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Grandes atletas femeninas fueron hombres

En la noche del pasado jueves, día 4, se produjo en el aparcamiento de un supermercado de Cleveland, Estado de Ohio, un asesinato más de los muchos que diariamente llenan de sangre las calles norteamericanas. Stella Walsh, a primera vista una venerable señora de 69 años, moría tiroteada en el estómago por un supuesto ladrón. Con ella desaparecía Stanislawa Walasiewicz, antigua campeona olímpica polaca, emigrante y después residente en Estados Unidos, y comenzaba una nueva polémica sobre su sexo, planteada sólo levemente en su día. ¿Era en realidad un hombre? No se sabe con certeza. Hasta 1968, en que comenzaron los controles de femineidad, no ha sido el único caso en la historia del deporte «por encima de toda duda sexual». Grandes atletas, como las hermanas Press o Eva Klobukowska, fueron hombres.

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El control de sexo

Stanislawa Walasiewicz fue una de las primeras glorias deportivas de Polonia. A los cinco años, en 1916, emigró con sus padres a Estados Unidos, donde comenzó su carrera atlética. Pese a sus primeros resultados, muy prometedores, no consiguió clasificarse en las selecciones norteamericanas para los Juegos Olímpicos de 1928, en Amsterdam, pues fue descalificada al descubrirse que aún no tenía la ciudadanía. Al año siguiente, durante unas competiciones en Europa se fijaron en ella los dirigentes deportivos polacos y le ofrecieron un empleo en el consulado de Polonia en Nueva York, «a cambio» de integrarla en el equipo participante en los Juegos de Los Angeles de 1932. Allí, con 11.9, ganó la medalla de oro en 100 metros y se convirtió en la primera mujer -teóricamente- que bajó de los 12 segundos en la distancia. Mantuvo dos años más el récord mundial - 11.8, también en 1932, y 11.7, en 1934- Posteriormente fue segunda, medalla de plata -con otros 11.7- en los siguiente Juegos de Berlín de 1936, donde sólo fue superada apretadamente por la norteamericana Stephens.

Dilatada carrera

Sin embargo, su carrera aún se alargó mucho tiempo, y precisamente por ello se recrudecieron las dudas sobre su femineidad. Tras alcanzar gran fama en los dos lados del Atlántico, y ponerse en tela de juicio «sólo ligeramente» su verdadero sexo -se llegó a decir que se afeitaba-, fijó definitivamente su residencia en Estados Unidos, poco antes del comienzo de la segunda guerra mundial. Cambió su nombre y apellido por el de Stella Walsh. A los 43 años ganó por quinta vez el campeonato norteamericano de pentatlón -altura, longitud, peso, 200 metros y 110 metros vallas-, y a los cincuenta todavía corría los 100 metros rondando los 12 segundos. En total, logró quince títulos nacionales polacos, veintiocho norteamericanos y más de mil triunfos en su dilatada carrera.Su última ambición, a los 45 años, fue participar en los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956, y aunque jamás había soñado con casarse sorprendió a todo el mundo haciéndolo en ese año olímpico con Harry Olson, un diseñador industrial de Las Vegas. Sin embargo, lo rnismo que en los comienzos de su carrera, no pudo clasificarse en las pruebas de selección y fue su fin deportivo.

Su trágica muerte ahora en el aparcamiento de un gran supermercado de Cleveland, su ciudad adoptiva, ha vuelto a remover antiguas sospechas sobre su sexo. Poco antes de sus funerales, dos cadenas de televisión locales conientaron que había serias dudas en su caso. «Algunos decían que era un hombre; otros mantenían que era una mujer. Quizá era un hermafrodita», se dijo en la encuesta. El médico forense encargado de realizar la autopsia no dio a conocer su resultado y se ha negado, por el momento, a toda declaración. En el periódico alemán Bild Zeitung, de todas formas, ya se ha escrito que la célebre campeona era un «horribre sin error posible», según dicho médico.

Un periodista de la cadena de diarios Knight-Ridder entrevistó a Harry Olson, separado de Stella Walsh en 1964, pues si alguien podía saber perfectamente del tema era él. Olson admitió que en ocho años de matrimonio habían hecho el amor únicamente una o dos veces y ella había insistido en que estuvieran sin luz. En cualquier caso, la comunidad americano-polaca de Cleveland, en la que Stella Walsh, se había mostrado siempre muy activa, ha empezado ya a recaudar fondos para ir en contra de las estaciones de televisión de la ciudad y poder restablecer así su reputación como deportista y como mujer.

Su reputación deportiva alcanzó ya grandes cotas antes de su triunfo olímpico en 1932, cuando dos años antes asombró a los espectadores de los Millrose Games -habitualmente reducidos a participación masculina- en el Madison Square Garden, y ganó las 50 yardas lisas en pista cubierta con una mejor plusmarca mundial de 6.1. La reputación de mujer también se le empezó entonces a discutir, dadas sus marcas sensacionales, pues un entrenador de aquella época, ya con las dudas sobre su femineidad, «salvó» así su estilo: «No estaría bien decir que la señorita Walsh corre como un hombre. La mayoría de éstos lo hacen de forma poco ortodoxa y la velocista polaca lo hace correctamente, es decir, con facilidad, relajada y sin demasiado esfuerzo».

¿Engaño deliberado?

El problema sería ahora muy delicado si se comprobara fehacientemente que la atleta había sido un hombre. Se habría tratado de un engaño deliberado y el Comité Olímpico Internacional tendría que intervenir en algún sentido. De todas formas, las dudas sobre su caso no han sido las únicas a lo largo de la historia del deporte femenino. Sólo en los últimos años, cuando empezó a practicarse el control de feminidad a las atletas participantes en los distintos torneos, los genes ya no pueden engañar. Precisamente Helen Stephen, que ganó en 1936 ante Stella Walasiewicz, y la alemana Kath Krauss, tercera, tampoco se puede decir que eran muy mujeres. Según eso, sólo hubiese sido «válida" otra alemana, Marie Dollinger. Antes de 1968, pues, pudieron ocurrir muchas cosas, pero ya fue sintomático en vísperas de los primeros controles que algunas «iIustres atletas», como las hermanas Press, soviéticas, Irina y Tamara, se retiraron discretamente

Magníficos historiales

Irina fue campeona olímpica de 80 metros vallas, en Roma, en 1960, con 10.8, y de pentathlon, en Tokio, en 1964, con 5.246 puntos. En ambas pruebas fue recordwoman mundial largo tiempo. En la primera, con 10.6, en 1960, y 10.5, 10.4 y 10.3, en 1965. En la segunda superó ocho veces la plusmarca mundial entre 1959 y 1964. Medía 1.68 metros para 62 kilos y nació en 1939, dos años más tarde que su hermana -o hermano- Tamara, que medía 1,80 metros para 92 kilos de peso. Esta fue campeona olímpica de lanzamiento de peso en Roma y Tokio, medalla de plata de disco en Roma y de oro en Tokio; campeona de Europa de disco en 1958, en Estocolmo, y en 1962, en Belgrado; también de peso este último año y bronce en Estocolmo. Evidentemente, hubiese sido considerada una de las más grandes atletas de todos los tiempos, pues además superó cinco veces el récord mundial de peso entre 1959 y 1965, llevándolo desde 16,76 metros a 18,59, y seis el de disco, entre 1960 y 1965, de 57,04 a 59,70. Ambas, con 29 y 31 años, aún con posibilidades de continuar sus impresionantes carreras deportivas, abandonaron la competición al «exigirse» para los Juegos Olímpicos de 1968, en México, el control de feminidad. Nunca lo hubiesen pasado.Otro caso «sonado» fue, curiosamente, el de otra velocista polaca, Ewa Klobukowska, que surgió en la escena internacional junto a Irena Kirzenstein-Szewiuska, ahora retirada con uno de los historiales mejores del atletismo femenino mundial. Klobukowska habría sido la estrella más importante del sprint femenino continental en toda su historia, si no se hubiese descubierto que era un hombre, y en 1967, también en vísperas de los Juegos Olímpicos de México, a los veintiún años, fue excluida de las competiciones, y en 1970 se quitaron de los rankings e historiales todos sus récords y puestos destacados. Había sido tercera en la final de 100 metros de los Juegos de Tokio, en 1964, y oro, con Ciepla, Kirzenstein y Gorecka, en el relevo 4x100 metros, récord del mundo en 43.6. En 1965 igualó, con 11.1, el récord mundial de 100 metros, en posesión de la norteamericana Wyoma Tyus y de Irena Kirzenstein. En los Campeonatos Europeos de 1966 ganó los 100 metros, en 11.5, fue segunda -o segundoen 200, con 23.4, y primera con el relevo de 4x100, en 44.4.

Otro caso «solucionado» en 1968, esta vez antes, en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno de Grenoble, fue el de la esquíadora, primero, y esquiador -ya mediocre-, después -austriaco-, Erika o Erik Schinegger. Como mujer aún, fue campeona mundial de descenso en Portillo (Chile), en 1966, donde logró la única medalla de oro para Austria, ante las francesas Marielle Goitschel y Annie Famose. Lesionada en 1967, se negó ya a someterse al control obligatorio de sexo antes de los Juegos Olímpicos.

Ultimos casos

Caso más reciente y distinto -motivo de otro tema-, pues se declaró una vez consumado el cambio de sexo, fue el de la tenista Renée Richards, ex Richard Raskin, cirujano oftalmólogo. En 1976 este veterano de la marina, afamado doctor, casado con una modelo, con un hijo y separado, se operó porque «desde niño quería ser mujer». Su ejemplo fue más por el cambio de sexo que por las posibilidades deportivas, pues al ser un mediocre tenista, no podía destacar ni entre la elite masculina ni entre la femenina. Eso sí, cuando vino a Europa se le sometió a un reconocimiento médico en Roma y no se le dejó participar en los Campeonatos de Italia. En París, Roland Garros, donde se le exigía pasar el control de sexo, cansada de tantos análisis, renunció. Sólo juega torneos aislados.Quien sí juega todos los torneos, y, al parecer, sin análisis, dentro de los muchos matices que puede presentar el sexo humano, es Martina Navratilova, la checoslovaca de nacimiento, apátrida después y norteamericana ahora, que sorprendió a todo el mundo a primeros de este año al casarse con la novelista Rita Mae Brown, conocida militante lesbiana. Su juego potente, sus maneras varoniles, sin entrar en mayores detalles, encontraban así una contestación. Por el momento, todo ha quedado ahí, como las sospechas sobre las «potentes» nadadoras de la RDA, que causan sensación en las piscinas mundiales desde hace ya bastantes años. No tiene nada que ver. El sexólogo francés doctor Tordjman opina que una mujer puede tener un cuerpo hercúleo, pero seguir siendo tan femenina como la chica más delicada. Y esto es válido igualmente para los hombres. Aunque sí es cierto que al haber segregación en el deporte -largas concentraciones de un solo sexo-, sí puede haber homosexualidad. En cualquier caso, a efectos de mujeres viriles, la nueva moda del culturismo femenino, con pesas y ejercicios durísimos como los hombres, nacida sobre todo en Estados Unidos, también lo indica.

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