Ya era hora
de que la Iglesia expusiera su postura ante los temas vivos de la sociedad. Parece que los políticos que se llaman católicos habían olvidado su fe en virtud de los cargos que pudieran alcanzar con una política de dispersión de la familia, pero afortunadamente la Iglesia espafiola ha sabido reaccionar en el preciso momento, advirtiendo a los creyentes sobre el peligro que se corre con el divorcio.No se trata, como apuntan algunos, de que se divorcie quien quiera. Eso sería posible y legítimo en el supuesto de que el divorcio fuera un derecho de la persona, pero, cuando se trata de una institución anterior al propio Estado, como muy bien apunta la jerarquía eclesiástica, de nada sirven ya las demagogias a que nos tienen acostumbrados los políticos de altos vuelos.
Todo está muy claro: el divorcio no es materia sobrela que pueda opinar, y mucho menos legislar, el Estado, puesto que el matrimonio es anteriór a él. El divorcio es, pues, contra natura y el Estado no puede legislar de esta forma. Lo demás sobra. /
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