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Los obispos siguen pronunciándose contra el divorcio como mal mayor

El obispo de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, Araújo Iglesias, publicó ayer un artículo en el periódico El Ideal Gallego en el que, aunque insiste en que el divorcio es «un mal mayor», señala a continuación que respeta «la justa autonomía de la autoridad civil, lo que no nos impide pedirle y urgirle que, al ponderar las consecuencias negativas que pudieran derivarse de una total prohibición del divorcio civil, tengan asimismo muy en cuenta los graves daños morales que se derivarían de la introducción del divorcio vincular en nuestra legislación».Poco después, el prelado añade: «Nuestro humilde parecer es que hoy, en España, una ley de divorcio no es un mal menor, sino más bien un mal mayor».

«A pesar de lo dicho», apunta Araújo, «la doctrina cierta de la Iglesia afirma que el divorcio nunca podrá ser un bien , sino un mal, aunque a veces pueda ser un mal menor, ya que pone en peligro la estabilidad inherente al vínculo matrimonial, que es un valor sumamente importante para la vida efectiva de los esposos, para el bien de los hijos, para la firmeza de la familia y, al mismo tiempo, un elemento integrante fundamental del bien común de la sociedad».

Por su parte, el obispo de Lérida, Ramón Malla, declaró ayer a Europa Press que el compromiso matrimonial lleva implícita una perpetuidad. «No puede existir la libertad», dijo, «y la espontaneidad inherente al verdadero amor si se vive con el posible temor de perder al ser querido». El obispo leridano añade que la apertura de posibilidades de nuevo matrimonio puede acabar también en fracaso, «como tantas veces se demuestra con las estadísticas de los países donde se ha implantado».

El matrimonio, radical institución divina

«Creo que la Iglesia», manifestó a continuación, «que ha recibido la misión de iluminar al hombre en su peregrinar terreno a la luz de la revelación divina, tiene una competencia indiscutible en el caso del matrimonio, por su radical institución divina».«Por lo mismo», concluye, «ningún católico, conforme enseña la Iglesia, puede acogerse en conciencia a la ley que autoriza su unión matrimonial con otra persona viviendo todavía el primer cónyuge».

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