Stalin
Yo creo que lo de Stalin es cosa del milenio. La vuelta, me refiero. No olvidemos que, además de estar viviendo un fin de siglo, tan parecido al anterior en su amaneramiento postromántico, pasota y pomporé (con la cursilería de aquellas postales de los abuelos, servida ahora por los spots publicitarios de televisión), estamos viviendo, casi, un fin de milenio. Los terrores del año 1000 o 2000 siempre empiezan con señales en el cielo. Aparte el ovni que se vio en Nochevieja (y que bien pudo ser un passado total, con su endrogue y su globo puestos), a mí me parece que esta manera de nevar no es normal, aunque sea cosa de los rusos. Y conste que los rusos, hasta ahora, no han reivindicado el temporal de nieve.Pero quizá todo milenio suponga, más que una movida zodiacal, una reflexión del tiempo sobre sí mismo, una vuelta de los fantasmas recientes y demonios interiores que el milenio trajo o llevó consigo. En el año 1000 hubo un recrudecimiento del pesimismo cristiano, con grandes orgías y juergas de culpa, tal la Vía Láctea, y en el año 2000 puede haber una vuelta de Stalin, Hitler, Ricardo Luis Stevenson, Franco, los nibelungos (ahí está El rodaballo de Günter Grass), la ópera (Martín Descalzo le ha puesto música a Fuenteovejuna), Flash Gordon y la cristiandad obrera y medieval, tipo Walesa: todo lo malo y lo bueno del milenio. A mí lo de Stalin me parece que va por ahí. He visto unas pegatinas de Hirler que le rubrican como «Creador de Europa». Torrente Ballester hace volver a Napoleón a El Corte Inglés, con su última novela. Y en el Vallés se han sacado a Stalin, que tampoco es mala pegatina.
Xavier Rubert de Ventós, el Umberto Eco catalán (que con frecuencia mejora al italiano), acaba de sacar De la modernidad, que, más que de la belleza moderna y baudeleriana, trata de lo modernoso: «Una crítica descaradamente subjetiva del espiritualismo que impregna hoy nuestras prácticas e instituciones». Espiritualismo, esa es la palabra. Sobre todo, porque vuelven los espíritus que atormentaron el siglo y el milenio: Napoleón, Hitler, Stalin y hasta la pintura realista, que ha sido la cruz del milenio y nos ha tenido en un grito: ahora, en Rusia la llaman socialrealismo, y en Estados Unidos, hiperrealismo. Lo cual que a Stalin le gustaba mucho el realismo socialista y lo propugnó a tope, cabreándose con Lukács cuando el filósofo teorizaba otra cosa, como recuerda T. W. Adorno en su Teoría estética. El realismo, desde la pintura de Historia hasta las últimas subastas Durán/Shoteby's a que he acudido, es una especie de Fortuny pintando planes quinquenales. Pero espiritualismo, ante todo, como dice Rubert de Ventós, porque estos padres de la patria, del socialismo, de Europa y de la cosa se obcecaron en espiritualizarnos mediante los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, la bomba atómica, los Uve Dos que le inventaba Von Braun a Hitler, el archipiélago Gulag y los comisarios del pueblo que le preguntaron a Marc Chagall por qué pintaba las vacas verdes, cuando todos sabemos que las vacas, en Rusia, son color prosoviético (en Rusia y en el Vallés), a más del hacha estalinista que le arregló un poco el pelo a Trotski, el suicidio estético de Maiakowski y los ballets rusos de Diaghilev/Nijinsky, binomio que retorna haciéndose llamar Nureyev. Cuando Jota/Jota era la catedral yeyé de los sesenta, ya se decoraba aquella escalera granate con posters irónicos de Hitler/Stalin. Ahora, el milenio ha perdido la sonrisa.
En Sevilla hemos visto Aranguren y yo las caras de Franco y José Antonio impresas en los muros, como cuando la posguerra. A mi quiosquero le enriquecen semióticamente el puesto con cruces gamadas, todas las mañanas. Con el milenio torna toda la iconografía fantasmal de los siglos. Stalin ha entrado por la Costa Brava como los cadáveres republicanos y monárquicos entran por Cartagena. Y los trenes a Europa, parados en Busdongo. Esto no es el nevadón: es el milenio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.