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Reportaje:

La historia del arte en los viejos trenes

El tren volverá, porque parece ser el transporte colectivo más barato en energía. Pero, de momento, mientras se soportan los incómodos intentos de volverlo rentable, hay otro tren, hermoso y legendario, lujoso, que ya ocupa un lugar en la historia de los viajes y en la historia del arte: de esto da una muestra, en la galería Aele de Madrid, la exposición organizada por Wagons-Lits sobre los trenes de época.

Coincide la exposición que se inauguró ayer, tras ser presentada el día anterior a la Prensa, con otra, más ambiciosa y oficial, la de las Estaciones, que se exhibe en el Retiro. Esta es, además de un viaje atrás en el tiempo, -la época dorada del ferrocarril alcanza hasta la mitad del siglo XX-, una vuelta adentro: se trata de mostrar al espectador las hermosas cabinas del Orient-Express, el pequeño comedor del Transiberiano, los cuadros cubistas o neomodernos que adornaban los cómodos camarines del Tren Azul, o la bellísima cristalería que uno puede adivinar en el Nort Star..., y se trata, sobre todo, de mostrar esos nombres fascinantes. Sólo la palabra Orient Express tiene la bastante capacidad como para arrastrarnos a un tiempo en que viajar era una aventura, lujosa y carísima, sí, pero con todas las posibilidades que la literatura y el cine se han encargado de encarnar, y que la historia misma ha ido confirmando.El hombre de los «grandes expresos europeos» se llamaba Georges Nagelmakers, un financiero belga fascinado por los transoceánicos norteamericanos, a través de cuyos raíles había ido entrando de mar a mar de Estados Unidos la civilización anglosajona, el progreso del país más joven del Mundo, y, en el fondo, una manera de ver la vida. Era el año 1870, y en contraste con la América apenas vista en un viaje que luego se repetiría, Europa estaba dividida por fronteras que también impedían el paso de los trenes. Así que la puesta en marcha de los grandes expresos internacionales se tuvo que hacer no sólo en los despachos de diseño y en las fábricas de acero, sino también en las cancillerías y. en los ministerios. En 1883, cuando ya Wagons-Lits tenía varios trenes funcionando por el mundo, arrancaba de París el sueño, el Orient Express.

París-Estambul

La historia del Orient Express es confusa, paralela a la de la Europa del siglo. París-Estambul en algo más de tres días, un convoy de coches-cama, al que han contribuido los mejores diseñadores de la época, y al que van a seguir aportando leyenda artistas y escritores. Poetas como Valery Larbaud, clásicos de la literatura policial como Agatha Christie y Georges Simenon, o del espionaje, como Graham Greene, pusieron a sus personajes o a sus palabras en el tren.Leslie Caron o Marlene Dietrich, Alfred Hitchkock o Sean Connery dieron cara, peleas o ritmo, en el cine, al ferrocarril de lujo que unía la capital de Occidente con la vieja Constantinopla. Los viajeros podían parar y pasear en Viena, Budapest y Bucarest, antes de visitar Santa Sofía o Sultan Ahmet.

La primera gran guerra dio al tren una pausa, que sólo se rompería en los felices veinte, tras la apertura del Simplón, el túnel que, bajo los Alpes, unía Suiza e Italia. El nuevo Simplon Orient Express ganaba algunas horas, y recuperaba una imagen que ya es definitiva: la de la alegre sociedad de entreguerras. Ni siquiera la pérdida objetiva del Iujo, ni los centenares de refugiados y ex combatientes que lo llenarían pocos años más tarde pueden romper aquélla.

Ahora, sólo durante el verano una compañía de turismo suiza explota el viaje en aquel primer montaje escénico, vuelto historia de turistas algo excéntricos. A veces, una compañía de actores representa un crimen ambiguo, y entre los viajeros, como un entretenimiento más de la travesía, puede surgir el detective feliz. Lo demás lo dan el mobiliario y las artes decorativas, las viejas etiquetas que pondrán en sus maletas y los posters con que el primer viaje fue anunciado.... y la excelente comida.

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