El ocio como paraíso
Las actividades que pueblan el ocio son prácticamente incontables y seguramente infinitas. El ocio es de por sí una tierra fecunda, circular y vasta donde toda imaginación parece disponible. Es, diciéndolo de otro modo, «el tiempo libre», y nadie ignora el promiscuo potencial que reside en la libertad. Mediante alguna coerción de la libertad el mundo encuentra topes, pero en el mítico tiempo libre cualquier realización (incluso la autorrealización) tiene cabida.Pero precisamente el escenario montado en el Palacio de Cristal posee la virtud de enseñar, si no el imposible de todo el repertorio ocioso, sí dos de sus grandes categorías. Por añadidura, siendo como es un espacio cerrado por cristal, hace cornprender la sutil y equívoca frontera que separa el espacio, digamos exterior, compuesto por la dura, inmoderable, realidad del trabajo y sus construcciones y el otro lado, aquí interior, donde puede planear la fantasía y el sueño de la libertad en privado.
Las dos categorías ociosas que reúne el Palacio de Cristal son: de una parte, la actividad deportiva, y de otra, la práctica del bricolage. En otros pabellones está el coleccionismo, los instrumentos musicales, la alta fidelidad: pero basta referirse a quellas entidades para intuir la multivalente composición del ocio.
A primera vista, las sección deportiva -las tablas del surfing, las cebadas molos de níquel, los balandros de velas multicolores, los aviones monoplazas y hasta las bicicletas indecibles, ingrávidas, por 160.000 pesetas- comunica una sensación de júbilo. Una exaltación de la felicidad en la facilidad o la facilidad de la felicidad cuyo sexo está ¡mpregnado en su textura. No es lujuria, sino el paraíso en estado desnudo.Los cuerpos brillan entre las prendas y los objetos deportivos en estado, a la vez, inocente y suculento.
Por el contrario, en la sección de bricolage, el espesor de la esposa que viene a ofrecer una cerveza mientras el tipo corta un, listón o aplica el spray de pofiuretano en la rendija, está siempre en acoso. El hedonismo consentido -sin pecador- de la primera visión es aquí el arte del provecho, la frente sobre la reparación de la plancha eléctrica o ese semblante de permanente recién comulgado que da el arte de la jardinería. El deporte, tal como se vende, saca a uno de la familia. Regresa al practicante hacia un estadio de franca disponibilidad con el paraje natural y sui reclamos.
Pero el bricolage aúna al practicante con su hogar. Cada nueva construcción que emprende parece asegurar su pertenencia al habitáculo. El sudor del deporte es -o parece- un despilfarro que se segrega afuera. El sudor del bricolage se produce y riega los confines de la parcela.
De esta manera, si el Palacio de Cristal se visita desde su planta baja, donde está lo deportivo, hacia arriba, la penosa ascensión de las escaleras indicará, por sí misma, el camino hacia una imprecisa forma de sojuzgamiento. Mientras que si la visita discurre de arriba abajo, la planta llana amanece como el reino de la liberación.
Mas esto es así o parece así solamente mediando una relativa distancia. Para entregarse al deporte cunden las ropas vistosas, anaranjadas rojas y azules turquesas, mientras sobre el bricolage se inclina el pantalón gastado «el viejo suéter», el delantal de cocina el mono, pero, en el fondo, reuniendo a Ios dos emerge una común invocación al disfraz de Ia infancia.
El tiempo «libre» remite míticamente a la imaginaria libertad de la infancia. Con la náutica, el sky, la bicicleta o la moto recuperamos los signos de los héroes sin témino y hacemos a la vez con nosotros el simulacro de los héroes. Paralelamente -aunque no exactamente-, con la construcción de una cama-nido para los niños, con los trabajos de albañilería o con la solución del irrefrenable ruido de la cisterna recuperamos la validez de nuestros miembros. Pasa. nos de nuestra nulidad fisica refrendada por la multitud de aparatos que marchan nedíante una casi insensible pulsación o sin esfuerzo personal alguno (células fotoeléctricas) a un reencuentro con nuestra capacidad muscular.
Efectivamente, los objetos que se hacen mediante el bricolage pueden encontrarse ya fabricados en los comercios. No hace falta hacerlos, pero el secreto del encanto del bricolage consiste precisamente en borrar lo que está hecho por otros. En anular el presente industrial tecnológico y volver hacia atrás. A la infancia, en este caso filogenética, y buscar la complacencia en el proceso de la escena pasada.
Ese ambiente por esencia festivo que acompaña a las ferias (exposiciones) es en esta especialidad del Expo-Ocio claramente mayor.Entre las mitologías contemporáneas, el tiempo ocioso («libre») remite a la idea de un tiempo donde ya no se encuentran presentes las mandíbulas del poder, más patente; en el trabajo. Una suerte de paraíso al que accedemos los fines de semana, los puentes o las vacaciones y por donde se puede corretear a nuestras anchas. La mayor felicidad áe esta falsa inocencia consiste justamente en hacernos creer que durante este tiempo «nos evadimos» desde una prisión a una pradera. Dejamos de ser víctimas de los dictados carcelarios del tiempo y pasamos a ser sus amos, al punto incluso de poder «perderlo», «matarlo» o gastarlo irresponsablemente. Como falsos niños hacemos como si ignoráramos que todo el poder y su sistema vuelve a esperarnos en el estilo de la ropa deportiva, en las toneladas del remolque o en los destornilladores magnéticos para remediar, con dos veces más de tiempo y una ilusión de preescolar, el gota a gota del fregadero.
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