La crisis energética impone un cambio en la morfología de las ciudades
Desde la polis griega, orientada hacia el sol, a las modernas metrópolis dominadas por el automóvil, pasando por las callejuelas protegidas de la ciudad medieval, una constante histórica revela la relación entre la morfología de la ciudad y sus condicionantes climáticos y energéticos. La brusca alteración en las condiciones de aprovisionamiento energético -pero también, en perspectiva, de los productos agropecuarios- se traducirá, sin duda, en un cambio de la estructura del hábitat y, en definitiva, de la morfología de la ciudad y hasta de los hábitos civilizatorios. El intento de adelantar las líneas maestras de esa transformación, desde la doble perspectiva teórica y técnica, ha sido el objetivo esencial del simposio que sobre La ciudad filoenergética se celebró durante la pasada semana en la facultad de Ciencias Económicas de Bilbao.
La voluntad de dar al tema un tratamiento multidisciplinario se evidenció en la lista de especialistas participantes, desde el urbanista Antonio Fernández Alba al director del Instituto de Energía Solar, Antonio Luque, pasando por los profesores José Allende, Fernando Oliveros, Jorge Sánchez Almaraz, Aurelio Gayo, Francisco Sosa, Luis Fernández Salazar y Luis Laorden, que abordaron cuestiones como el aprovechamiento de residuos, redistribución del espacio ciudadano, reorganización del sistema de transportes, etcétera.El director del simposio, Ramón Martín Mateo, ex rector de la Universidad del País Vasco, que desde su departamento de derecho administrativo viene siendo desde hace años el animador de numerosos estudios sobre lo que cabría denominar ingeniería social, resumió los datos del problema recordando que el petróleo había sufrido en siete años un encarecimiento del 2.000%, lo que necesariamente obligará a un replanteamiento de todos los factores que hasta ahora contribuían al derroche energético.
Replanteamiento que pasaría por un cambio radical de la filosofía en que, desde hace al menos sesenta años, se ha basado la planificación de las ciudades, divididas en zonas de trabajo, de ocio y de descanso, lo que obligaba a multiplicar los desplazamientos. Martín Mateo señaló también las posibilidades de ahorro energético que se derivarían de un aislamiento más racional de las edificaciones, si bien no dejó de subrayar la paradoja de que en un país como España tengamos que comenzar a hablar de combatir el despilfarro cuando estamos lejos del mínimo exigible en servicios como la calefacción de numerosos hogares.
El arquitecto Fernández Alba llamó la atención sobre la necesidad de superar la metodología de los años sesenta, que desarrolló un diseño del hábitat que no tuvo en cuenta ni la contaminación, ni el consumo de energía, ni la relación nueva tecnología-mano de obra, ocasionando efectos como el paro masivo, la degradación ambiental o el colapso energético. La crisis de la estrategia concentracionista de la producción y el consumo, característica del capitalismo monopolista, es también la crisis de la arquitectura dominante, frente a la que sólo una nueva actitud moral colectiva podrá restaurar la coherencia entre medio (naturaleza), historia (tradición) y progreso (técnica) como ejes de un modo de vida más humano.
Antonio Luque, máxima figura española en el terreno de las aplicaciones de la energía solar a la producción de electricidad, resumió el estado actual de las investigaciones en ese terreno. Las células solares, clave del futuro energético mundial, son pequeñas astillas de silicio capaces de transformar en electricidad la energía captada del sol. Usadas ya en los satélites artificiales, su costo ha sido reducido en cuatro años de cien a diez dólares por vatio. A partir de un nivel de 0,7 dólares por vatio será rentable su uso en viviendas. El equipo de Luque ha logrado éxitos en esa dirección al conseguir incrementos de hasta el 22,5 % en el rendimiento a base de células activas por ambas caras mediante un sistema capaz de recuperar también la energía solar reflejada en la tierra.
Dentro de cuarenta años, según adelantó Luque en una visión futurista, la vivienda unifamiliar estará cubierta por un tejado formado por células solares que producirán una buena parte de la electricidad consumida en la casa. Los excedentes serán vertidos a la red general y la compañía distribuidora descontará ese excedente de la factura mensual de electricidad. Las zonas con mayor porcentaje de horas de sol tendrán así electricidad muy barata.
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