comentaba a la luz de la llama que, en una ocasión, había estado a punto de hacer arder a una señora que llevaba un traje "de esos inflamables". Se consumió la llama y el soufflé al orujo de arándanos, que Fraga había calificado de auténtica première mundial, pasó a los platos. Constituidos en tribunal, los comensales otorgaron matrícula de honor al repostero. Otra oposición ganada.

Pero con el soufflé llegaron los famosos arándanos. A la mesa había sentado un cazador, el mismo que se había asombrado del tamaño de los frutos. Acostumbrado a degustar arándanos en la misma planta, en sus incursiones otoñales por las cumbres, de la cordillera cantábrica, el cazador-comensal descubrió que no eran tales los que tan buen gusto habían dado al soufflé. Temeroso de estropear la première, y pese a estar seguro de que los frutos no eran otra cosa sino arañones, las mismas ciruelas salvajes utilizadas en la fabricación del pacharán, pregunto tímidamente: "Don Manuel, ¿los arándanos de los Ancares tienen hueso". Por una vez, vaciló, pero se arrancó en gallego: "¿Y cómo cree usted que son los arándanos, mi querido amigo?" "Yo creo que son sin hueso, don Manuel". "Bueno", zanjó, "lo que pasa es que el bosque está lleno de bayas". Y, sin embargo, no eran arándanos, como bien saben sus amigos los urogallos, aunque el soufflé fuera de matrícula.

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