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¿Anticlericalismo en el país?

Y cuando escribo «el país», lo mismo puedo hacerlo con comillas que sin ellas. En efecto, se puede tratar de un fenómeno que hubiera reaparecido en esta piel de toro o de su reflejo en un medio de comunicación tan leído como este en el que ahora mismo estoy escribiendo. Y, a decir verdad, de todo hay en la viña del Señor. Más de un clérigo y algún que otro obispo me han demostrado su preocupación por el fenómeno en ambas vertientes.Y yo me pregunto: ¿se trata de una reaparición? ¿O más bien del residuo de un fenómeno que ha atravesado siempre nuestra historia peninsular? (Y no digamos la insular: si no, que se lo pregunten al isleño don Benito Pérez Galdós.)

Yo creo que si por «anticlericalismo» entendemos una actitud de intolerancia salvaje, como contrapartida de la no menos intolerante salvajada del «clericalismo», podemos estar satisfechos de haber realizado óptimos e insospechados progresos en estos últimos años.

En ambos «países» hay mucho menos anticlericalismo de lo que se podía imaginar una vez que se hubiera pinchado el globo de la inflación nacionalcatólica. Fuera de España (de ello soy testigo) están admiradísimos de esta nueva cortesía que hoy preside las relaciones entre estamentos ideológicos y religiosos que hasta hace muy poco sólo conversaban con el silbido de las espadas o con el triquitraque de las metralletas.

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Hace algunos días, José Luis L. Aranguren consignaba en estas mismas páginas el hecho innegable de la apertura al diálogo de que da muestras este diario. Quizá no esté muy de acuerdo con él cuando subraya que aquí seda cobijo alas declaraciones de los jóvenes teólogos: la última de ellas, que yo tuve el honor de firmar, no era ni con mucho un modelo de guardería infantil, empezando por el que suscribe...

Y partiendo de este último hecho, podemos decir que la ausencia de anticlericalismo de este extenso medio de comunicación fue reconocida y apreciada en una reunión que hace un mes tuvimos con el presidente de la Conferencia Episcopal, don Gabino Díaz Merchán, unos ochenta teólogos pertenecientes al amplio espectro geográfico e ideológico de eso que hoy llamamos pudorosamente «Estado español». Nuestras reuniones de teólogos libres no pretendían ser clandestinas, ni mucho menos, por eso fue posible que el nuevo presidente de la «cosa católica» comprendiera rápidamente que había que iniciar el diálogo cuanto más pronto mejor.

Y así fue. Nos reunimos en el seminario de Madrid y le propusimos al presidente todas nuestras opiniones sobre el proyectado viaje del Papa. El presidente, trabajó de lo lindo: no hizo más que tomar nota de todo lo que se

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¿Anticlericalismo en el país?

decía, y al final nos agradeció de verdad nuestros consejos.Pero hay más. Allí se habló de los medios de comunicación, y se dijo expresamente que, en general, hay por parte de ellos una excelente disposición en acertar sobre la información religiosa, aunque la verdad es que la Iglesia, después de haber estado acostumbrada al «ordeno y mando» de la dictadura, había caído ahora en una especie de complejo de inferioridad y no facilitaba a ,los profesionales las informaciones debidas para que los lectores vean satisfechas sus demandas.

Don Gabino nos confesó qué desde que lo han hecho presidente de la Conferencia Episcopal no lo dejara sol ni a sombra los medios de comunicación; pero reconoció que estaba obligado a condescender siempre que se lo pidieran; en definitiva, el cristianismo consiste en «evangelizar», o sea, «anunciar una buena noticia». ¿Cómo privar al lector de algo que para nosotros supone un estímulo para la vida, para W convivencia, para la esperanza?

Hace también pocos días, en Radio 1 se hablaba, en mesa redonda, sobre los medios de comunicación social con respecto al fenómeno religioso. He de reconocer que el obispo de la cosa, don Antonio Montero, hizo una brillantísima exposición que le honra como periodista que es. Yo solamente estoy a la espera de si a esa letra de Antonio Montero se le va a poner la música correspondiente de una actitud de respeto a los derechos humanos dentro de la misma institución eclesial. Porque si la Iglesia no actúa con los suyos poniendo en práctica todos esos derechos humanos de libertad de expresión, de derecho a la propia defensa y de posibilidad de realizarse como ser humano, entonces su predicación de estos derechos humanos ad extra no solamente sería hipócrita y carecería de credibilidad, sino que se convertiría en una seria amenaza para esta frágil democracia que entre todos queremos apuntalar para que en el año 2000 esté ya convertida en una linda mocita casadera.

Es verdad que desde dentro de la Iglesia han surgido muchas y poderosas voces a favor de las libertades humanas, pero no es menos verdad que otras voces, también de Iglesia, se aprovecharon de la ayuda técnica del poder de turno para convertirse en altavoces de la legitimación de las dictaduras o al menos de las dictablandas.

Una Iglesia católica que se pone a ser democrática en su interior casi no tiene que esforzarse mucho por predicar la libertad desde los púlpitos, aunque el silencio podría ser gravemente pecaminoso. Así lo acaba de decir valientemente el anciano cardenal Michele Pellegrino, ex arzobispo de Turín: « Esta parresía (libertad de lenguaje), a la que me refiero a menudo, es muy rara en la Iglesia de hoy. Hay que hablar. Hay que decirle al Papa cómo se ve la situación. Con honestidad y con claridad. Como cardenales, somos el senado de la Santa Sede. Es nuestra tarea. Es nuestro deber. No es un lujo. Como siempre he deseado que se me hablara claro, así también creo que le debo hablar claro al Papa. Así es como se le ayuda».

Y que no me digan que Pellegrino es un joven clérigo contestatario. Es un anciano de 78 años, ex arzobispo de Turín, catedrático jubilado de la Universidad Civil de esa capital italiana, y todavía, hasta su muerte, cardinale di Santa Romana Chiesa.

¿Será quizá un anticlerical infiltrado?

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