Momentos cruciales para Euskadi
Euskadi, el País Vasco, vi ve tiempos difíciles, cruciales. Soplan fuertes vientos de división, odio, violencia e incomprensión. La tragedia de la muerte violenta, el drama del paro, el horror de la desesperanza, son realidades cotidianas que afectan a un cada vez mayor número de personas y hogares vascos. No son buenos tiempos, no, los que corren en nuestra tierra vasca.Sin renunciar a un continuo y necesario ejercicio de reflexión sobre nuestras muchas responsabilidades, cada vez es mayor mi convencimiento de que, en gran medida, el actual estado de cosas obedece a que estamos recogiendo tempestades fruto de vientos que se sembraron durante más de cuarenta años de atroz e inhumana dictadura, cuyas funestas consecuencias perduran aún hoy en los hábitos y actitudes de muchas instituciones, de muchas personas sin distinción de pelaje político o económico.
No puedo decir, desde mi óptica de nacionalista vasco, que la democracia haya sido todo lo generosa que hubiera deseado para con mi pueblo, ni que lo haya sido siempre oportunamente, pero tampoco puedo dejar de reconocer y defender que las cosas han cambiado. No seré yo quien caiga en la trampa de quienes, para justificar su condenable recurso al terror, sostienen que aquí todo sigue igual que antes. Primero, porque es una grave y evidente falsedad, y segundo, porque ese argumento nos llevaría por un sendero estéril y destructivo.
Los graves males y la democracia
A pesar de los errores cometidos, a pesar de los defectos derivados de la vía reformista de acceso a la democracia; a pesiar de las deficiencias y limitaciones de la onstitución v del Estatuto del País Vasco; a pesar de la demora en su aplicación, sobre todo en materias tan esenciales como conciertos y policía autónoma; a pesar de todo, tengo que constatar con total sinceridad que aquí y ahora las cosas han cambiado, y a mejor, y que, los graves males que padecemos, en ningún caso son atribuibles a la nueva democracia como tal. Pero esto no significa que nos quedemos con lo hasta ahora logrado y renunciemos a seguir trabajando políticamente para perfeccionarlo. Es precisamente esa misma imperfección lo que debe animarnos a una mayor profundización de la democracia y la autonomía; sin prisas, pero sin pausas.
Pero la muestra más evidente de que la gran mayoría del pueblo vasco es consciente de lo que aquí digo, de que la Euskadi de 1980 no es la Euskadi de 1975 o la de 1970, es esa reacción valiente y sincera ante una espiral de violencia que amenaza con engullirnos en las simas de nuestra ruina como pueblo. El pueblo vasco tiene dignidad, coraje y corazón para no permanecer impasible ante semejante orgía de sangre sin, por ello, dejar de mantener su firme voluntad de autogobierno, de libertad. Decía hace poco tiempo nuestro lendakari Garaikoetxea: «Yo pido a nuestro pueblo que, sin abdicar un ápice de la lucha por nuestras libertades, el progreso de nuestra sociedad no se consiga teñido de sangre; ese precio no cueremos pagarlo, porque, entre, otras cosas, no sería nuestra Euskadi, sino una caricatura moral y material de la Euskal Herría que queremos para todos los hombres y mujeres del país». El pueblo, ccn una fina sabiduría labrada a fuerza de tantos engaños y frustraciones, sabe distinguir entre quienes lo utilizan y manipulan para siniestros fines sectarios, y los que se entregan, a través de medios pacíficos, por su causa, que no es otra que la querida por la abrumadora mayoría de sus gentes: la convivencia y la prosperidad en paz y libertad. Pero este proceso no ha sido ni es fácil, y en el duro camino van quedando personas e ideas queridas. Se abren entre nosotros heridas cuando todavía quedan por cerrar cicatrices obra de otro penoso discurrir de nuestro pueblo a través de la más reciente historia.
Mayor dosis de comprensión
Por eso, el País Vasco requiere hoy más que nunca la mayor dosis de comprensión por quienes detentan el poder político y económico. Comprensión que se ha de manifestar, por de pronto, en una mayor confianza hacia la voluntad de autogobierno que late en.este atormentado pueblo vasco. Se hace cada vez más preciso apuntalar con medidas políticas de gran alcance y significado la barrera que se está levantando frente a la irracionalidad, frente al terror. Pero no bastan palabras de ánimo, buenas intenciones; hacen falta pico, pala, ladrillos y cemento con que fortalecerla y engrandecerla.
Las luchas que se están librando en el seno de la sociedad vasca, los movimientos sísmicos que la sacuden, pueden terminar lo mismo tragándola que haciéndola surgir más fuerte y auténtica. Porque la violencia no es más que un signo, quizá el más visible y doloroso, de la auténtica batalla desencadenada, en la que se juega, nos jugamos, más allá de una coyuntural autonomía o incluso más allá de la manoseada alternativa KAS, nuestra propia existencia, nuestra democracia, nuestra identidad vasca. Hoy, Euskadi es el escenario elegido para ensayos de naturaleza revolucionaria y desestabilizadora dirigidos contra la democracia y el modelo de sociedad occidental.
Son muchos proyectos, de muy variado signo y origen, los que se están experimentando en esa especie de dramático laboratorio que es el País Vasco. Este país nuestro constituye hoy el polígo no de tiro de francotiradores que requieren un entrenamiento pre vio antes de entrar en la auténtica acción de guerra.
Toma de conciencia colectiva
Pero sabiendo esto es difícil llegar a comprender o justificar las razones de tanta desconfianza, recelo e incomprensión; es hiriente ver cómo, a pesar de los esfuerzos evidentes que estamos desplegando, hay quienes se siguen cebando con el PNV y se siguen mofando de las instituciones vascas de autogobierno, hurgando en la herida a través de infamias y sensacionalismos; es irritante comprobar cómo derechos que lo son no sólo por la hístoria, sino también por ley orgánica, y que constituyen, además de soluciones, símbolos de innegable impacto, conciertos y policía autónoma, siguen condenados al ostracismo, esperando tiempos mejores.
No parece sino que quisieran evitar unos y otros que la toma de conciencia colectiva por parte del pueblo de Euskadi termine no sólo por lograr los objetivos de paz, libertad y prosperidad, sino también por arrinconar primero y vencer después a quienes con la violencia se oponen a ese mismo pueblo. Pues bien, sepan todos ellos que, no obstante el terror, el riesgo, las zancadillas y la cicatería, seguiremos los vascos empeñados en nuestro compromiso de levantar la nacionalidad vasca, y con ella y desde ella, las nacionalidades y pueblos de España.
Marcos Vizcaya es diputado por Vizcaya y portavoz del PNV.
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