La "derechización" de UCD
Convengamos en que la palabra derechización no pasa de ser una suerte de insulto político, manejado a placer a lo largo y a lo ancho de todo el espectro parlamentario. Ahora le ha tocado el turno a Leopoldo Calvo Sotelo, pero recordemos que primero fue acusado de derechización el Partido Comunista, cuando Santiago Carrillo opté por la opción eurocomunista, por parte de sectores de su partido, que no eran sólo ni necesariamente prosoviéticos. A continuación, el Felipe González del 28° Congreso del subsiguiente Congreso Extraordinario, con la adición de su desafortunada intervención en el último voto de censura constructiva fue igualmente tachado de intentar derechizar PSOE. No corrió otra suerte Adolfo Suárez, aunque con perfiles singulares: la derecha lo acusó de izquierdización, y la izquierda, de derechización. A este paso, nuestro vocabulario político se queda inservible a la primera vuelta de la esquina, sin necesidad de segunda llamada de cartero.
En el fondo de la vida política española —en contradicción de su mapa sociológico— no ha superado la dialéctica derecha-izquierda, otrora definidora de las únicas posibles posiciones políticas en las confrontaciones electorales. Este fenómeno, que ya no era verdad en la II República española, y que llevó a las fatales consecuencias de la guerra civil, se intenta reproducir una dialéctica del frente popular en disputa con un frente burgués, UCD, AP, CD, más los liberales de Antonio Garrigues, yen el otro extremo una izquierda de la que formarían parte PSOE y PCE. Es decir, una dialéctica de frente popular en disputa con un frente burgués. Lo que pasa es que semejante enfrentamiento ya conoce España en su historia lo que significa y a lo que conduce: en una palabra, a la violencia, venga del uno o el otro extremo del espectro, cuando no de los dos a la vez.
En su lo que no se quiere reconocer —quiero pensar que por pura pereza mental— es que en España, como en el resto de las democracias occidentales, existe un nuevo espacio político que en todas partes se reconoce como centro. En el caso español, escritores tan alejados ideológicamente como Salvador Madariaga y José María Gil Robles, coinciden en diagnosticar que el fracaso de nuestra II República tuvo su principal causa en que, votando la mayoría de los españoles a los sectores centristas del espectro político, al ser asumidos estos votos de posiciones de centro por los dos grandes bloques de la derecha y la izquierda, el resultado fue el enfrentamiento violento de los dos extremos, quedando aquella mayoría de centro imposibilitada para evitar una guerra civil, que obviamente no deseaba la mayor parte del pueblo español: precisamente ese que votaba centro.
Pero en las elecciones de junio de 1977, el centro político apareció organizado como partido (o coalición de partidos), que se distinguía perfectamente de la izquierda marxista y de la derecha autoritaria, con un inconfundible tufo fascista. Quien se niegue a reconocer este hecho —y tozudamente hay quien en sus discursos, editoriales o mítines se encuentran en esa posición— lo que se niega es a reconocer lo evidente: cosa que afortunadamente no le ocurrió a la mayoría del pueblo español. Tanto en las elecciones de 1977 como en las de 1979, los españoles colocaron en el poder a UCD, que representaba justamente ese centro político que desde 1931 pugnaba por encontrar su organización propia.
Esto no ocurre por casualidad. La sociedad española es estructuralmente una sociedad de clases medias —«viejas y nuevas»—; y tales masas medias —que son el centro sociológico de los países de las democracias occidentales— no optan por opciones de izquierda o derecha, sino por opciones de centro político.
Tan ello es así que los partidos históricamente de izquierdas practican un travestismo político que los disfraza de sucedáneo del auténtico centro. Este es el caso del PSOE en España, que, pretendiendo ser un partido político de izquierdas, se social-democratiza cada vez de una manera más clara —al menos nivel de las declaraciones políticas de sus dirigentes—, pretendiendo captar los votos del centro sociológico. Para ello es necesario o que UCD desaparezca—y no me negarán que la cantinela «UCD se rompe», en diferentes versiones, aparece cada día en algún medio de difusión— o que UCD se derechice; por su puesto, para dejarle al PSOE vacante el espacio, y los votos, que pretende conseguir.
Pero ni Leopoldo Calvo Sotelo ni UCD como partido se va a derechizar; no le va a ceder su posición y sus votos ni al PSOE ni a la derecha, que cualquiera que tenga ojos en la cara identifica con Manuel Fraga y no con Leopoldo Calvo Sotelo. El liberalismo de Antonio Garrigues hace falta estar muy ciego para definirlo de derechas. Lo que sí está cada vez más a la derecha —por lo menos respecto de su pretendido izquierdismo vergonzante— es el PSOE.
La política que está instrumentando Leopoldo Calvo Sotelo se está decantando en la línea de un liberalismo progresista (no conservador), y a esto en Europa no se llama derecha. Es lo que en Alemania, por ejemplo, representa el social-liberalismo, que presta su apoyo parlamentario, y en el Gobierno, al partido social-demócrata. Y este es el auténtico centro político europeo. Porque cuando llega la hora de la verdad, los socialismos, como el francés, modelo en tantas cosas del español, tienen que apoyarse en el sector social demócrata de Rocard para gobernar con credibilidad ante el electorado sociológicamente centrista. Aunque el invento del socialismo moderado se puede venir abajo, en Francia, porque no tiene más, remedio que contar con los votos comunistas para poder gobernar. Lo mismo le ocurría al socialismo español —malgré su intención— de convertirse en centro. Ahí están los ayuntamientos de izquierdas para ejemplo y memoria de navegantes por los espacios políticos.
José Jiménez Blanco es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Director del gabinete técnico de UCD.
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