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Un heredero de la corona de Francia, en el banquillo de los acusados

El clima mitterrandista del país, e incluso la rojería ministerial que conmueve al mundo desde hace 48 horas, no ha mermado ni la curiosidad de los franceses ni su ironía ni el sensacionalismo que envuelve al juicio iniciado ayer en los tribunales de Tarbes con un protagonista que tiene un nombre: Thibaud Louis. Denis Marie Inbert de Orleáns, conde de la Marca. Thibaud es el hijo menor del conde de París y de la condesa Orleans de Braganza, los herederos orleandistas de la corona de Francia frente a los Borbones. Thibaud hace poco más de un año, se encontró mezclado en un intento de robo de obras de arte y, tras catorce meses de cárcel, comparece ante la justicia.

El suceso fue muy cacareado en su día. Ya entrada la noche, en Tarbes, dos hombres penetran en un chalé perteneciente a la señora de Courty, una virtuosa burguesa coleccionista de telas firmadas por pintores célebres, de marfiles antiguos y de otros tesoros similares. Uno de los hombres se llama Ruppert, de oficio factotum de sus dueños.Y uno de sus dueños participa con él en el atraco. Se trata de Bonnaud, hombre de negocios múltiples, personaje equívoco a, la vista de su biografía. La señora de Courty no se encuentra en el chalé, defendido por un sistema de alarma de lo más sofistic,ado. Y los dos hombres, en cuanto atraviesan la puerta, caen en la trampa tecnológica. La policía acude inmediatamente, les detiene sin dificultad y aquí empieza. el calvario del príncipe viajero, como él se autocalifica, o vagabundo, como lo adjetiva su padre.

Los dos compinches de Thibaud notardan en confesar que intentaban robar en el chalé. Y, al mismo tiempo, en las proximidades de la región, por puro azar, el príncipe es detenido cuando viajaba en su Mercedes. La relación entie los tres se establece con facilidad. Thibaud estaba asociado con Bonnaud. Este último había contratado al príncipe como director general de la galería de Nesle, un negocio montado en París con grandes ambiciones, pero que se encontraba en situación ruinosa. Por eso, el robo de los tesoros artísticos de la señora Courty se supone que hubiese podido servir para algo. Los ladrones frustrados fueron encarcelados, y a Thibaud se le acusó de organizador de la operación o de soplón, al menos. El príncipe ya conocía entonces a la señora Courty, que le había invitado a cenar en su chalé un par de años antes.

Thibaud nació en Portugal, cuando sus padres vivían exiliados. Su vida fue la de un príncipe cualquiera durante los años de la primera y segunda enseñanzas. Las barricadas del mayo revolucionario de 1968, cuando estudiaba primer curso de Derecho, fueron las que, al parecer, le metieron el demonio en el cuerpo. En un primer tiempo, hasta coqueteó con aquella primavera de París, pero rápidamente se dedicó a vivir su vida. Y, con la misma rapidez, se convirtió en un marginal respecto a la familia real francesa. Su primera trastada consistió en casarse con Marion Gordon Orr, hija de madre chilena y padre escocés, y sin lazo alguno, no ya con las raíces, sino tampoco con las ramas, al menos, de la nobleza de Thibaud.

Tratante de bestias salvajes, experto en mercados por cuenta de un banquero suizo, pinitos en la televisión y en la literatura, y, por fin, el asunto de la galería parisiense y lo del chalé de la señora Courty. Y Thibaud al calabozo. Su padre le escribió recientemente para sermonearle una vez más: «No se puede ser al mismo tiempo un príncipe de la casa de Francia y un vagabundo». Y menos en una República.

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