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Triste victoria de España en Venezuela

El partido Venezuela- España fue como una corrida del mes de octubre. Los diestros, que ya tienen apalabrada la temporada siguiente, se limitan a cumplir y buscan cualquier pretexto para justificarse. En esos festejos de final de temporada solamente se la juegan los maestros de la localidad o aquellos que buscan la exclusiva del Chopera de turno. Ante Venezuela, España hizo un pésimo encuentro y le echó la culpa al empedrado, que en esta ocasión sólo es una justificación a medias. Ante una selección de tercera hubo minutos de auténtico ridículo. Sólo la victoria salvó a los protagonistas de una condena total. Los maestros que dirige Santamaría están atorados. Están hartos de partidos. Al final de temporada sólo algunos tienen la cabeza en mediano orden. En plena canícula se está más para la playa que para el fútbol formal. El terreno de juego no era efectivamente el más propicio para jugar al fútbol, pero cuando se tiene una superioridad absoluta hay que poner alguna fe en lo que se hace para complacer al público que ha pagado su localidad. Cuando no se pueden hacer maravillas basta con correr y mostrar interés por hacer las cosas bien.

En la selección que ganó a Venezuela actuó tan desafortunadamente como en partidos anteriores Marcos. Da la impresión de que, tras haber firmado una exclusiva con el Chopera del Manzanares por tres años y cincuenta millones, ya ha comenzado a cuidarse. El chico de Marquitos se contenta con el quite del perdón y una media con vómito. Juanito es una estrella del espectáculo y, al final de campaña, se quita al toro de delante con dos pases de pitón a pitón. El público se llevó una gran desilusión con él y él protestó airadamente cuando fue sustituido. Juanito se fue hacia el vestuario, y en medio de una gran bronca, antes de llegar al túnel levantó dos dedos hacia arriba. No hizo como Luis Miguel. Juanito dijo que era dos veces el número uno. El tema de Juanito y sus reacciones, por sobado, puede aburrir a las amapolas del campo. Y no me gustaría hacer juicios temerarios, pero tengo la impresión de que en el momento en que el jugador madridista fue sustituido hubo más de uno que se animó a correr como no lo había hecho hasta entonces.

El partido fue una auténtica broma. Venezuela no es equipo para asustar a nadie. Tanto es así que Arconada solamente tuvo que demostrar su clase una sola vez. Venezuela soba la bola en el centro del campo, pero es inocente desde el momento en que se acerca al área. Sin pasión de madre, como diría un castizo, lo poco bueno que se vio en el conjunto local lo hicieron Anor, hijo de vascos; Febles, nacido en la isla de Hierro; Castro, natural de, La Coruña; el ovetense Campos y las cuatro cositas del primer período del gallego Regueiro. Anor, hasta que se cansó, dio guerra, pero tanto él como los demás fueron apagándose hasta quedar reducidos en su parcela, sin más delantero que el morenito Flores.

Venezuela es una selección joven que, ante un adversario superior, intentó realizar la hombrada. La selección española es un equipo aburrido por la larga temporada y la paliza de la gira, y que sólo tiene ganas de ir a descansar. Dos goles, y uno de penalti, cuando aquí ganó, por ejemplo, el Valencia por 4-1, explican suficientemente la serie de factores negativos que reunió la selección de Santamaría. Con Montero en España -porque fue llamado urgentemente en México, por grave enfermedad de su madre-, y lesionado Morán, al final del partido España jugó con dos delanteros centro y ningún extremo, y cuatro centrocampistas, que otra cosa no es Sánchez.

España venció, pero no convenció. Este resumen final podría valer en Chile y en Brasil. En Venezuela habla obligación de no representar un papel tan triste. La decepción para los miles de españoles que acudieron al estadio y que están al tanto de cuanto sucede en los campeonatos nacionales fue grande. Algunas de las cosas que sucedieron en el campo superaron la capacidad de asombro, que ya es grande, de quienes seguimos esta desdichada gira.

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