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Dos millones de radioaficionados podrían asumir tareas de protección civil en todo el mundo

Un español, último campeón mundial de esta especialidad

«Los radioaficionados (unos dos millones en todo el mundo) contribuyen al progreso de la comunicación y constituyen una red voluntaria puesta al servicio del Estado para cualquier caso de protección civil», señala Fernando Fernández Martin, de 38 años de edad, profesor de Neurología de la facultad de Medicina de la Universidad de La Laguna (Tenerife), uno de los radioaficionados más prestigiosos del mundo, que ha recibido en la capital tinerfeña la medalla de oro al Mérito de la Telecomunicación española. Este reconocimiento se ha producido con motivo de la celebración del Día Mundial de las Telecomunicaciones y la Salud. Fernández Martín es el último campeón mundial de radioaficionados en telefonía.

Lleva veinticinco años de radioaficionado y hoy en día posee uno de los expedientes más brillantes. Se ha especializado en la radioafición competitiva y en este campo no cabe duda que está considerado en la actualidad el número uno. El mes pasado participó en un concurso internacional, de carácter anual, instituido en España por el Rey, que es también radioaficionado, y se alzó con el trofeo. «Hoy me es más fácil lograr este tipo de triunfos. Está mal que lo diga, pero mi nombre suena ya bastante en el exterior y ello hace que me llamen directamente, con lo cual consigo buenos contactos durante la competición».A pesar de que los resultados no se han hecho públicos aún, acaba de recibir su éxito más importante: el Campeonato Mundial individual de 1980 en la modalidad de telefonía, con el que, a su vez, ha conquistado un récord mundial al sumar 5.500 contactos en 48 horas. Esta vez, además, ha merecido el premio especial del comité organizador de dicho campeonato por la máxima puntuación mixta (en telefonía y telegrafía). En 1977 se dio a conocer de forma especial al conseguir el récord mundial de puntuación en multioperadores (equipos de radiciaficionados), desde el pico Teide, el más alto del país. «En aquella ocasión», indica, «organicé un grupo de amigos radioaficionados y nos instalamos en el Teide para darle resonancia a la experiencia.

Su secreto no es otro que el largo trabajo que ha realizado en todos estos años, sus profundos conocimientos y, según sus compañeros, una paciencia y constancia a prueba de los mayores sacrificios. «Indudablemente hay que contar con buenas tablas de información sobre las distintas partes del mundo para conseguir la mejor propagación en el momento y lugar adecuados, así como preparación física y mental para mantener la resistencia y la concentración», afirma.

Recuerda con especial interés una misión que considera importante en su vida. Fue en 1979, tras el derrocamiento de Macías en Guinea. «Macías había prohibido la radioafición en su país durante once años. Cuando cayó me impuse un trabajo. Me dirigí al Ministerio de Asuntos Exteriores español y solicité autorización para trasladarme, con otros tres compañeros, a Guinea, con el fin de resucitar allí esta actividad. Hicimos un total de 25.000 contactos», señala Fernández Martín, que entonces era presidente de la Unión de Radioaficionados Españoles (URE). Aquel viaje se prolongó a otros países de Africa, como Gabón y Camerún. «En estos momentos, la radioafición gana terreno en el Tercer Mundo, donde tiene una gran función que cumplir», declara.

La medalla que ahora le ha sido concedida es el premio a su colaboración con la Administración en tareas sobre organización mundial de la radio, al formar parte, concretamente, de la delegación española en la conferencia sobre este tema celebrada hace varios años en Ginebra. El próximo mes acudirá a Califórnia para explicar en una convención su sistema de planificación de concursos mundiales, en los que ha superado en los últimos años a las principales figuras de EE UU y Rusia, que son las grandes potencias de la radioafición.

«En el mundo ya somos unos dos millones de radioaficionados y en España formamos una red con una primordial función social. Se puede decir que al Estado le hubiera costado montarla nada menos que unos 2.000 millones de pesetas», destaca Fernández Martín.

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