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Reportaje:

El pueblo de Moreda (Granada), sin posibilidades de expansión por estar enclavado en una enorme finca particular del marqués de la Motilla

Se da la circunstancia de que la próxima persona que muera en el pueblo no podría ser enterrada en el cementerio local, de no ser por una estrecha franja de terreno verbalmente cedida para su ampliación durante una reciente visita del marqués, que llevaba veintisiete años sin aparecer por sus tierras.Importante nudo ferroviario de Andalucía Oriental, Moreda es parte del municipio granadino de Morelábor, formado por los antiguos términos de Moreda y Laborcillas, en la comarca de los Montes Orientales, con un clima extremadamente continental y tierras todas de secano, excelentes productoras de cereales y leguminosas.

Ya en el libro del ingeniero valenciano Pascual Carrión, Los latifundios en España, cuya primera edición data de 1932, aparece el término de Moreda con una extensión de 2.454 hectáreas, de las que tan sólo dos fincas se repartían, hace cincuenta años, más del 81 % del terreno, con un total de 2.009 hectáreas. En la actualidad, a excepción del casco urbano propiamente dicho, y de algunas otras pequeñas fincas recientemente añadidas del vecino término de Pinar, todo lo demás pertenece por completo, entre otras muchas propiedades agrícolas que posee repartidas por todo el territorio español, a la familia de Francisco Solís de Atienza, marqués de la Motilla. Y ese es, precisamente, el más grave problema que afecta al pueblo desde hace siglos.

«Si el latifundio supone, ya de por sí, una verdadera rémora para el desarrollo de cualquier población, mucho más lo es en casos como el nuestro, cuando el dueño de las tierras no deja que se haga absolutamente nada en sus propiedades», se queja el alcalde, Pedro Herrera, un joven ingeniero técnico que encabezó la candidatura del PSOE en las pasadas elecciones municipales de abril de 1979 y que se halla, desde su toma de posesión, inútilmente empeñado en cambiar la secular situación del pueblo algo en favor de sus parroquianos.

El caso es que éstos, arrendatarios y jornaleros en su práctica totalidad, no pueden aspirar legalmente a ser dueños alguna vez de las tierras que desde hace varias generaciones vienen trabajando, ni siquiera pagando por ellas más dinero del que valen, que no es poco, debido a que el marqués de la Motilla heredó la propiedad en régimen de usufructo -al parecer, hasta la tercera generación- y no se le permite, por ello, -ceder ni vender un solo centímetro cuadrado de terreno sin contravenir la legalidad vigente.

Todo el mundo en Moreda recuerda., sin embargo, que el administrador que tenía el marqués hace veinte años, el abogado y ex procurador de las Cortes franquistas Antonio Molina, vendió los solares donde poco después se levantó el actual barrio de la calle de las Escuelas, una extensión de unos cien metros de largo por unos quince de ancho, en doble fila, a ambos lados de la carretera. Varios vecinos del barrio conservan aún las escrituras de propiedad de sus casas, lo que no deja de contradecirse con la absoluta negativa actual del marqués a vender, a pesar de la perentoria y evidente necesidad de tierras propias que padece el Ayuntamiento (cinco concejales del PSOE y cuatro de UCD) para afrontar un mínimo plan de mejoras y desarrollo del pueblo.

«A todas las solicitudes que se le hacen, no sólo por parte del Ayuntamiento, sino de los propios colonos, bien para la compra de la parcela, bien para el cambio de plantación, la elevación de una nave agrícola o la construcción de una casa familiar, el marqués siempre alega la imposibilidad legal de vender o de permitir tan siquiera que se toque a las tierras», dice Pedro Herrera.

«Con la excusa del usufructo», añade el teniente de alcalde Antonio Zaldívar, también socialista, «se da incluso la circunstancia de que a todos los vecinos que viven en la parte exterior del pueblo, lindando con las tierras del marqués, ni siquiera se les permite abrir en sus casas ventanas o puertas que den al campo».

La ganadería, ahogada

A consecuencia de esta situación, el pueblo se encuentra prácticamente ahogado entre sus propias paredes desde hace varios lustros, sin posibilidad alguna de expandirse por falta de terrenos comunitarios o vecinales. No puede haber ganadería intensiva, porque no se pueden construir granjas. No puede haber almacenamiento ni industrialización agraria, porque no se dispone de solares para levantar naves. No puede repoblarse la zona con olivos o almendros, o cambiar de cultivo, porque no permite el propietario plantar ni un solo árbol, ni siquiera en aquellos lugares donde la tierra es improductiva y nunca se podrá sembrar en ella trigo o cebada. No se pueden hacer viviendas nuevas, así que los recién casados tienen forzosamente que instalarse en casa de sus padres, hasta el punto de que existen ya varios casos de dos o tres familias viviendo bajo el mismo techo.Pero quizá el mejor ejemplo de los males de Moreda lo constituye, como dice el alcalde, el hecho de haber perdido la construcción de unas nuevas escuelas, concedidas el año pasado por el Ministerio de Educación, debido a que «no nos fue posible, después de un año de gestiones, aportar el preceptivo solar con lo que no sólo nos hemos quedado sin escuelas, sino que, de paso, hemos perdido también la inversión de 4.500.000 pesetas y varias docenas de jornales en mano de obra, cuando precisamente lo único que aquí nos sobra es paro y emigración».

Lo curioso del gran latifundio de Moreda es que, con los años, se ha convertido en un complejo conglomerado de minúsculas Fincas, individualmente insuficientes para que subsista una familia, ya que la propiedad se encuentra desde antaño dividida hasta el punto de que las parcelas resultan demasiado pequeñas y de baja productividad, al no poder ser mejoradas, y no pocos colonos se ven obligados a subarrendar la tierra y emigrar.

Un contrato de arrendamiento al que ha tenido acceso EL PAÍS dice, literalmente, que el actual marqués de la Motilla es usufructuario de la finca que se describe como «un predio sito en término municipal de Moreda, con una superficie de 1.993 hectáreas y 84 áreas, que linda al norte con el término de Piñar, propiedad del duque de Avrantes; al Sur con el cortijo de Villalta, la Granja y el término de Huélago; al Este, con el mismo Huélago y tierras de Fonsecas y otras de varios vecinos de Las Laborcillas, y al Oeste, con tierras de Villalta, Cerro Blanquillo, Colmenares y Camino de Cardela».

El usufructo de esta finca fue adquirido por escritura, con fecha del 3 de diciembre de 1941, otorgada en Madrid ante notario, y se halla inscrita en el Registro de la Propiedad de Iznalloz. En el contrato se relacionan las parcelas arrendadas, su número y su extensión, especificada en celemines, fanegas y cuartillos, así como las cantidades de las diferentes rentas a pagar anualmente en kilogramos de trigo por fanega.

La primera cláusula del documento especifica que «el arrendamiento se conviene por tres años, de agosto a agosto», a pesar de lo cual los contratos no están renovados ni puestos legalmente al día, y los más modernos que existen en la actualidad datan de 1956. Se da, pues, la circunstancia de que los colonos actuales no coinciden casi ninguno con los titulares de los contratos, al vender y subarrendar entre ellos bajo compromisos privados y, por lo general, orales, no obstante la expresa prohibición del tema que consta en los documentos oficiales.

Una sola cabra

Otras condiciones fijadas en el contrato, referentes al pago de la renta «en trigo recio, sano y limpio», el pago de impuestos y arbitrios a cargo del colono y, fundamentalmente, la obligación de cultivar las parcelas «a uso y costumbre de buen labrador, comunicando al representante del arrendador la fecha en que van a ser abonadas las tierras, a fin de que pueda comprobarse el cumplimiento», hacen que el lector se sienta a veces retrotraído a épocas pretéritas y casi medievales.La cláusula sexta, en la que se determina que «los pastos, rastrojos e hierbas de otoño no se incluyen en este arrendamiento, quedando de propiedad exclusiva del arrendador», resulta suficientemente ilustrativa al respecto, sobre todo en el apartado donde se especifica que «se permitirá a cada colono tener una sola cabra, en dula única con las de los demás, que podrán pastar bajo el cuidado de un pastor, nombrado por la propiedad y pagado por los colonos, en las épocas y lugares que designen dicha propiedad o sus representantes».

Mientras tanto, las continuas peticiones del Ayuntamiento para que se le vendan solares donde construir escuelas, un hogar de ancianos, un pequeño polideportivo, almacenes agrícolas y cocheras para la maquinaria en las eras ahora inutilizadas, o viviendas familiares dignas en el triángulo formado por la carretera Vilches-Almería y la calle de las Escuelas, siguen tropezando, como desde hace cuarenta años, contra las habitaciones vacías y los muros de la Casa Grande de Moreda, cuyas puertas únicamente se abren una vez todos los años, a finales del verano, tras la recolección, para el cobro de las rentas.

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